Día, Sábado.
Acontecimiento, Cumpleaños Prima.
Lugar escogido otra prima, Discoteca, digo, Restaurant Dominicano Selectivo.
Ubicación, al lao del Río Hudson.

Como me advirtieron que en ese sitio rebotaban, me puse pantalones no jeans, camisa de cuadritos azules, mi sombrero Borsalino, y caliso, digo, sandalias plásticas, tal vez con la esperanza de ser rebotao. Llamé a VIT Taxi.

Lugar nacimiento taxista, Municipio de Juancho, Barahona.
Canción coreada, “Resitiré".
Palabras finales pasajero, "Muchas gracias Barahona, y buena suerte".
Palabras finales taxista, "Que goce mi tierra".

La fila debajo de la gigante estructura de hierro, por donde pasa el tren, me hizo recordar las filas en la Lincoln, en la Tiradentes, allá en Santo Domingo, para entrar a uno de esos sitios con nombres como “Praia”, “Loft”, “Hell". Los bouncers, dirigidos por El Seleccionador, miran a cada prospecto de arribabajo, con mirada de dueño de casa hacia un primo de la mujer que vino de visita por un fin de semana y ya tiene más de 5 años durmiendo en una camita sandwich en la sala sin dar ni un chele. Los caprichos están a la orden del día, “No, con esa camisita no puede entrá”, “Si traen mujere lo dejamo entrá”, “Pa entrá hoy no pue se jabao y tiene que tené una camisa verde botella". Parece que mi aura de artista, sombrero italiano hecho a mano, atrajo al Seleccionador que se acercó y me preguntó, “¿Ta en la lita de invitao?”, “Sí”, le contesté de una vez, y sin comprobar lista me dejaron entrar al paraíso ante la fugaz mirada de admiración ambigua de la masa no tan silente. "Parece que ese e el enano de la bachata", escuché una vil voz masculina musitar.

Adentro estaba dividido en dos partes. El restaurant, cuyo olor a sofrito, además de impregnarse en la ropa, anunciaba sazón ranchero. La decoración, evidentemente, era minimalista. La carpa, con dj y vejigas de colores, anunciaba varios cumpleaños, ninguno el de mi prima, ya que la prima organizadora tenía drama con el marío y se le olvidó reservar. Nos sentamos en el bar, lo más lejos posible de las bocinas que ya a las 11 habían reventao cuatro tímpanos. La bartender era una negra de 6 pies y una mano, posiblemente la criatura más bonita en el área comprendida entre Dyckman y el Lower East Side. La carpa estaba dividida en dos, VIP, con mesitas altas, y la zona plebe, con alambres eléctricos en el suelo. La prima organizadora es una hermosa mujer, a la que ningún hombre dominicano le dice No; en menos de lo que un gago gaguea "Rererere públibli cacaca Dododo mimiminininini cacacananana" todos teníamos pulseras VIP. Pagamos en el bar, yo me despedí de mi compañera de baile (una doñita moderna) que no tenía pulsera VIP, empujándola ligeramente en un hombro “Chusma chusma chusma”.

Hora, 1:00am.
Bachatas bailadas, 21.
Merengues de calle o mambo violento bailados, 33.
Reguetones bailados (algunos hastabajo), 11.
Salsas escuchadas, 2.
Por ciento de parejas bailaban bien, 89.5.
Por ciento de quemadera, 91.3.
Por ciento de bailadores más joven que yo, 96.8.

Un caballerete con canas de haberse graduao de gerente Dominicano de Discoteca hacía rondas alrededor de las mesas y de los bailadores. Su misión era acercarse a hombres, tal vez al azar, y hacerlos sentir mal para que disfruten más dominicanamente la velada y regresen. La diferencia entre un gerente Dominicano de Discoteca y otro señor con el mismo oficio, pero de otro país, es que mientras los Gerentes de Discoteca de otras nacionalidades tratan de sonreír siempre, brindar shots que emborrachan enseguida y hacer que todos los clientes la pasen bien, el gerente Dominicano de Discoteca parece no estar divirtiéndose, de hecho, tiene la cara como un machete, la boca torcida en mueca de asco perpetuo (como si se tiraron un peo que solo a él le jiede), da la impresión de estar ofendido porque el lugar está lleno de gente consumiendo.

“Abotónate lo botone de la manga de la camisa”, le dijo a uno.
“¿Quién te dejó entrá con eso pantalone mamey?”, le dijo a otro, hizo señas discretas bien llamatención, a un bouncer, ipso facto sacaron al anaranjado.
“Quítate el sombrero, aquí adentro no se puede tar con sombrero”, me dijo a mí.

Otra atributo del Gerente Dominicano de Discoteca es que sólo le molesta lo que hacen los hombres. A las mujeres no les dice nada.

“¿Y por qué me tengo que quitar el sombrero?”
“Porque e regla de ete sitio, aquí no se puede tar con sombrero".
“¿Pero por qué?” le preguntó mi prima, agarrándome del brazo al notar la inminencia de mi partida.
“Linda, e que una ve uno entró con una gorra y debajo de la gorra tenía un puñalito y le dio como trece puñalá a otro y dede esa noche prohibimo la gorra y lo sombrero", explicó, el muy bestia, con ese sentido de justicia bárbara de castigar a 99 inocentes por un culpable.

A pesar de los ruegos de mi prima (consiguió el permiso del Gerente Dominicano de Discoteca para yo usar sombrero en su dominio), Instintito (el venadito sabio que todos tenemos en el cerebro) me aconsejó que me fuera de ese antro donde el piso parece tar acotumbrao a chupá sangre.

Afuera sentí el tufo del Río Hudson en verano, ese olor mississippiano que hizo al poeta preguntarse, "¿Es eso comida casera?";  también sentí un chin de rabia hacia esos Dominicanyorks haciendo fila para ser maltratados, para entrar a un sitio donde posiblemente se les pegue una puñalá, y pagando. Quise gritarles,  "MI GENTE TAMO EN NUEVAYOR", pero ahí mismo pasó un taxi.

Lugar nacimiento taxista, Líbano, Palestina.
Tema conversación, "Diferencias entre el Torah, la Bibila y el Corán".
Versos Rimbaud pasajero, "Yo soy el santo, orando en la terraza, mientras las bestias llegan al mar de Palestina".
Palabras finales taxista, "La gran diferencia es nosotros musulmanes respetamos a Moisés, y a Jesús, pero judíos y cristianos no respetan a Mahoma, alabado sea Alá".