Aquella mujer tenía sobre la mesa del comedor una serie de papeles para regalos, cintas, tarjetas dedicatorias, los objetos a regalar y toda la parafernalia necesaria para embellecerlos. Estaba imbuida en hacerlo a tiempo, antes de que los niños se despertaran, para que no la descubrieran. También debía envolverlos de los amigos que vería aquella tarde. En eso, se acuerda de aquellas dos personas a quienes le gustaría agradar, pero no tenía nada para ellos!
La mente le viajaba entre “los deberes” cuando un mensaje de texto le recordó aquella tarea que le habían encargado. Tenía que llevar un donativo para bendecir a un hombre que está en extrema necesidad. Los sentimientos se le conjugaron, entre el deber y el querer. Pues es más excitante ir de tiendas, que viajar hasta un barrio pobre, a entregar unas ropas, por muy gratificante que fuera. De inmediato se descubrió a sí misma buscando justificaciones que la inclinaran hacia lo que quería hacer y no hacia lo que debía. Fue en ese momento, como un rayo estalló en mi interior un versículo, -contaba- como si me lo hubieran dictado. “Yo soy el que habla contigo”. Ella lo repitió a modo de pregunta, “Yo soy, el que habla contigo?” Y yo por qué estoy pensando en eso?, qué tiene que ver esa frase que le dijo Jesús a la mujer samaritana con el hecho de que tengo mil cosas por hacer?
Inquieta, pues el versículo no se le salía de la mente, buscó la porción en la Biblia, hallándola en Juan 4:
25 Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.26 Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo.
27 En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella?
28 Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres:29 Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?30 Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él.31 Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come.
32 El les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis.33 Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer?
34 Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra.
Ahí fue cuando ¡Pum! Entendí lo que Dios me estaba diciendo. –explicó- Jesús tenía una necesidad en ese momento, comer, sin embargo, el hacer lo que fuera necesario para ayudar a aquella mujer y al resto del pueblo era mucho más valioso e importante que su necesidad física. Yo tenía un deseo, irme de tiendas, a gastar mi dinero para complacer personas, mientras, estaba dilatando el deber de ayudar a un hombre en necesidad, lo cual se me había asignado y honra a Dios. Solté todo y pidiéndole perdón a Dios por ser una vanidosa, me enfoqué en lo que debía y lo hice por amor a Él.
…sabes qué es lo más lindo de toda esta lección?-expresaba emocionada- Cuando le fallamos a un jefe, éste nos “come vivos” y nos hace sentir mal por haber sido irresponsables. Sin embargo, Jesús, simplemente diciéndome: “Yo soy el que habla contigo” me enseñó con su ejemplo y me guio a tomar la decisión correcta.
Juan 4:35 ¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega.
36 Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega.
¡Bendiciones!