La UASD con todos sus peros nos deja pequeñas victorias, a veces tan pequeñas que no se recuerdan. Más que conocimiento sistemático la UASD suele dar encaminamientos, encaminamientos en forma de profesores o amigos.
He tenido la dicha de conocer personas admirables y respetables hasta el hastío. Es sorprendente, dado la estupidez promedio que ronda a los estudiantes de educación, que haya profesores tan geniales y abnegados… será vocación o masoquismo que viene a ser lo mismo.
Por poner algunos ejemplos podría mencionar a C. González una (sino la única) eminencia en lingüística, a A. L. Mateo y su jovialidad contrastando con porte de caballero inglés, a G. Castillo que casi logra volverme profesor con su ejemplo, a Orlando Muñoz poeta con el terrible defecto de la humildad.
Pues como ya se dieron cuenta este ensayo es sobre y para Orlando Muñoz. No sé cómo pase sus materias, si yo lo que iba era a hablar de Sabina e intentar robar los libros que llevaba, pero ese no es el punto. El Sr. Muñoz es desgraciadamente humilde, tanto es así que fue el primer profesor, maestro mejor dicho, que nos aconsejaba casi como se aconseja a un amigo.
Y no es que sea terrible para un maestro ser humilde, no, lo terrible es ser humilde siendo un poeta de su nivel (los poetas se rigen por un complejo sistema de castas). Recuerdo que en la puesta en circulación de su más reciente libro les dedico lecturas a Isis Aquino y a Ricardo Cabrera que no son cualquier cosa, que llegarán a ser buenos escritores si no que ya lo son, pero el Sr. Muñoz es uno de los hitos para nuestra generación, para la generación mía o la de Isis y Ricardo.
Ustedes, amigos míos, tienen todo el derecho a no entender de qué les hablo pero para que se hagan una idea les sugiero una pregunta ¿cómo se hace un prologo de un poemario? Pueden tardarse en responder pero les diré que el único que conozco (dentro de mi muy limitado conocimiento) que sabe hacerlo es el Sr. Muñoz… el mismo que ya a estas alturas debe estar odiando que le diga “Sr. Muñoz”. No he visto prólogos tan bien hechos, tan exquisitos como su propia poesía, siendo por demás (algunas veces) prólogos hechos de poesía.
Pues hecha ya la introducción debida debemos ir pues a lo que vamos: el pasado miércoles 8 (creo) se realizó un recital maratónico y masivo en la librería de cultura. Recuerdo que Valentín Amaro, institucionalmente cordial como siempre, me invitó.
El recital fue un éxito, estaba tan lleno como cualquier colmadón en finales de la pelota. Tres horas cuarenta minutos de de-todo, en todos las ramas, en todos los niveles. En mi caso, y con la vertiginosa ayuda de Isidro J. G., hice una semblanza y una lectura del libro, patrocinado por el ministerio de cultura de Nikauly de la Mota. En fin, todo un éxito.
Un éxito desastrosamente opacado por el improvisado maestro de ceremonias. Felizmente conozco a la persona en cuestión y me agrada por lo que no mencionaremos su nombre. Aunque en primera instancia y en el calor del momento me atreví a comparar sus desatinos con acciones propias de un sargento de la policía nacional (así sin mayúsculas), muy a pesar de eso, decía, comprendí luego que se trataba de una novatada perdonable. Eso sí, la expongo aquí para aportar mi granito de arena en la prevención de errores similares y futuros.
El primer error fue fingir un orden: se exigía una lectura de no más de tres minutos, medida que fue irrespetada por los participantes y por el maestro de ceremonia que en descuidos olvidaba poner el cronometro. No es asunto para alarmarse y pasa en todas partes, de hecho hubiera sido algo sin importancia de no ser por el tercer error de esa noche. Pero no nos adelantemos.
El segundo error fue bastante más grave porque no solo implicaba desorden sino también tigueraje: cuando llego el turno de José Ángel Bratiní (un poeta de verdad, que todos deberíamos conocer) le saltaron el turno, por insistencia del propio maestro de ceremonia, para poner a una rubia, muy linda eso si, de sabe-dios-que de Chavón que traía un texto poco menos que muy de preescolar. Ustedes comprenderán que estaba determinado a largarme de ahí luego de semejante yerro. Pero esperé que leyera Bratiní, no por obligación sino por placer, y ahí vi que se acercaban Isis Aquino y Orlando Muñoz para ser los próximos en leer, no tuve más remedio que volver a sentarme.
Cabe destacar que Orlando Muñoz era el único poeta esa noche, me explico, los jóvenes que estábamos ahí somos eso mismo aprendices de escritores, los de mediana y avanzada edad que estaban esa noche toman la poesía como hobby. Está bien que un médico escriba poemas, que un abogado escriba una novela pero el Sr. Muñoz es poeta, poeta y punto. Esa noche él era el único poeta y bueno para el colmo.
El tercer error fue un golpe doble y sombrío: Orlando lee dos poemas bestiales, como es su costumbre, y mira al maestro de ceremonias como quien pide permiso, el maestro de ceremonias le dice “no, ya no hay tiempo”, el público por primera vez en la noche grita pidiendo otro poema, yo miro mi cronometro y veo que aún le quedan 35 segundos (que no da para nada pero considerando los demás tígueres que se excedieron…) mientras Orlando va a sentarse. Le sigue Isis que inmediatamente toma el micrófono dice que va a ceder parte de su tiempo para que el Sr. Muñoz lea otro poema y antes de acabar de hablar el maestro de ceremonias le dice “pues tiene que bajar entonces”…
Un poeta puede ser decente pero no humilde. Yo no aspiro a tener nunca la categoría de Orlando Muñoz, que por cierto se quedo sin chistar, pero yo en esa situación les hubiera recordado a los organizadores el nivel que les corresponde, con una sonrisa, sin ofender a nadie. La ignorancia es osada, irrespetuosa, eso está claro.
El problema, el grave problema es que el Sr. Muñoz presiente su grandeza y se sienta sin chistar. El recital fue un éxito, yo leí a Nikauly para estar acorde con la situación.