Dicen que se llamaba Carlo kilornchiño Filippo Giovanni Lorenzini, fue escritor y soldado, como el autor de “Corazón”, y vivió en Italia entre 1826 y 1890. Con esa retahíla de nombres, que más bien parecen una broma de mal gusto, creció y se multiplicó y sobrevivió de alguna manera a dos guerras. Para darse a conocer como escritor tuvo que utilizar el seudónimo de Carlo Collodi o simplemente Collodi, “referencia al pueblo de la Toscana donde nació su madre”.

No es un desconocido, ni siquiera para los que creen que no lo conocen. Es el autor de “Las aventuras de Pinocho”, de un personaje archifamoso, celebérrimo, amado y celebrado en casi todas las latitudes. Un rebelde llamado Pinocho.

“Fue publicado en Italia en el periódico ‘Giornale per i bambini’ (‘Periódico para los niños’) desde 1882 hasta 1883, con el título ‘Storia di un Burattino’ (‘Historia de un títere’), ilustrado por Enrico Mazzanti, y es una de las obras más leídas a nivel mundial. Así pues, cuenta con traducciones a más de doscientos cincuenta idiomas y dialectos, incluyendo al sistema de lectura braille. La obra también se ha convertido en uno de los libros más vendidos de todos los tiempos. Desde su primera publicación, la novela ha dado lugar a diversas adaptaciones a lo largo del tiempo, entre las que se incluyen grabaciones de audio, obras de teatro, películas, ballets y obras de ópera”.

Carlo Collodi, por Komiotis

Los libros, casi todos los libros tienen una zurrapa ideológica, incluyendo los libros de literatura infantil. Algunas de las más famosas obras del género (“Caperucita”, “El pájaro azul”, “La bella durmiente”, “Corazón”, “Alicia en el país de las maravillas”, “El principito”, “El amante de Lady Chatterley”) dicen mucho más de lo que el título anuncia. Contienen a veces peligros o advertencias que se ocultan detrás de toda lectura inocente.

“Lo curioso y que muchos no saben es que Carlo Collodi no se había propuesto a hacer un cuento infantil inicialmente y le había dado otro final a su historia. En la versión original tenía previsto finalizar su novela en el capítulo XV con Pinocho  ahorcado por sus innumerables faltas y sólo en versiones posteriores la historia obtendría su famoso final en el que la marioneta se convierte en un niño de verdad. Llegó incluso a escribir el cruel desenlace: ‘No tuvo fuerzas para decir nada más. Cerró los ojos,  abrió la boca, estiró las piernas y, dando una gran sacudida, se quedó tieso’. Horrorizado, su editor le obligó a suprimir ese  pasaje y a escribir otros veinte capítulos de carácter más infantil.

“No es extraño un final tan agresivo, puesto que Carlo Collodi era amigo de las fiestas y amante de las mujeres, y también un anticlerical contumaz.

“Con todo, la obra fue también objeto de críticas y censuras, pues presentaba a un niño mentiroso y travieso, quizás una  proyección del propio  Collodi. Sin ir más lejos, en Estados Unidos se publicó una versión de Pinocho más moderada y políticamente correcta”.    

El origen de Pinocho se remonta al día en que “el carpintero maese Cereza encontró un trozo de madera que lloraba y reía como un niño”. Su historia es tan curiosa como divertida:

“Pues, señor, es el caso que, Dios sabe cómo, el leño de mi cuento fue a parar cierto día al taller de un viejo carpintero, cuyo nombre era maese Antonio, pero al cual llamaba todo el mundo maese Cereza, porque la punta de su nariz, siempre colorada y reluciente, parecía una cereza madura. Cuando maese Cereza vio aquel leño, se puso más contento que unas Pascuas. Tanto, que comenzó a frotarse las manos, mientras decía para su capote:

Pinochio

“-¡Hombre! ¡llegas a tiempo! ¡Voy a hacer de ti la pata de una mesa!

“Dicho y hecho; cogió el hacha para comenzar a quitarle la corteza y desbastarlo. 

“Pero cuando iba a dar el primer hachazo, se quedó con el brazo levantado en el aire, porque oyó una vocecita muy fina, muy fina, que decía con acento suplicante:

“-¡No! ¡No me des tan fuerte!

“¡Figuraos cómo se quedaría el bueno de maese Cereza!

“Sus ojos asustados recorrieron la estancia para ver de dónde podía salir aquella vocecita, y no vio a nadie. Miró debajo del banco, y nadie; miró dentro de un

armario que siempre estaba cerrado, y nadie; en el cesto de las astillas y de las virutas, y nadie; abrió la puerta del taller, salió a la calle, y nadie tampoco. ¿Qué

era aquello?

“-Ya comprendo –dijo entonces sonriendo y rascándose la peluca–. Está visto que esa vocecita ha sido una ilusión mía. ¡Reanudemos la tarea!

“Después se puso a escuchar si se quejaba alguna vocecita. Esperó dos minuto y

nada; cinco minutos, y nada: diez minutos, y nada.

“-Ya comprendo –dijo entonces tratando de sonreír y arreglándose la peluca-.

“Está visto que esa vocecita que ha dicho ¡ay! ha sido una ilusión mía. ¡Reanudemos la tarea!

“Y como tenía tanto miedo, se puso a canturrear paca cobrar ánimos. Entre tanto dejó el hacha y tomó el cepillo para cepillar y pulir el leño. Pero cuando lo estaba cepillando por un lado y por otro, oyó la misma vocecita que le decía riendo:

“-¡Pero hombre! ¡Que me estás haciendo unas cosquillas terribles!

“Esta vez maese Cereza se desmayó del susto. Cuando volvió a abrir los ojos, se encontró sentado en el suelo.

“¡Qué cara de bobo se le había puesto! La punta de la nariz ya no estaba colorada; del susto se le había puesto azul.

“Entonces entró en la tienda un viejecillo muy vivo, que se llamaba maese Gepeto; pero los chiquillos de la vecindad, para hacerle rabiar, le llamaban maese Fideos, porque su peluca amarilla parecía que estaba hecha con fideos finos. Gepeto tenía un genio de todos los diablos, y además le daba muchísima rabia que le llamasen maese Fideos. ¡Pobre del que se lo dijera!

“-Buenos días, maese Antonio -dijo al entrar-. ¿Qué hace usted en el suelo?

“-¡Ya ve usted! ¡Estoy enseñando Aritmética a las hormigas!

“-¡Es una idea feliz!

“-¿Qué le trae por aquí, compadre Gepeto?

“-¡Las piernas! Sabrá usted, maese Antonio, que he venido para pedirle un favor.

“-Pues aquí me tiene dispuesto a servirle -replicó el carpintero.

“-Esta mañana se me ha ocurrido una idea.

“-Veamos cuál es.

“-He pensado hacer un magnifico muñeco de madera; pero ha de ser un muñeco maravilloso, que sepa bailar, tirar a las armas y dar saltos mortales. Con este

muñeco me dedicaré a correr por el mundo para ganarme un pedazo de pan y… un traguillo de vino. ¡Eh! ¿Qué le parece?

“-¡Bravo, maese Fideos! -gritó aquella vocecita que no se sabía de dónde salía.

“Al oírse llamar maese Fideos, el compadre Gepeto se puso rojo como una guindilla, y volviéndose hacia el carpintero, le dijo encolerizado:

“-¿Por qué me insulta usted?

“-¿Quién le insulta?

“-¡Me ha llamado usted Fideos!

“-¡Yo no he sido!”

Pinocho es un rebelde, un travieso incorregible, un mentiroso compulsivo, no es un conformista como el personaje principal de “Corazón”, no es un muchacho modelo, no es hijo de padres pudientes,  es hijo de la pobreza y la soledad, alguien que alguna vez desearía estar preso para poder comer:

“De vuelta maese Gepeto en su casa, comienza sin dilación a hacer el muñeco, y le pone por nombre Pinocho.

“La casa de Gepeto era una planta baja, que recibía luz por una claraboya. El mobiliario no podía ser más sencillo: una mala silla, una mala cama y una mesita

maltrecha. En la pared del fondo se veía una chimenea con el fuego encendido; pero el fuego estaba pintado, y junto al fuego había también una olla que hervía

alegremente y despedía una nube de humo que parecía de verdad”.

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