Todo empezó con un «late show» donde un tal David Letterman entrevistaba a Barak Obama. Una charla que, después del intercambio de tonterías de rigor (secundado por la risa de la concurrencia), abordaría cosas serias: Selma, las marchas, John Lewis, el voto de los afroamericanos…
Supongo que el programa había sido grabado antes de que la policía de Minnesota sometiera hasta la asfixia al desdichado de George Floyd. Otra raya más al tigre, como reza el refrán, en lo que a brutalidad policial se refiere. En seguida, protestas y más protestas que abanderaban consignas como Black Lives Matter. Por si las dudas, desplegamos a la Guardia Nacional en Oregon, en Chicago, en Los Ángeles y en…, habrían decidido los del gobierno, a quienes el origen del malestar social, les tenía sin cuidado.
Luego, en ese mismo programa, Míster Letterman aparece cruzando un puente de hierro en un pueblo cualquiera. Lo acompaña un hombre sonriente y bajito, entrado en años. No sabía que se trataba de John Lewis, un personaje importante (por decir lo menos), congresista y luchador comprometido que, para mayores detalles, había acompañado a Martin Luther King en el Movimiento por los Derechos Civiles.
No era un pueblo cualquiera, sino Selma y cruzar ese puente significaba traer a la memoria el Domingo Sangriento o Bloody Sunday. En efecto, el siete de marzo de 1965, la policía estatal de Alabama esperaba del otro lado, lista para agasajar, a punta de gas lacrimógeno y garrotazos, a unos «negros desconsiderados» que marchaban rumbo a Montgomery, la capital, para protestar porque no los dejaban votar.
La marcha había sido organizada por John Lewis; así se iniciaba en el arte de la lucha por las minorías relegadas. Aquel domingo, el joven activista –apenas tenía veinticinco abriles– acabaría en un hospital con la cabeza abollada. Las imágenes fueron difundidas en la televisión y la gente quedó conmocionada (más los participantes que los mirones de la pantalla chica). La represión atrajo al reverendo Martin Luther King que, rápido vino desde Atlanta y hasta al presidente Lyndon Johnson. El mandatario estaba reacio a promulgar una enmienda o una ley o lo que fuera, para garantizar el ejercicio del sufragio (al final no tuvo otra opción que hacerlo). Esa indecisión no se le había notado en Vietnam, allí si había soldados que decían proteger a los americanos, no como en Selma, alegaba Lewis…
Desde entonces se conmemoran las protestas de Selma en el mes de marzo. En 2015 el propio Obama cruzaba el puente, al cumplirse el medio centenar del sangriento episodio. Inclusive pusieron una placa muy bonita en un pilar del puente, pero no se les ocurrió ponerle otro nombre. En efecto, se llama Edmund Pettus, en honor a un político y militar de Alabama, veterano de la Guerra Civil y que, según los de Wikipedia, perteneció a esa filantrópica asociación conocida como el Ku Klux Klan.
Emocionado por la historia, me dije que habría que visitar aquel lugar. No fue fácil llegar desde Luisiana, había que abandonar la carretera principal e internarse en caminos secundarios, cercados de campos de algodón, de granjas, de paisajes rurales…
Llegué al final de la tarde, los nubarrones y el frío le daban a la ciudad una apariencia gris, fantasmal. Galpones en ruinas, casas de muros marchitos; el lugar parecía deshabitado, nadie en las calles, o casi, salvo las demasiadas patrullas policiacas, que presurosas, circulaban como un funesto recordatorio (por cierto, ninguna me detuvo).
Por culpa de la terca lluvia, me abstuve de emprender la caminata hacia el puente. Vi –por fuera– las muchas iglesias que rodean al pueblo, particularmente una famosa, que preside un barrio de casas humildes erigidas en los años cincuenta, a donde el Reverendo King solía ir a reconfortar a los suyos.
A la mañana siguiente la lluvia seguía allí, potente y nada amigable. Me estacioné en la primera calle paralela al puente. Me puse mi chamarra y hubiera preferido toparme con los antimotines en lugar de los charcos inevitables que me mojaron los zapatos. Caminé sin confianza, el puente se erguía como una loma de concreto y fierros. Di un paso, dos, tres… Antes de llegar a la parte más alta estaba empapado, ni siquiera podía admirar los arboles (sin hojas) de la rivera o el río mismo, el Alabama, afluente del Mississippi.
Sin reproches heroicos me di media vuelta y corrí a refugiarme en la tienda de souvenirs, que presidía el Museo del Sitio. Obviamente estaba cerrado, pero el encargado-vendedor, agradecido de que interrumpiera su aburrimiento, me mostró fotos y libros de otros ciudadanos que se habían sumado a las protestas y a quienes el KKK terminó por asesinar: Un granjero acaudalado, de color, que era bueno para los negocios; una mujer, Viola Liuzzo que había venido desde Michigan y que ayudó a los inconformes…
Al final hablamos de la foto de Obama, la del cincuenta aniversario. El presidente marchaba en medio del congresista Lewis y de una mujer en silla de ruedas, que cuando niña había participado en las protestas. Le di las gracias, me sequé como pude y volví al carro, atrás se quedaba Selma y su puente trágico y ejemplar. En el semáforo leí el imán que había comprado en la tienda: Someone paid the price for your right to VOTE, y me sentí orgulloso de mi activismo, los 5 dólares que había pagado servirían para la conservación del Museo…