El país se apresta a celebrar un nuevo proceso electoral, luego de las fallidas elecciones del 15 de febrero pasado.
Lo que ocurrió y que detonó hasta resultar en la suspensión de ese proceso electoral fue un evento inédito, sin antecedentes en la historia política y democrática de nuestro país, lo que por supuesto ha colocado la mira en nuestro país, más que por el hecho en sí mismo, por el impacto que significó en un país con una incuestionable tradición democrática que si bien joven, ha tenido fuertes cimientos consolidados en este siglo 21.
Soy de quienes creen que República Dominicana atravesó por un bache, muy significativo realmente que si bien deben determinarse las causas y si hubo en ellas intenciones malignas y dirigidas por grupos neblinosos, imponer todo el peso de la ley sobre sus incitadores y artífices, para poner un ejemplo que contrarreste cualquier otro intento en el futuro que exponga a los responsables y los anule de la vida civil.
La democracia dominicana ha tenido la suficiente vitalidad para atravesar cualquier prueba y una de sus mayores benignidades es que el pueblo, las masas, la gente de pie tiene desde hace muchísimas décadas la conciencia y el conocimiento de que en democracia tenemos el mejor y más adecuado de los sistemas políticos. Gracias a ese pueblo nos sostenemos dentro del esquema de las libertades públicas y ese pueblo es responsable de contar con la madurez de enfrentar posibles intentonas que afecten ese trayecto, lo que es garantía de acudir a las próximas elecciones pautadas para el 15 de marzo.