Una encuesta realizada por la empresa Newlink y el grupo de comunicación Corripio reveló la excelente disposición del dominicano para la felicidad. En diciembre pasado, tres de cada cuatro dominicanos se sentía satisfecho o muy satisfecho con su vida, o sea un 75.3% de la población.

Esta propensión para escapar a la crisis,  en tiempo de paquetazo fiscal fue medida antes de que la ciudadanía se hubiera beneficiado de los programas “Navidad sin Hoyos” y “Vivir Tranquilo”,  así como por la entrega de cajas navideñas con caras del ex presidente, la repartición de más de 800 mil  canastas navideñas de la actual presidencia, las comidas ofrecidas y servidas “humildemente” por nuestra ex primera dama y actual vicepresidenta al “ejército de ángeles que Dios ha provisto para llevar paz y prosperidad y esperanza a las familias más necesitadas”.

Sin contar con los  juguetes repartidos por nuestra primera dama en calidad de reyes magos por un valor de 100 MM de pesos a la par de la promesa que “mientras Danilo sea su Presidente y Candy su Primera Dama, no morirá la alegría de cada niño y niña de cada hogar dominicano”, ni con las migajas de los barrilitos y cofrecitos distribuidos por nuestros legisladores (dádivas todas que vale la pena recordar salen de los mismos bolsillos de los felices ciudadanos entrevistados).

Según esta lógica, en enero la capacidad de felicidad debería mantenerse estable, ya que además de tantos obsequios algunas empresas han decido absorber de manera “desinteresada” los efectos del paquetazo durante el mes de enero  y que  Cacón, uno de los tantos enemigos públicos, ha sido ultimado extra judicialmente y se agrega a la lista de antisociales eliminados para nuestra máxima seguridad.

Con soluciones sencillas, clientelistas y propagandísticas a problemas complejos iniciamos el 2013; con la euforia que nos invade en periodos festivos donde para botar el golpe el alcohol no está limitado y  la chercha es reina.

Sin embargo, los motivos y resultados arrojados por la encuesta arriba mencionada me dejan  perpleja: el tradicional pesimismo dominicano se ha desvanecido con una varita mágica y  no siento reflejado el surgimiento de los indignados, la desesperación de una juventud sin perspectivas de futuro y delincuente, la violencia de los asesinos y sus secuelas en todos los bandos donde pagan justos por pecadores, la miseria moral y social de nuestros barrios, la lucha constante de los que viven de un malabarismo digno de admiración para el sustento de su familia y que, según las estadísticas, representan más de 40% de la población.

Encuestas de este tipo no pueden servir para hacer caso omiso a los problemas reales, sobre todo cuando sabemos de antemano que hay una tendencia cultural marcada a evitar las declaraciones negativas, a enlazar las situaciones personales con la del conjunto y que esta disposición  se refleja en encuestas similares  realizadas en otros países de América Latina.

El sistema clientelar “dominican style” es el  escollo más grande a la democracia real. Es cierto  que en esta materia, como en materia de corrupción, estamos compitiendo con otros países. No somos peores o mejores, sin embargo, es aquí que vivimos y es aquí que estamos retomando paulatinamente conciencia  del  engranaje y  del daño ejercido por estas prácticas. Sin lugar a dudas, el clientelismo ha sido medularmente enraizado en la conciencia de generación en generación y ha mantenido en un ascenso vertiginoso luego de la caída de Trujillo, creciendo con mayor fuerza en los últimos 8 anos.

Al no tener ideologías o agendas sociales el clientelismo y su gemela, la corrupción, distraen grandes recursos a la inversión social y reproducen la pobreza vía el asistencialismo y la falta de educación cuidadosamente mantenida por nuestros gobernantes. Se manipula desde el poder las conciencias, el verbo, vía conexiones casi mesiánicas.

Las palabras y los conceptos han perdido su sentido. Todos los candidatos en la pasada campaña electoral, cual sea su colorido, usaron exactamente los mismos términos políticamente correctos en el mundo de los organismos internacionales detentores del maná que vierten sobre nuestro país vía mecanismos de cooperación, préstamos duros y blandos. Se nos quiere vender solidaridad, palabra a la moda, por clientelismo. Clientelismo y solidaridad no son las dos alas de un mismo pájaro: son términos contrapuestos con finalidades diferentes. Mientras el clientelismo persigue la sumisión y el apoyo personal o político con despliegue propagandístico, la solidaridad busca el bien común y la ayuda desinteresada a los más necesitados, impulsando políticas sociales que favorezcan el interés general de los pueblos.