El título de esta columna es “El mundo que veo” y en esta ocasión quiero ofrecer perspectiva de fondo sobre algo que todos hemos tenido la oportunidad de ver desde finales de enero: la alianza entre cinco asociaciones y veintiún empresas productoras o utilizadoras de plástico, que, con financiamiento parcial del Banco Interamericano de Desarrollo, que bajo el nombre de Nuvi, han empezado a implementar una plataforma destinada a que la población de la capital, y eventualmente del país entero, participe más activamente en los procesos de reciclaje de desechos sólidos, más concretamente, los que producidos por exceso de plástico.

Lo primero es que, aunque ha alcanzado niveles desesperantes, tal como es evidenciado en una película de producción local, el problema de exceso de plástico es relativamente reciente, de los años ochenta en adelante, cuando empezamos a sustituir el vidrio de los envases de bebidas (leche, sodas, aceite) primero por metal y luego por plástico, que es más barato, más ligero y “no se rompe fácilmente”. En verdad, este subproducto del petróleo tiene muchos atractivos. El problema es que suele estar diseñado para uso único y, una vez terminado esa efímera utilización, los plazos de eliminación pueden ser muy largos. Con el vidrio hay la posibilidad de un reciclaje inmediato y si llega a no ser reciclado (cae el mar o se rompe y permanece en la tierra), no presenta peligro para la vida circundante.  Los peces no se mueren ingiriendo los antiguos botellones de leche y las cunetas nunca se han visto inundadas de botellas de refresco como se ha mostrado en muchos noticieros televisivos recientes.  En el largo plazo, los materiales orgánicos resultan menos nocivos que este elemento tan resistente y difícil de transformar dentro de la naturaleza.  Convertir una botella de plástico en material para carretera, como se hace en los Países Bajos, es más difícil que refundir el vidrio o el metal y volverlo a utilizar.

Alertados por las perspectivas de este fenómeno, desde hace más de diez años que personas conscientes dentro de las entidades que forman parte de Nuvi trabajaron, primero a nivel individual y luego dentro de un marco colectivo, para ponerse de acuerdo en definir indicadores comunes que pudieran ser comparables, en diseñar rutas de recolección y en capacitar a los buzos de basura para lograr lo que hoy vemos en tantos medios.

Afortunadamente, los temas de la gestión de la basura y de atención a la sostenibilidad han adquirido visibilidad, pero, al igual que con otros temas, en algunos casos se trata más de atención que de intención de solución.  La gran posibilidad de éxito del programa Nuvi es que, además de atención a los plazos de uso de los materiales, la respuesta se ha diseñado de una manera colectiva, una tendencia reciente en la atención a problemas sociales.  Es el caso de la respuesta a los problemas de salud identificados a raíz de la colaboración dominicana para Haití cuando el terremoto de 2010. También es el caso de la atención a la fabricación de proezas deportivas.

Vaya mi reconocimiento a las instituciones involucradas en Nuvi cuyo trabajo tiene una dimensión colectiva, así como a las instituciones que fabrican o utilizan directamente el plástico.  Ahora nos toca a los usuarios individuales poner nuestra cuota.