Un partido o una parte de él incapaz de comportarse y actuar democráticamente no podrá nunca dirigir a un país bajo normas democráticas. Un dirigente de un partido que se crea su dueño y que actúa como si la organización fuera una empresa privada suya, jamás entenderá la necesidad de crear espacios libres de opinión para facilitar la práctica democrática y contribuir así con el fortalecimiento de las instituciones que le son necesarias.
La reciente actividad realizada por la facción que dirige el señor Miguel Vargas Maldonado para seleccionar los directivos de ”su” Partido Revolucionario Dominicano (PRD) será todo lo que él y su gente quieran llamarle pero no fue propiamente una convención de un partido genuino que se precie de sus valores democráticos. Y no por los desórdenes que en ese triste evento se produjeron, ofreciendo al país un espectáculo deprimente, sino por todo el oscuro y tortuoso andamiaje que le precedió, para que un hombre intransigente y en extremo autoritario colmara su apetito político y se proclamara nuevamente su presidente, asegurando con ello una ridícula e infeliz candidatura presidencial a unas elecciones en las que no tendrá posibilidad ninguna y de la que saldrá con absoluta seguridad otra vez derrotado.
El evento del domingo de su fraccionado PRD puso al descubierto el descalabro del sistema político dominicano, la desnudez democrática en que vive la nación y el cuestionado papel de los organismos electorales, que faltaron a su deber de supervisar no sólo lo que ocurriera ese día negro de un moribundo perredeísmo, sino todo el proceso de organización de una actividad que sólo tenía el propósito de darle legitimidad a un liderazgo prestado sin mérito propio.
Y pensar que dinero público, recursos del presupuesto nacional, son usados para financiar eventos tan penosos que sólo sirven para mostrar la orfandad democrática de sus actores.