A  Fortune Modesto, a quien quiero y respeto mucho;  porque quiere cosas buenas para la humanidad y el pueblo dominicano, y de quien difiero en las tareas políticas de la coyuntura.

En la  coyuntura, que no acaba de formarse  todavía, y la incertidumbre es un componente de la misma, se observan elementos que permiten considerar la posibilidad del fin de las figuras políticas y sus influencias sociales  que han dominado en los últimos 20 años; que podría ser un cierre de época para dar paso a otra;  lo cual plantea una cuestión que el progresismo y la izquierda deben abordar, escudriñando cosas esenciales, de carácter táctico y estratégico.

Hipólito Mejía,  Danilo  Medina y  Leonel  Fernández podrían irse, si no ahora, en el corto plazo como figuras de primer plano;  involuntario claro está,  en el caso de los dos últimos; con lo que se abrirían otras perspectivas políticas, relacionadas con el relevo político.

Podrían. Será, si hacemos bien las tareas políticas.

Este es un aspecto de la coyuntura que se forma,  y sería de buen juicio político poner las miras y los esfuerzos,  así a lo que es posible, dada la correlación de fuerzas incluyendo los valores dominantes,  entre el progresismo y lo conservador;   como  a  lo que  conviene al avance democrático y progresista.

¿Conviene  la salida de escena de esas tres figuras?  Y si es así ¿Cómo contribuir a ese hecho?   Y en el fondo de estas cuestiones, otra acaso más importante ¿Cómo propiciar un trasvase de fuerzas sociales hacia el progresismo  en  la búsqueda de una nueva mayoría electoral en el mediano plazo, y que, al mismo tiempo,  impulse una nueva transición democrática?

La historia política dominicana, desde 1844 cuando se fundó la República,  deja clara la constante de que las mayorías electorales se han construido con referencia al poder mediante el trasvase de fuerzas sociales de un partido a otro,  en unas circunstancias políticas e históricas determinadas. El grupo de Pedro Santana, que no fue un partido como lo entendemos hoy, pero que dominó la vida del país durante nueve años una vez el caudillo tomó el poder, fue la fuente de la que surgieron otros grupos políticos que también dirigieron el país. Los procesos de 1854, 1857 y 1858, 1861-65, en los que destacan reformas a la constitución, la revolución que condujo a la Constitución de Moca, la anexión a España y la lucha por restaurar la República, incluyen trasvases de fuerzas sociales del santanismo a otros grupos, llegando a convertirse luego de años  en partidos como el Rojo de Báez y el Azul de Luperón.

Esos trasvases los vimos también en el siglo 20.  En 1962,  Bosch  atrajo las fuerzas sociales del trujillismo.  Estas se alojaron en el  balaguerismo en 1966, y recicladas en los gobiernos de 19966-78,  se hospedaron en 1996 hasta hoy en el peledeísmo  donde también han tenido renovación.

Esta es la historia.  Si hemos de participar en la lucha institucional en una visión para el cambio progresista en las condiciones del país, es de rigor que el análisis político e histórico tome cuerpo y, a la luz de ese análisis y con criterio de oportunidad política, definamos  propósitos.

Esta es una cuestión de la coyuntura que se está formando, y debemos verla desde la historia, como ciencia.

Hay que atreverse a trabajar para meter el país en un círculo virtuoso que lo mueva hacia delante, supere el régimen que debió morir con la dictadura de Trujillo,  y  desarrolle un programa  para una nueva transición democrática.  Para eso es necesario que a partir del 2020 haya gobierno nuevo, con el apoyo de una amplia  base social que sólo puede darlo la unidad en torno a un programa democrático de las fuerzas de la oposición.

La fórmula política a estas perspectivas tiene que ser un Polo Opositor. Uno solo, no varios que se alimenten del mismo caudal de votos opositores y le den así posibilidad de pervivencia al  peledeísmo en cualquiera de sus expresiones formales.

Ese Polo Opositor tiene que  ser virtuoso, no vicioso,  como los anteriores. Porque se fundamente en un programa de gobierno, y para la transición democrática,  en un proceso que tocará varios períodos. Y porque puede que para cumplir ese programa sea  preciso   varios gobiernos continuos, y así las cosas, debería incluir la alternabilidad dentro de sus integrantes. Esto es lo que sería “un pacto sin precedentes”, que introduciría elementos nuevos, refrescantes, al activismo político del país que hoy es redundante y cansón.

No es nada nuevo,  por lo menos en América Latina.  En circunstancias particularmente difíciles, en otros países se han logrado pactos de largo alcance con alternabilidad de gobiernos, en este caso de gobernantes,  porque el programa sería  continuo.  Cualquiera que sea la diferencia con el contenido programático de experiencias de formato parecido, es de señalar la Concertación que se dio en Chile (1990),  para superar el modelo de Pinochet;  en Colombia con el Frente Nacional (1958- 74)  para dar estabilidad a ese país después de la dictadura de Rojas Pinilla  y el Frente Amplio de Uruguay (1971), para superar el modelo político de la dictadura cívico- militar que gobernó ese país entre 1973- 85, en sus inicios con Juan María Bordaberry a la cabeza.

Las posibilidades de desarrollo masivo del progresismo y la izquierda, a saltos, están en ese  polo así concebido. Fuera de ahí, restan a la posibilidad de derrotar al peledeísmo,  o dicho de otra manera, ayuda a este, porque lo poco o mucho que consigan es quitándoselo a otros opositores; nada aportan a la posibilidad de la  transición democrática, y electoralmente se mantendrían en el rango de la  sobrevivencia.