- Los escritores dominicanos no piensan como isleños
Nos referimos a la ausencia de la novela del cabotaje. Durante años por muchas razones, principalmente por los muchos y caudalosos ríos, por los caminos fangosos, por el peligro de viajar por zonas solitarias temiendo los asaltos, en fin, por la facilidad de ir de un pueblo a otro. En la Revista eme-eme (que dirigiera precisamente Frank Moya Pons) se ofrecieron correspondencias entre el arzobispo Meriño y unos curas sureños. Allí se habla de los capitanes. Un compañero de estudios Quintino Ramírez, de Barahona, nos contaba que su padre tuvo dos barcos. De Puerto Plata hay leyendas de los viajes a Santiago de Cuba como si fuera una ruta nacional o en Cabrera y esas zonas se iba a Turquilandia. De Sánchez se viajaba a San Pedro de Macorís y la capital. Es decir, la gente disfrutaba la mar, aunque se confundiera el Océano Atlántico con el Mar Caribe.
Debe haber una cantidad de anécdotas y de referencias que se han perdido.
El primer poema en prosa marinero que conocemos es el siguiente:
- Un poema de Tulio Manuel Cestero (1877-1955) del 2 de diciembre de 1894
Miosotis
–Mozo trae más cerveza en jarrones y una copa de rom. Isaac pobre amigo, tomas tú rom?
Ese es el colmo, el rom aniquila y embrutece. La cerveza es la reina de los licores, ese chorro rubio, que cae de la llave de metal de la pequeña pipa, es el único rival que tienen los trenzados cabellos rubios de mi amada. La cerveza inspira y disipa las nostalgias y en el vaso, al consumirse la blanca espuma que la corona, produce un arrullador fru-fru de seda. Yo la escancio con deleite porque el recuerdo de mi amada ausente me tortura y esta bebida alemana me consuela!
Dentro de mi jarrón de barro esmaltado con vetas azules, la veo como en el día de la partida, en el viejo muelle donde los barcos encadenados rugían, al chocar impelidos por la corriente contra los anchos tablones.
Ah! esta cerveza es más amarga, pero más deseada, que las melancólicas barcarolas que entonaban con sus voces destempladas los marinos que la condujeron al bajel que en el puerto se tambaleaba y movía como un atleta borracho. Oh! cerveza–reina, tú das placer y quitas penas, con tu sabroso amargor.
Isaac qué día aquel! Yo tenía miedo, un miedo cerval; esa inmensidad azul, verde y blanca, que se irrita o está en calma, que brama, que murmura, podía robarme mi pequeño tesoro de artista.
Recuerdo bien todos los detalles tristes de aquella despedida, ella me miraba con sus ojos azules como miran las alondras quejumbrosas y los pintados colibríes de verde follaje, y sin embargo se marchó sin decirme que me amaba.
Isaac pobre amigo esta pena me atrofia y me obliga a ir tras ella. Feliz tú que no sientes ya; el rom te ha embrutecido, te envidio pero no pruebo esa medicina, prefiero la cerveza que al pasar por mi garganta produce un glu-glu encantador.
Oh, mi virgencita rubia, que cuando la media noche me sorprende pensando en ti, me parezca sentir tus mejillas frescas del color de las rosas de Jericó, junto a las mías pálidas y que las doradas guedejas de tus cabellos enjuguen el frío sudor que inunda mi frente de soñador,
–Mozo, trae cerveza en jarrones, más cerveza en jarrones de barro esmaltado de vetas azules a imitación de los blocks alemanes y rom para este pobre amigo Isaac.
Se publicó en la revista El Hogar No. 5 de esa fecha. Esta vez se presenta un bohemio que ha tenido una experiencia marinera. Es posible que influido por Robert Luis Stevenson (1850-1894) en La isla del tesoro, que se había publicado en 1881, empero había sido un éxito editorial que se había traducido al francés o el español, idiomas que dominaba Cestero.
Entre otros tenemos a Primitivo Herrera (1888-1953) con Marina, 1913, Ana Teresa Conde (¿….-….?, con Mar de las Antillas, 1917 y Carlos Sánchez i Sánchez (1895-1974), con El amor del mar ,1920. Esos recuerdo, pero debe haber más autores y poemas. Entre los más famosos está Yelidá (1942) de Tomás Hernández Franco (1904 -1952) que se desarrolla en Cabo Haitiano y habla de Erick el muchacho noruego. Hay otros que citan o sitúan en el mar algunos aspectos, empero, un texto totalmente marinero como La taberna de Fhips, que recordemos, es el único totalmente marinero. Ahora bien, ¿Quién es José Moya Pons, su autor?
- Este es José Moya Pons
Aunque algunos lectores se habrían confundido con estos dos apellidos tan sonoros en el medio cultural dominicano, gracias a su hermano mayor, Frank Moya Pons (1944). Realmente, se trata de un hermano suyo.
Antes de comentar su texto, quiero que el lector conozca algo del autor ya que tanto él como Frank me enviaron algunas notas. Iniciamos con la remitida por él:
«1 – Nacimiento: Tiempo ha, en la Ciudad de La Vega, Rep. Dom.
2 – Otros textos: El color de los remos (poema corto, inédito).
3 -Ambiente cultural: cero en La Vega (ninguno).
4 – Lecturas: Víctor Hugo, Paul Valéry, Sthepane Mallarmé, Charles Baudelaire, Gustavo Adolfo Bécquer, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Rubén Darío, Sinclair Lewis, Mark Twain, John Steinbeck, y el preferido escritor de mi niñez: Emilio Salgari. Sus obras sembraron en mí la afición por la exploración y la aventura, mi fascinación por el bosque, las nubes y el mar, que aún siguen conmigo.
De los escritores y poetas franceses pasé a los hispanoamericanos, norteamericanos y dominicanos. Este es mi recorrido literario de mi niñez y adolescencia.
Ningún grupo cultural, tertulia o peña literarios. Solo compartía con un pequeño grupo el juego de ajedrez, que todavía practico.
El conocer los reales bucaneros y piratas, Alexander Olivier Exquemelin, Henry Morgan, etc. leyendo con fruición lo publicado por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, movieron mi imaginación y eso me llevó a crear la obra actual que nos ocupa con la convicción de que podría transmitir al lector un disfrute similar al que tuve al escribirla».
He aquí una síntesis aclaratoria de Frank Moya Pons:
«Puedo añadir a lo que él te escribió lo siguiente. Es el segundo en edad de mis hermanos (tres varones y una hembra). Yo soy el mayor. Él es un año y medio menor que yo.
Estudió ingeniería y trabajó muchos años en las minas de la Rosario Dominicana y la Falconbridge, en Bonao.
Seis décadas atrás, muy joven, fue a pasar unas largas vacaciones en Samaná y se enamoró de la naturaleza de aquella región, en donde años después compró un pedazo de tierra con la idea de construir una casa allí. No lo hizo porque se fue a vivir a Estados Unidos, pero se quedó con el sueño de Samaná y su ecología incrustado en su alma. Para él la Samaná aislada y semiprimitiva de aquellos años era lo más cercano al paraíso.
Extraordinariamente tímido y retraído sigue siendo hombre de poquísimas palabras. Fue un lector empedernido de todas las obras literarias que caían en sus manos, las cuales, pienso, debieron ayudarlo o inspirarlo para forjar su destreza literaria. Cuando estudiante recuerdo que detestaba los grupos ruidosos de sus compañeros y prefería la lectura. No era muy atlético. Era más bien cerebral y prefería el ajedrez a los deportes físicos. De estos solamente practicaba la natación. Los demás jóvenes lo envidiábamos porque tenía mucho éxito con las muchachas».
- El libro de José Moya Pons
Como señalamos la temática del libro es el mar. Precisamente la taberna marinera de Phips. Es el epicentro de todo. A veces la creemos en medio de la selva y otras en la mar. Confusión de lector mediterráneo, como él, que nació más lejos de las olas, en el centro del Cibao, y luego, pudo irse por sobre las olas o en vuelo lejos del país.
Ese texto se redactó hace muchos años. Lo tenía inédito en un cuaderno abandonado. Como hace uno cuando cree que algo no posee valor. No hay fotos, ni nota alguna del autor, aparece solo en las páginas nones: 81 de texto. No deja de ser una curiosidad bibliográfica en estos tiempos.
Aunque él habla de Samaná, veamos cómo presenta su poema:
«Esta reseña escrita por el asombro
describe nuestro reciente pasaje por las tierras
que toca el mar Caribe.
Caminata y travesía deslumbrantes.
Soledad y asilamiento
Todo en redor está despoblado, solo.
Los aborígenes desaparecieron.
Los invasores partieron.
De estos apuntes sacamos el inusual encuentro
con un refugio y asilo de extraña gente de mar
llegada de todas partes y aposentada aquí
hasta el final de los tiempos.
Es sorpresa que inicia, recorre y termina el cuaderno.
Su publicación preserva estas notas de viaje como
dicho de real testigo de vista en ese rodeo.
A esto le sigue lo que bien podría ser, visto desde Estados Unidos, donde reside, como un titular segundo:
Indias Occidentales.
El aluvión de versos libres que continúa nos va convenciendo de que él se sintió marinero:
Al recodo del último trazo
del Cabo
nos unimos los hermanos de la costa.
*
Aquí
la taberna de Tom
se regaza en la selva.
Una niebla de ansias,
alcohol y tabaco,
colgada del juego
la envuelve y la cierra
Al frente, el mar la bordea.
Arriba, un techo de ensueños
la cubre, encanta y vela.
Un reflejo de nácar
nos guía y nos lleva.
De ahí adelante, José Moya Pons nos va mostrando sus conocimientos y sus asombros de las cosas del mar. Como dijimos, nunca nadie, en este país se había atrevido a mostrar con tanto placer y a veces con tal acierto, las cosas del mar, como si hablara de una isla, la que fue una vez Samaná, antes que el Gran Estero se uniera a la tierra.
La taberna en sí, es una excusa mayor, Phips es un pretexto. Él navega en estas páginas de apuntes marineros como si bogara infinitamente por el piélago salobre de estas islas del Caribe. Solo para que el lector interesado lo busque con José, concluiremos con las tres últimas páginas:
El incendio
de Tom
gira a babor, avienta sus velas,
quema sus cabos en celo,
arruma sus carnes al pelo,
crujen sus ruanas llenas de gozo
al encuentro entre arcones y maderas.
Calor
de brasas trabadas en la mar de anhelos
alcance,
raíz y flama de las ansias de la tierra
*
La taberna
de Tom
tiembla,
grita,
se estremece
y canta.
*
Mariposa de la selva
posada entre el mar y la leyenda
ensueña…