En el período previo a la Revolución de 1917, y tras su regreso a Bakú después de haber escapado con una identidad falsa del confinamiento en el Norte, José Stalin encontró la organización de los bolcheviques de Georgia virtualmente diezmada. Sufrían sobre todo una aguda escasez de fondos.
Para salvar al movimiento, el futuro “Zar de la Rusia Soviética”confeccionó una lista de comerciantes ricos, con la ayuda de algunos delincuentes convictos por robo, a los que exigió un pago de protección. Los que resistieron el chantaje no tardaron mucho en lamentarlo, pues sus establecimientos fueron objeto de ataques o incendios nocturnos.
Muy pronto Stalin llegó a la conclusión de que esto no era suficiente para mejorar las finanzas del partido en Georgia y recurrió a su amigo Lajos Koresku, fichado en la policía como traficante de drogas y muy conocido en el mundo de la prostitución. Con la ayuda de Koresku reunió a un grupo de prostitutas y montó una serie de prostíbulos en Tiflis, Bakú y otras ciudades. Parte del dinero de esas actividades era entregado a Stalin para el partido. Durante algún tiempo el negocio de la prostitución constituyó la principal fuente de ingresos de los bolcheviques de Georgia y de todo el Cáucaso, lo cual le permitió al futuro amo de Rusia reactivar el aparato bolchevique en esa vasta y agitada región.
Lenin estaba al tanto de las actividades de Stalin pero se hizo de la vista gorda, hasta que las mismas alcanzaron un punto en que podían convertirse en un peligro para el crédito del movimiento. Fue entonces cuando le escribió una larga carta a Stalin advirtiéndole sobre el peligro de que las autoridades zaristas utilizaran ese expediente para desacreditar la moral del partido y la de sus principales dirigentes.
Lenin aprobaba el método y su preocupación se relacionaba con la posibilidad de que se le empleara en su contra.