Cuando camino por la Ciudad Colonial de Santo Domingo me detengo en algunos edificios modernos que de alguna forma me causan placer. Son esos inmuebles de fuertes volúmenes y planos limpios que contrastan con la diversidad formal de la arquitectura tradicional.
Parecería, a primera vista, que un centro histórico colonial debería ofrecer una lectura homogénea en cuanto a estilos y formas, reflejos de esos momentos del pasado que la imaginación evoca. Por fortuna no es así. A pesar de que ha sido reciente la valoración de esa arquitectura de mediados del siglo XX en su incorporación al paisaje edificado de la Ciudad Colonial, la calidad en sus diseños y su autenticidad conducen a apreciarla con particular interés. La fuerza patrimonial que contiene la zona más antigua de la ciudad radica, en esencia, en la riqueza estilística y espacial que nos ofrece su arquitectura.
Así, por ejemplo, se puede tomar un conjunto de inmuebles de una misma manzana y descubrir que comparten variados lenguajes de momentos tan distantes entre uno y otro. Hubo inserciones notables a lo largo del siglo XX que por su calidad arquitectónica y el efecto visual que aportaron a su contexto se impusieron con gallardía. A los conservadores no les atrae, necesariamente, la arquitectura de una época en particular sino que se decantan por inmuebles que son únicos dentro del conjunto y que establecen armonía entre los distintos vocabularios estéticos. Para la mayoría de las personas una arquitectura es valiosa para su conservación cuanto más antigua es. Sin embargo, esa condición no es única ni suficiente para preservar un inmueble, ya que existen otros factores que motivan a su valoración.
Existen inmuebles modestos que poco a poco adquieren notoriedad por su originalidad, con elementos particulares que conducen a que se genere una atención en la sociedad. Es el caso del edificio de la antigua Casa Funcia, famosa tienda para modistas que ofrecía materiales para la costura, atendida con celo por sus propietarias hasta su cierre en época reciente. La tienda funcionó durante años en San Pedro de Macorís antes de su traslado al corazón de Santo Domingo.
Apenas con dos pisos con estructura porticada de hormigón armado , es una pieza única dentro del centro histórico, con su primera planta ligeramente retirada para garantizar una mejor relación entre el viandante y el comercio que motivó su construcción. El volumen del segundo piso presenta una franja ancha de textura irregular, a manera de viga continua, que se repite en el borde superior con menor ancho. Entre ambas franjas se observan tres huecos rectangulares que contienen seis ventanas de celosías de vidrio. En el lado este de la fachada, hacia la calle José Reyes, se destacan los dos vanos con calados de barro que introducen luz y ventilación a la escalera. La textura de los muros de la planta baja se manejó con pulcritud y sobresalen el paño y las columnas forradas de mármol proveniente de minas dominicanas. El letrero que identificaba el comercio todavía se conserva en su alzado principal hacia la calle Arzobispo Nouel y es una joya. Detalles como ese se convierten en piezas imprescindibles en la imagen de un edificio.
En la actualidad, el inmueble ha cambiado su uso original y se destina a uso religioso en el primer piso, mientras que la planta alta se dispone para espacios de alquiler y usos flexibles. Casa Funcia es una discreta inserción de arquitectura moderna dentro un conjunto históricamente comprometido, como la Ciudad Colonial de Santo Domingo. Su diseño de 1969 se debe al arquitecto Guillermo Armenteros y fue inaugurado un año después, en 1970. Todavía recuerdo a las atentas propietarias que, ya con una edad avanzada, mantenían el orgullo de su tienda hasta que fue cerrada por motivos propios de los cambios en el tiempo.
Hay que estar atentos a que este edificio no sea modificado en sus elementos originales. Una intervención que trate de “modernizarlo” podría ser desastroso para su dignidad.