El gobierno solicitó al congreso, una vez más, el Estado de Emergencia. Según se ha declarado, lo hizo en coordinación con el nuevo gobierno. Y lo solicitó por 45 días, es decir que las nuevas autoridades asumirán el 16 de agosto dentro de dicho Estado de Emergencia. Posiblemente volverá el toque de queda – no porque el virus salga sólo de noche, como bromean algunos – sino porque la población, sobre todo, la juventud, se aglomera por las noches en bares y colmadones, sin respetar el distanciamiento físico y con uso laxo de la mascarilla.
Vamos a necesitar nuevas cuarentenas porque, hasta ahora, la distancia social es el mejor mecanismo para reducir los contagios, sobre todo en circunstancias como las actuales, donde la capacidad hospitalaria está al tope. Esto implica grandes sacrificios para la economía dominicana. Y me apena que las nuevas autoridades tengan que recibir un país en estas condiciones.
Lamentablemente, la República Dominicana está en un proceso de escalada de la pandemia, en el quinto lugar en las Américas en número de nuevos casos por millón de habitantes (después de Panamá, Estados Unidos, Brasil y Perú), según el índice de riesgo epidemiológico que produce el Harvard Global Health Institute y el Centro de Ética de dicha entidad.
El caso más notorio es Panamá, el cuarto país en el mundo con mayor de número de nuevos casos por habitante. Estados Unidos ocupa el segundo lugar en las Américas, pero si vemos sus cifras por Estado, resulta que la Florida es probablemente la zona con la mayor tasa en el mundo.
En la región de América Latina y el Caribe resalta el caso de Costa Rica – un país que había controlado muy bien la epidemia en sus inicios – pero donde parece estarse yendo de las manos de las autoridades. Parece que, al tornarse comunitaria, las posibilidades de suprimir la epidemia, que fue su intención inicial, se vuelven cada vez más difíciles. Habíamos atribuido su éxito inicial al excelente desempeño del sistema de salud de Costa Rica y a la fortaleza de su atención primaria en salud. Pero, obviamente, no hay respuestas simples ni soluciones de causa y efecto inmediatas.
En la región de las Américas hay muchos países que se encuentran en la zona verde del ranking al que hicimos referencia, países donde los casos diarios por millón de habitantes son menos de uno. Entre ellos están: Canadá, Uruguay, Paraguay, Honduras y el resto son países del Caribe (Cuba, Antigua, Bahamas, Barbados, Belice, Grenada, Saint Kitts, San Vicente, Santa Lucía, Trinidad y Tobago, Haití y Jamaica).
En algunos de estos países la epidemia apenas está comenzando. Pero otros, como Canadá, Cuba y Uruguay, ya presentaban casos en febrero o marzo, habiendo llegado al número 100 en este último mes. Es decir que estamos en fechas similares en términos de duración de la epidemia y podemos mirar qué hicieron para contenerla.
Estos países son los que hicieron una mayor cantidad de pruebas por habitante y por caso, establecieron un sistema muy sólido de rastreo de contactos, utilizando herramientas tecnológicas. Se ha señalado que esta es la estrategia más efectiva.
Si el sistema es suficientemente amplio y adecuado, se hace posible identificar a las personas infectadas que pueden propagar la enfermedad incluso antes de sentir los síntomas. Pero esto es un gran esfuerzo, que exige tener los recursos para procesar las pruebas, además de la logística para adquirir los insumos necesarios, disponer del personal para realizar las pruebas, rastrear los contactos, dar seguimiento a las personas en aislamiento.
En uno de mis artículos anteriores decía que el sistema dominicano de salud requiere mucho más financiamiento del que tiene en la actualidad, que no se ha otorgado prioridad al primer nivel de atención y, mucho menos, a financiar la capacidad de respuesta de dicho sistema a emergencias sanitarias, como es esta pandemia. Lo voy a repetir aquí porque creo que es importante: en República Dominicana, el gasto en prevención tan sólo representa el 3% del gasto corriente en salud y los fondos dedicados al control de las epidemias – la vigilancia epidemiológica y la preparación para emergencias y desastres – eran en el 2017, el 0.4%, es decir, menos de la mitad del 1%, según las Cuentas Nacionales de Salud de ese año (no se han vuelto a publicar unas más recientes).
Tengo la esperanza de que se realice un acuerdo entre autoridades salientes y entrantes que haga posible, ahora mismo, revertir esa situación. Que se realicen convenios con el sector privado para ampliar la capacidad hospitalaria y de realización de pruebas. Que cualquiera que desee una prueba pueda hacérsela y tener sus resultados rápidamente, que no sea obligatoriamente a domicilio o en hospitales (en algunos lugares han creado hasta sistemas donde ni siquiera hay que bajarse del automóvil). Que se contrate el personal que sea necesario y se incentive el uso de plataformas tecnológicas para el rastreo de los pacientes.
Que sea factible convocar a la población para crear conciencia sobre la situación que estamos viviendo y que se estimule el espíritu de responsabilidad y de altruismo que necesita nuestra sociedad.