Este país es el más seguro, dicen en el gobierno y se lo creen. La definición supone que los dominicanos pueden dormir tranquilos, dejar las puertas y ventanas de sus casas abiertas durante el día, no sobresaltarse cuando los hijos llegan tarde, poder salir de noche sin miedo a ser atracados, ejercitarse sin temor a ser agredidos para robarles celulares y relojes y dejar sus vehículos estacionados sin la angustia de que al volver  se los habrían robados o no los encontrarán intactos. De manera pues que la seguridad que según las autoridades disfrutamos es sólo virtual, como lo es casi todo lo que aquí proviene del sector público, a excepción por supuesto del cobro de los impuestos.

En efecto, este era un país seguro, así conjugado en pretérito. Para desgracia nacional ha dejado de serlo. Son muy pocos los ciudadanos que no han sufrido en carne propia o indirectamente al través de un amigo o un familiar, sea en sus hogares u oficinas, esta incontrolable ola de delincuencia y criminalidad frente a la cual no parece haber gobierno. Tan generalizada es la inseguridad, que ya en ningún lugar, por exclusivo que parezca, se siente la gente segura. Circuló por el internet el caso de una pareja a quien le robaron todas pertenencias de su vehículo mientras cenaban en el Country Club de Casa de Campo, cuya membresía costaba y cuesta no sé cuantos cientos de miles de dólares. De manera que ni la llamada elite social escapa a la situación que nos aprisiona.

La ola delincuencial  terminará cambiando los hábitos de los dominicanos y el fenómeno se llevará consigo muchas actividades y negocios, porque ya la gente está comenzando a espaciar sus salidas nocturnas por la inseguridad que significa estar fuera de sus casas, aunque el peligro ronda por doquier. Cientos de ciudadanos han sido atracados, violados y asesinados dentro de sus hogares, de noche como a plena luz del día.