La falta de rigurosidad en la enseñanza de la Historia dominicana y la ocurrencia de sucesos que lucen fantásticos, es lo que ha llevado a la República Dominicana a ser un país de ficciones y absurdos, como he dicho en artículos anteriores.
Me toca ahora citar otras ficciones, pero de entrada me referiré a una que además es absurda. Es la que se refiere a la batalla del Santo Cerro, entre españoles e indios, el 14 de marzo de 1495, donde según la historia que nos han enseñado, unos 30.000 indios huyeron despavoridos ante el portentosos milagro atribuido a la Virgen de las Mercedes, que ni siquiera es la Patrona de España, pues allí está en disputa si es la Virgen del Pilar o Nuestra Señora de la Concepción.
Los 200 españoles, que se habían instalado en el Santo Cerro después de salir de La Isabela, en la costa Norte, con 20 jinetes también armados y acompañados de indios traidores a su raza, camino al cacicazgo de Guarionex, en el corazón del Cibao Central, donde el oro abundaba como si fuera una flor silvestre, eran los adversarios.
Los pacíficos taínos, ahora sublevados contra los invasores, los superaban en número cinco a uno, lo que hace difícil creer no solamente que una Virgen amorosa de sus compatriotas no solo se opusiera a ellos, sino que además los perjudicara con un milagro, haciendo que sus flechas se desviaran y se convirtieran en un mortífero boomerang.
Se nos ha dicho que la inminente derrota de los españoles fue evitada por una serie de milagros que ocurrieron durante la noche, según los testigos oculares, pues después del anochecer, dizque los indios enemigos trataron de quemar la cruz de los españoles, pero sólo pudieron chamuscarla, a pesar de toda la leña que lograron apilar y encender, algo que resultaría una tarea muy difícil porque no se habían inventado los fósforos ni los encendedores.
La misma versión dice que al fracasar en quemar el símbolo cristiano, los indios trataron de derrumbar la cruz, usando sogas de la planta llamada bejuco, pero tampoco pudieron lograrlo. Completamente decepcionados, trataron de cortar la cruz con sus hachas de piedra, pero fallaron de nuevo al producirse un milagro, que supuestamente les hizo huir como almas llevadas por el Diablo, mientras los españoles daban gracias a la Virgen de las Mercedes, quizás la única en la historia de las Vírgenes que se ponían al servicio de fuerzas imperiales de ocupación, que justificaban su presencia en estas tierras diciendo que era para "cristianizar a los indios".
En su Historia Dominicana, Tomo I, Impresora Dominicana, 1955, el historiador J. Marino Incháustegui, afirma que en esa acción, conocida como la batalla de La Vega Real, se produjo tan gran cantidad de muertos por parte de los indios, que ella (la Virgen) inicia y decide a favor de los españoles la conquista militar del Cibao. Esclavizándose, además, grandes cantidades de aborígenes que, apresados, algunos de ellos fueron enviados como esclavos a España en cuatro navíos al mando de Antonio de Torres".
En cuanto a la cruz del Santo Cerro—dice Incháustegui— lo único que se conoce de fehaciente es lo que dice Las Casas refiriéndose a la edificación de la fortaleza de La Vega, "junto al pie del cerro grande, donde se puso la cruz que dura hasta hoy; con la cual toda esta isla tienen gran veneración" pero no hay pruebas de que sea de níspero ni existe documento que atestigüen que fue posteriormente trasladada a la catedral de Santo Domingo. Lo que es evidente es que la cruz nada tuvo que ver con la batalla de La Vega Real, la cual erradamente se menciona como la batalla del Santo Cerro.
Como creyente, creo en algunas cosas que realmente son milagrosas, al carecer de explicaciones lógicas. Pero como hombre racional, me niego a admitir que una virgen haga un milagro para favorecer a unos explotadores y exterminadores de indios, en este caso españoles que constituían lo que modernamente se llama "una ocupación extranjera".
Casi cinco siglos después nos dijeron, durante 31 años, que Trujillo era un demócrata y sus adversarios unos delincuentes "enemigos de la paz pública". Pero nunca nos dijeron que el delincuente era él y que su paz era la del garrote y la de los cementerios.
Nos dijeron, repetidamente hasta el cansancio, que el ingenio Río Haina era "el más grande del mundo", pero nos ocultaron que ese ingenio era el más grande de tamaño, no por su producción, como los había en Cuba cuando esa propaganda se hizo.
Siempre nos han dicho que Estados Unidos nos ha ocupado militarmente en dos ocasiones. Pero pocos historiadores dicen que también ocuparon el territorio nacional en 1904, durante tres días, en el gobierno de Carlos Morales Languasco (1903-1905), después que un grupo revolucionario tiroteara un barco norteamericano en el Placer de los Estudios y matara a un cocinero, pretexto para que tropas del barco bombardearan sin piedad a Pajarito, hoy Villa Duarte, y luego ocuparan toda la zona en varios kilómetros a la redonda, hasta más allá de Mendoza. ¿Qué placer hay al ocultar que han sido tres, y no dos (1916 y 1965), las ocupaciones militares, que llaman intervenciones, cuando la realidad es que siempre los norteamericanos han intervenido?
Los haitianófilos, a quien nadie puede tocar ni con el pétalo de una rosa porque de inmediato nos acusan de racistas y xenófobos, nos dicen que Haití y la República Dominicana "son alas de un mismo pájaro". Pero ocultan que ese pájaro no solo defeca en nuestro territorio, donde hay más de un millón de haitianos, y que su Nación no solamente nos invadió militarmente en 1822, sino también lo hizo con anterioridad en 1801 y 1805, para no hablar de las incursiones durante la Colonia, en 1630,1641,1656,1674 y 1660. Y paro de contar, pues después hubo más.
Tras la muerte a tiros de Trujillo en 1961, nos dijeron que los miembros del Consejo de Estado que surgió eran "siete gatos", expresión peyorativa contra esos ciudadanos. Pero pocos agradecen que ese mismo Consejo de Estado organizó en apenas un año las primeras elecciones libres tras la caída de la dictadura, ganadas por Juan Bosch, el Presidente Moral de los dominicanos.
Entonces nos dijeron que Bosch era "corrupto y pro-comunista". Pero resultó, y eso nunca no los informaron, que Bosch fue el presidente más honrado, más decente, más popular y más democrático que hemos tenido, ni que los reales corruptos eran quienes lo derrocaron en 1963, tras apenas siete meses de Gobierno.
Hemos perdido la cuenta de las veces que dijeron que el coronel Francis Caamaño era "un traidor y desertor". Pero esas mismas voces todavía no aceptan que ese glorioso militar fue un Patriota, que en abril de 1965 combatió las tropas extranjeras—de Estados Unidos y algunos países de gobiernos títeres— mientras sus adversarios eran desertores de los principios de la dominicanidad.
Nos hartaron diciéndonos que el Centro Olímpico, las avenidas Luperón y 27 de febrero, entre otras, eran "inútiles obras faraónicas". Pero siempre nos ocultaron que quien las ordenó, Joaquín Balaguer, también construyó las mejores y mayores obras de infraestructura del país, entre ellas las presas que todavía proporcionan agua para riego, para el consumo humano y producen energía eléctrica. Los mismos críticos de ayer consumen agua y energía de esas presas, además de que transitan por las mismas avenidas que hoy encuentran "estrechas".
Nos metieron en la cabeza que Balaguer era "un muñequito de papel" y "un déspota ilustrado". Pero jamás nos han dicho que el que inventó el primer calificativo terminó como lacayo de Balaguer. Se trata de Ramón Lorenzo Perelló, quien se sentía orondo leyéndole los periódicos cuando ese estadista perdió la visión. No se nos dijo que quienes le tildaron de déspota lo declararon después "Padre de la Democracia Dominicana", ni que muchos de ellos fueron sumisos colaboradores del político de Navarrete, pues cambiaron de chaqueta cuando les convino. Tránsfugas, le dicen ahora a esos que frecuentemente cambian de partido.
Seguiremos sobre el tema.