La República Dominicana es un país de ficciones y absurdos. Si Borges o Kafka hubiesen nacido en nuestra media isla, probablemente no habrían escrito las obras que les hicieron famosos, tras creer y publicar nuestras inverosímiles realidades. Navegamos en mares inciertos, donde "tiburones de dientes amarillentos" nos atacan, sin que podamos apelar a la tenacidad del capitán Acab para capturar a la ballena Moby Dick, la ballena blanca, de Hermann Melville.
Estamos arropados por la falta de ética en el ejercicio público y privado, el afán de lucro a todos los niveles, la descomposición social y familiar, el tráfico de influencias, la distribución y el consumo de drogas, la delincuencia común y la de "cuello blanco", que no es más que un "raterismo de alcurnia disfrazado" amparado en nombres sonoros y padrinos politicos. Se compran conciencias como en la Antigua Roma, donde políticos se situaban en estratégicas mesas cerca del Senado para comprar votos. Hoy día, "el hombre del maletín" se encarga de eso, aunque si se hace una encuesta nuestros legisladores dirían "iracundos" que "nunca" lo han visto. Pero en casi todos los gobiernos ha existido. El llamado "hombre del maletín" es un invento "perverso" de la prensa, y es por eso que algunas veces surgen voces legislativas que quisieran amordazarla.
Como diría Neruda, "heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos", como si eso bastara para justificar sus loas a Stalin, que castigó a su pueblo con la represión y la barbarie. Hitler, en su afán de preservar la llamada "raza aria", condenó a los hornos crematorios a seis millones de judíos, ante una humanidad estupefacta. Hoy día, algunos tratan de decir que el holocausto "nunca existió", en la creencia de que somos "unos idiotas". Sin embargo, numerosos gobiernos "globalizados" admiran a quienes formulan tal afirmación, en nombre del "internacionalismo" y el respeto "a la soberanía y neutralidad de los pueblos". Kadafi es admirado como un héroe, y "borrón y cuenta nueva", como se dijo en 1962 para atraer los votos de los trujillistas, incluidos los asesinos que luego asumieron posturas "cívicas o izquierdistas" para tratar de evadir la Justicia. Como quien dice, amparándose en una democracia sin refajos, a pesar de su buen traje.
Nuestros políticos se burlan de los electores al decir, en sus afanes por mantenerse en los cargos, que sus críticos son "opositores rabiosos". Los opositores, en cambio, guardan silencio y se unen al coro de la necesidad "del consenso", como buenos populistas que son, con pactos y alianzas cuyos alcances el pueblo desconoce, pero que sospecha lesionan sus aspiraciones de progreso y bienestar.
Se habla de los "bárbaros métodos" que emplean algunos policías para reprimir a culpables e inocentes acusados de delinquir, mientras otros enclavados en estamentos "perdonan" a los imputados de cometer "travesuras" porque son miembros del Partido, lo que significa que están "libres de pecado". "¿Quién es entonces es más culpable? ¿El policía que reprime porque lo mandan, o los jerarcas de la "nomenclatura" que apañan ilegalidades sin que alguien los mande? Balaguer, al tratar de justificar a más de 300 millonarios que él mismo dijo que surgieron durante su régimen del llamado "periodo de los doce años", afirmó que la corrupción se detenía "en las puertas de mi despacho". Hoy día, muchos funcionarios no podrían decir lo mismo, porque forman parte del engranaje corrupto que los rodea, y las coimas las reciban fuera de sus despachos.
La tecnología en nuestro país avanza a pasos gigantescos, dicen algunos vinculados al Poder. Todo está "en la computadora", pero a veces, para usted conseguir algún documento en una oficina pública, tiene que "caminar". Si usted "no camina" no va a ninguna parte. En el lenguaje popular dominicano, "caminar" significa dar dinero a alguien para conseguir un favor, hacerse cómplice de un acto corrupto o criminoso. En caso contrario, espere dos o tres meses para solucionar el problema, porque sus datos "no aparecen" en la computadora, porque "alguien los borró", aunque si usted "camina" aparecen como por arte de magia. En fin, "si no camina se la ponen en China". Y hasta rima.
En meses pasados, pensé que quizás habría sido útil haber sugerido que los poetas reunidos en el Segundo Encuentro Internacional de Poetas, celebrado en Santo Domingo, contribuyeran a frenar la delincuencia. La idea que se me ocurre es obligar a los "internos" en las cárceles, como se dice ahora de los reclusos, a que escucharan durante un año, sin tregua alguna, los más variados poemas del repertorio universal, con un fondo musical de Beethoven, de Litzt o de Tchaikovsky. Uno podría creer que sucederían dos cosas: o se regeneran o quedan locos para siempre, en este caso con grave repercusión en el Presupuesto de Salud Pública. Hay delincuentes consuetudinarios y con su itinerario que no se regeneran ni que los internen durante diez años en un monasterio del Tibet.
Eso mismo sucede con los policías. No se gana nada con hacerlos participar en cursos "especializados" para combatir la delincuencia, cuando los propios instructores, en la generalidad de los casos, tienen antecedentes "no muy claros". Se nombran "comisiones investigadoras" para tratar de esclarecer complicados casos en los cuales se involucra a miembros de la Policía. Pero sucede que esos "comisionados" pertenecen a la misma Policía, a cuyos compañeros protegen, para que quede constancia de que "hoy por ti, mañana por mí". Como quien dice, "yo se que tú sabes que nosotros sabemos, y los jefes y hasta el Presidente también saben".
Los ciudadanos comunes somos los pendejos. No entiendo todavía por qué alguna de nuestras organizaciones cívicas no auspicia "una marcha pacifica de los pendejos", tal como lo hizo en su momento el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri, el mismo que escribió la maravillosa novela "Las lanzas coloradas". Estoy seguro de que en el caso dominicano muchos no participarían, precisamente "por pendejos".
Somos unos pendejos. No nos atrevemos a proclamar al mundo que la penetración de ilegales haitianos, prácticamente sin control, amenaza nuestra nacionalidad, porque tememos que nos acusen de "racistas". Se trata de un chantaje inaceptable. Un haitiano ilegal puede darse el lujo de talar árboles para fabricar carbón porque está "muriéndose de hambre". Pero si un dominicano de la loma que también sufre hambre corta tres o cuatro palitos para hacer una litera y trasladar desde una loma a un enfermo, para llevarlo hasta un trillo que culmine en una carretera, con destino a algún hospital, lo encierran por violar las leyes forestales. Si alguien se roba un pollo, una gallina o un cerdo, fácilmente puede parar en la cárcel de La Victoria. Pero si otro alguien es apresado con varios kilos de droga, seguramente será descargado por un tribunal y, si acaso es condenado, goza de todos los privilegios usuales en un hotel de lujo.
Sin embargo, me parece que todavía estamos a tiempo de salvarnos de la catástrofe. Cada día aparecen gentes solidarias, con fe en el futuro, que son capaces de integrarse por miles en Caminantes por la Vida, por ejemplo, una actividad celebrada anualmente por la empresa Mercasid, para destinar los recursos recaudados por donaciones, y entregarlos a cinco instituciones que luchan contra el cáncer. O los que luchan pacíficamente para que se cumpla la Ley que dispone que en el Presupuesto se debe consignar un 4% para la Educación, aunque se mencione la necesidad de una Educación de Calidad. Están, además, otras instituciones sin fines de lucro que de verdad trabajan "con los bolsillos pelados", sin tener un "barrilito", como el que tienen nuestros legisladores "con los bolsillos forrados de dinero", sin que tengan que rendir cuentas.
La lista de ficciones y absurdos es interminable, como interminables son las quejas de los ciudadanos desamparados que no tienen a quien acudir, sino a la denuncia pública, a la cual generalmente no hacen caso quienes tienen el poder de decidir. Por tal razón, es comprensible que mucha gente añore "una mano dura" que ponga coto a tanta ignominia, ignorantes de que ese también seria un remedio peor que la enfermedad. Entonces, pensándolo bien, uno consideraría continuar con esa democracia blandengue, pero democracia al fin, que permite a uno por lo menos desahogarse mediante un discurso o un escrito.