La historia dominicana está llena de episodios que solo los tontos o los ignorantes pueden aceptar como válidos, pero que han sido refrendados por ilustres publicistas, como se decía antes de los periodistas, cultivadores de unos géneros literarios que oscilan entre las narraciones dudosas y los ensayos mal hilvanados, cuando no mentiras inaceptables.
Los acontecimientos distorsionados tuvieron lugar desde la Colonia hasta nuestros días, sumándose muchos relacionados con sucesos inverosímiles que quedan opacados cuando se registran otros más relevantes. Es decir, un escándalo tapa otro escándalo, en una sucesión interminable donde casi siempre están presentes el encubrimiento, la corrupción, los acuerdos de aposentos o las vinculaciones políticas. La "tapadera" parece ser la norma común en la República Dominicana, que de ese modo se ha convertido en un país de ficciones y de cosas absurdas, donde a menudo uno no sabe cuándo los acontecimientos forman parte o no de algo fantástico, incompatible con la realidad.
Las llamadas Capitulaciones de Santa Fe, por ejemplo, significaron un reparto anticipado entre Colón y los Reyes Católicos sobre los enormes beneficios que reportaría la conquista de América. Son los documentos suscritos el 17 de abril de 1492, en la localidad de Santa Fe, por los Reyes Católicos, que recogen los acuerdos alcanzados entre ellos y Cristóbal Colón relativos a la expedición a las Indias por el mar hacia occidente.
Seguramente los más viejos recordarán que en los estudios sobre historia general del mundo, los profesores nos decían que la reina Isabel "tuvo que empeñar sus joyas para financiar el viaje del Almirante", una ficción, pues está documentado que fue el tesorero real Luís de Santángel quien aportó un dinero que no era suyo, en calidad de préstamo. "La reina no podía empeñar sus joyas porque las había dado a los jurados de Valencia como garantía de un préstamo para financiar la guerra de Granada" (1)
En realidad, lo de las joyas fue una simple promesa de la reina, pues "Santángel, deseando aprovechar este generoso impulso, hizo presente a S.M. que no tenía para qué empeñar sus joyas, porque él estaba pronto a proveer las sumas necesarias. Su ofrecimiento se aceptó gustosamente; los fondos en realidad los suministraron los cofres de Aragón; diez y siete mil florines se adelantaron por Santángel, del tesoro de Fernando" (2), quien años después no se olvidó de indemnizar a su reino "porque en remuneración de este préstamo, una parte del oro traído por Colón del Nuevo Mundo, se empleó en dorar las bóvedas y techos del real estrado del alcázar de Zagaroza, antiguamente la Aljaferia o mansión de los reyes moros".
Sin dejar de ser banquero, mercader ni recaudador, Santángel había sido nombrado escribano de ración, pero además en 1491 desempeñó una plaza de tesorero en la Hermandad de Sevilla.
Un año después trabó amistad con Colón y fue de los pocos que previó las jugosas ganancias que un proyecto marítimo como el de Colón podría reportarle a la Corona, con una pingüe inversión, con lo que salvó de paso la expedición a última hora, cuando ya Colón se marchaba resignado con la intención de vender su proyecto al rey de Francia.
Los Reyes católicos, en agradecimiento por tan acertado movimiento, le agraciaron más adelante con un donativo de 500 florines y el nombramiento de consejero.
En 1499, en ocasión del casamiento de su hija con un prócer llamado Ángel de Villanueva, el rey don Fernando le hizo otro regalo de 30.000 sueldos.
En el archivo de la tesorería general de Aragón se conserva el documento del préstamo de Santángel que dice: «En el mes de Abril de 1492, estando los Reyes Católicos en la Villa de Santa fe, capitularon con Colón para el primer viaje de las Indias, y por los Reyes lo trató su secretario Juan de Coloma, y para el gasto de la Armada prestó Luis de Santángel, escribano de raciones de Aragón, 17.000 florines». Nunca se nos dijo, tampoco, que esos dineros provenían de fondos que originalmente pertenecieron a los árabes, derrotados en Granada en 1492 por las tropas de Fernando e Isabel después de 700 años de ocupación a España.
Otro asunto es el relativo a la afirmación de que el Almirante utilizó tres carabelas para su viaje al Nuevo Mundo, pero en realidad fueron dos: La Pinta y la Niña, porque la tercera nave que participó en el Descubrimiento de América era una nao, otro tipo de barco de mayor tamaño. Se llamaba María Galante, pero Colón la rebautizó Santa María. Las carabelas eran antiguas embarcaciones muy ligeras, largas y estrechas, con una sola cubierta, espolón a proa, popa llana, con tres palos y cofa solo en el mayor, entenas en los tres para velas latinas, y algunas vergas de cruz en el mayor y en el de proa.
Como se puede apreciar, es tanto lo que se han distorsionado los hechos históricos que me parece que ha llegado la hora de reexaminarlos, para ponerlos en su justo contexto y despojarlos de las fantasías con las cuales algunas mentes brillantes, pero maliciosas, los han adornado. Pero además para que no aparezcan nuevos profesores tergiversando la verdad. Como por ejemplo aquellos que mienten al atribuirnos la culpa de la incontrolable migración haitiana, que si la criticamos nos acusan de racistas, un chantaje que no debe ser tolerado.
Esas distorsiones han calado de tal manera en el ánimo de los dominicanos que, generalmente, cuando nos dicen la verdad no la creemos, pues siempre han predominado las mentiras, tanto en los aspectos históricos y sociales, como económicos y políticos. Parecería como si hubiese surgido una camada de manipuladores para condicionar las mentes de los demás, guiándolos por caminos que solo llevan a donde los manipuladores quieren y que no son siempre los mejores. Es decir, proporcionándonos ficciones y cosas absurdas, como eso de que una reina empeñe sus joyas.
Es lógico que todo lo que concierna al Descubridor de América nos interese, tanto para bien como para mal. Por eso es que dedicamos especial atención a la historia del intrépido navegante, cuya vida y viajes han despertado el interés de muchos historiadores, entre ellos uno llamado Washington Irving. Su obra debería ser leída por aquellos interesados en las peripecias de Colón, quien durante su permanencia en Portugal en 1470 perteneció a un grupo de marineros exploradores que iban a las costas de Guinea, en África, donde era tradición buscar negros para someterlos a la esclavitud. No hay que olvidar que los esclavizadores europeos comenzaron el comercio de esclavos en la región costera de Guinea desde el siglo XVI hasta el siglo XIX.
En 1479, trece años antes del Descubrimiento, se firmó el Tratado de Alcaçovas, mediante el cual España autoriza la venta de esclavos en España. El centro de la trata es Sevilla. Y dos años después de aquella formidable aventura, se firmó el Tratado de Tordesillas, que trazó la línea divisoria entre España y Portugal para las exploraciones de nuevas tierras e impuso igualmente límites que impedirán durante los primeros siglos de la Colonia el comercio directo de esclavos desde las costas de África. Sin embargo, a pesar de eso, en 1502 se introdujeron los primeros esclavos en las islas del Caribe. Primero se autorizó en La Española, para "aliviar" el duro trabajo de los indios sometidos a los conquistadores que buscaban afanosamente el oro, pero para 1530 se ha institucionalizado ya en el resto del Caribe.
En un principio los esclavos negros fueron llegando a América mediante licencias reales especiales, semejantes a la que se incluye en la "Capitulación otorgada a Diego de Nicuesa y Alonso de Ojeda para comerciar en Urabá y Veragua". En el punto cinco de dicha capitulación se señala: "que vos aya de dar licencia y por la presente vos la doy, para que podáis pasar quarenta esclavos para la labor de las dichas fortalezas" (Marta Milagros Vas Mingo 157).
—
(1) Consuelo Varela. Cristóbal Colón y la Construcción de un Mundo Nuevo. Estudios, 1983-2008/ Archivo General de la Nación, volumen CVII. Editora Búho, Santo Domingo, marzo de 2010.
(2)Washington Irving. Vida y viajes de Cristóbal Colón. Madrid, Gaspar y Roig, Editores, 1852.