Si fuéramos a proyectar en condensado las disímiles estadísticas sobre el número de colegios esparcidos por los núcleos urbanos del país aportados años atrás por el Ministerio de Educación, Educa, FondoMicro y uno que otro investigador, podríamos decir que oscilan entre 5 mil y 7 mil, lo que podía implicar aproximadamente 40 mil empleos directos, a los que habría que sumar los  temporarios-circunstanciales y los “indirectos”.

Como bien se sabe, surgieron como sistema educativo privado alterno en la medida en que se fue deteriorando el sistema educativo público infectado por la centralización aguda, la politización partidaria descarada, la creación de botellas, el afán de control partidario del sistema, la imposición brutal de la adinerada Asociación Dominicana de Profesores (ADP), cuyas huelgas atorrantes del pasado dejaban sin enseñanza regular a los niños pobres, la pérdida de autoridad de los directores de escuelas –la inmensa mayoría meritorios y sacrificados- ante el incumplimiento de profesores improvisados protegidos por la ADP y/o por altas instancia.

Tal y como lo resalta Gerald F. Murray en su libro El Colegio y La Escuela. Antropología de la Educación en la República Dominicana, los colegios privados están desinfectados de tales virus: el Director es quien contrata y cancela, los profesores sólo están para impartir docencia, al director le importa un comino su simpatía o militancia política, el profesor incumplidor o de capacidad insuficiente es cancelado y allí no hay sindicato y, por lo tanto, no se producen huelgas ni otras presiones.

Valga observar que los colegios que al parecer operan con mayor eficacia en el sistema educativo privado –y se les puede observar y analizar en conjunto porque integran un subsistema del particular sistema educativo privado- son los casi 300 agrupados en la Unión Nacional de Colegios Católicos, muchos de los cuales podrían ser modélicos para la implementación del sistema mixto escolar –unión de los sistemas privado y público-, por cuanto reciben asignaciones oficiales a cambio de impartir docencia gratuita o a muy bajo precio.

Tanto la Cámara de Diputados, presidida por el dinámico, exitoso y bien intencionado Abel Martínez, dueño de una buena imagen pública, y el Ministro de Educación, Carlos Amarante Baret, reputado como capaz, dinámico y elocuente, deberían coaligarse en comisión junto con el presidente de la Unión Nacional de Colegios Católicos y el Presidente de la Asociación Nacional de Colegios Privados para diagnosticar las eficiencias del sistema privado, sus costos operativos y su sana supervivencia.

Deberían de tomar notas respecto de un pormenorizado estudio realizado por la entonces Secretaría de Estado de Educación para develar las grandes ventajas económicas de los colegios y proceder entonces a limitarlos, pero que arrojó resultados contrarios, y en vez de auxiliarlos procedieron a archivarlo.

Aunque los costos de operación de los colegios son desiguales, dependiendo de su tamaño y del sector donde operan, tienen que solventar el pago de alquiler –generalmente el local fue construido como vivienda-, profesores, personal administrativo, personal de apoyo –a lo que se ha añadido en los últimos años el renglón “seguridad”-, materiales gastables, de oficina y didáctico, equipos para deportes y recreación, teléfonos, computadoras, seguro, pensión, liquidación, planta  eléctrica y su combustible, energía eléctrica, basura, agua, y los gastos de reuniones de padres y profesores como picaderas, café, etc.

Las fuentes de ingresos – Murray enfoca muy bien en su libro los costos e ingresos- son la inscripción, reinscripción y mensualidad. Y en el último renglón es donde la puerca retuerce el rabo: muchos padres de familia son morosos, por lo que bastantes colegios exigen el pago de tres meses por adelantado y en algunos casos el pago de la anualidad por adelantado.

“Hay países cuyos sistemas educativos públicos también adolecen de fallas serias pero no han gozado, como la República Dominicana, de un brote tan prolífico de colegios privados a tantos niveles diferentes de la estructura socioeconómica”, resalta Murray en la página 18 de su obra.

Y apunta más adelante que el sistema educativo requiere de gente enérgica, motivadora y dedicada, que en el caso nuestro, prefiere instalar un colegio, su propio negocio, pero que desde las esferas oficial y del personal social suelen verla “de reojo como una codiciosa que quiere enriquecerse con un negociazo”.

“Es una peculiaridad antropológica exótica e interesante del mundo criollo. Pero es un rasgo sumamente dañino a la vez. Injustamente desvalorizada e informalmente criminalizada, con el castigo de chismes y querellas, una actividad de muy alto valor humano y de muy alta prioridad nacional”. (Pág. 20. Murray.)