Sobre una muralla que construye Haití  en el paso fronterizo por Elías Piña, el acreditado periodista Álvaro Arvelo comentó que “debe hacerse un muro que llegue al cielo” y agregó que somos nosotros quienes debemos hacerlo de 310 Kilómetros (la longitud de la frontera con Haití).

Los muros fronterizos suelen constituirse en gestos de agravio entre naciones que comparten fronteras. Lo fue el muro de Berlín cuando la Alemania Oriental dividió a esa ciudad por razones fundamentadas en dos sistemas ideológicos enfrentados. No fue de buen agrado para México el muro que construyó Estados Unidos hace pocos años para evitar el flujo migratorio irregular a su territorio ni lo es el que construye Israel para controlar el paso de palestinos por Cisjordania. En nuestro caso, es obvio que este muro no tiene ninguna relevancia para la República Dominicana y las autoridades haitianas lo hacen con fines entendibles, pero ofrece una oportunidad para que hagamos el ejercicio hipotético de lo que hubiese sucedido si el muro lo hiciéramos nosotros.

Los haitianos tienen todo el derecho para levantar el muro que pretenden.  Al parecer lo hacen para limitar la evasión tributaria por las mercancías que entran y salen desde la República Dominicana. Es lógico asumir que los dominicanos tenemos la potestad de hacer algo similar, pero si tomamos esa iniciativa se pondría de manifiesto el abismal desequilibrio en el juicio que se hace a las medidas que libérrimamente toman los haitianos y las que, con igual derecho pudiéramos tomar los dominicanos.

¿Alguna ONG se ha pronunciado en contra de ese muro? Ninguna organización pro haitiana “sin fines de lucro” lo ha hecho ni lo hará. El asunto solo puede generar una crítica adversa si lo construyeran los dominicanos. Es seguro que si de este lado hubiésemos puesto un solo block, ya los haitianos hubieran protestado, nos habrían llevado al CIDH y a su rechazo se habrían agregado sus defensores por las agresiones y discriminaciones que supuestamente hacemos en su contra. Habría sido “otra muestra del rechazo de los dominicanos hacia los haitianos”.

Frente a las actitudes haitianas nunca reaccionamos adecuadamente. Permanecemos “con el rabo entre las piernas” cuando el Estado haitiano toma iniciativas que nos perjudican en alguna forma. Las acatamos calladamente o tímidamente respondemos con sumisión, incluso cuando transgreden normas diplomáticas que norman el trato reciproco entre las naciones. En otras oportunidades les pedimos excusas cuando dicen sentirse ofendidos por el simple ejercicio de nuestra soberanía. Nunca demostramos dignidad ante el trato imprudente y desconsiderado que Haití nos dispensa. En el caso de este muro y por tratarse de una delicada zona limítrofe, ameritaba que nos informaran, aun fuera “por cortesía”.

El Estado haitiano es afectado por las demandas de un pueblo que debe sobrevivir en un esquema de pobreza absoluta. Su conducta es también el resultado de un pueblo orgulloso que sabe lo que quiere y actúa para conseguirlo, si haciéndolo se llevan de paso el orgullo y la dignidad de otros países, no es su problema, es el deshonor de quien se deja pisotear.

Las voces del honor dominicano se confunden con el debate inútil y las descalificaciones (a veces de los mismos dominicanos), sobre las posiciones que más nos convienen y la indiferencia de nuestros gobernantes para asumirlas. No nos explicamos la despreocupación por nuestra propia dignidad ante la actitud de otro pueblo que sí demuestra que la tiene (aunque en ocasiones, resulta cuestionable por qué niegan su propia nacionalidad prefiriendo la nuestra).

La dinámica del problema migratorio se expresa a nivel universal con el flujo de emigrantes de los países más pobres hacia los más desarrollados. Los problemas sanitarios, desempleo, educación y todas las miserias del subdesarrollo se desahogan hacia las naciones cercanas en busca de solución. Es lo que acontece con tantos haitianos que cruzan la frontera buscando sustento y salud en la República Dominicana y es también el problema de cientos de  dominicanos que arriesgan su vida tratando de llegar a Puerto Rico en una aventura de vida o muerte.  Pero la indignidad dominicana parece una constante ante toda la gama del problema migratorio. También se manifiesta en el caso inverso de ese indetenible flujo de emigrantes dominicanos a Puerto Rico. Aunque se reconoce que esta emigración forzada alivia la carga social de los gobiernos, ningún país hace tanto esfuerzo como el nuestro, para evitar que su gente emigre a cualquier parte

Es indudable que por la frontera entre Méjico y los Estados Unidos pasa tanta gente a este último país porque el primero no hace nada para evitarlo. La misma indiferencia tiene Marruecos con su gente que cruza el Estrecho de Gibraltar buscando mejor vida en España. Y en igual manera, aquí entran tantos haitianos en forma ilegal porque el gobierno haitiano no hace el mínimo esfuerzo para retenerlos en su país. Es lo natural que suceda en todas partes. Pocos países hacen esfuerzos para que su gente no emigre. Solo nosotros gastamos grandes recursos para evitar que la gente salga como pueda a Puerto Rico.

En las últimas décadas la mayor aplicación de la Armada de la República Dominicana ha sido en el empeño por apresar la gente que intenta salir irregularmente a Puerto Rico. Casi a diario se publican estadísticas de numerosos apresamientos en las costas y en el mar. Esto conlleva una significativa erogación para el Estado dominicano. Un gasto que ningún otro país hace con tanto empeño.  Contradictoriamente, gastamos nuestros escasos recursos en un esfuerzo que le corresponde a quienes son afectados recibiendo una inmigración indeseada para ellos pero beneficiosa para nosotros. Es a los Estados Unidos a quien le corresponde cuidar sus fronteras marítimas, pero nosotros, inexplicablemente evitamos que nuestra gente salga buscando las condiciones de vida que el Estado no le garantiza. Es contradictorio este rol asignado a nuestra Armada en los últimos tiempos para el control de los viajes ilegales.

En cuanto a este muro en Elías Piña, es a nosotros a quienes nos conviene. Pueden hacerlo “que llegue hasta el cielo y… que tenga más de 300 kilómetros” para evitar la indeseada inmigración haitiana. Nosotros no lo hacemos, no solo porque nos crucifican, sino porque no tenemos el valor para hacerlo, mientras que los haitianos lo imponen sin consultar y se les celebra, aunque también… se le agradece y exhortamos a que lo hagan a lo largo de toda la frontera.