Entre las noticias de las últimas semanas se destacan las acusaciones alemanas de espionaje electrónico estadounidense. Dos naciones occidentales, con íntimas relaciones de todo tipo, parecen enfrentadas en una disputa que va asumiendo proporciones significativas en los medios internacionales y que amenaza con restar credibilidad a la confianza mínima que debe existir entre dos países fundamentales del mundo de hoy, naciones que han cooperado en proyectos de suma importancia después de la Segunda Guerra Mundial.

Por otra parte, las diferencias entre miembros de la Unión Europea sobre aspectos relacionados con cuestiones económicas y monetarias son otro recordatorio de las limitaciones de los acuerdos internacionales cuando estos, independientemente del nombre utilizado para identificarlos, pretenden una permanencia realmente duradera. Lo mismo en temas económicos que en alianzas militares se imponen cada cierto tiempo las modificaciones significativas, por no decir una corta duración.

Algunos de nosotros nacimos en la época de los grandes bloques. Además de las Naciones Unidas (ONU), que ha conservado cierta vigencia relativa, todavía se tomaba en serio a la Organización de Estados Unidos (OEA). En asuntos militares o económicos se hablaba de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y del Pacto de Varsovia, organizaciones y pactos que duraron bastante. En el caso de la primera es posible decir que fue tomando otra forma, pero quedó algo. El Pacto de Varsovia desapareció con la disolución de la URSS y el bloque socialista. Y se hablaba bastante acerca de la SEATO en el Sudeste asiático, de una Organización para la Unidad Africana y sobre todo del bloque de los “países no alineados”.

En cuanto a estos últimos, la Conferencia de Bandung en 1955, celebrada en Bandung, Indonesia invocaba los derechos de los países recién independentizados, la oposición a los residuos del colonialismo y al surgimiento del neocolonialismo. Era la época de las esferas de influencia estadounidense y soviética. Los nombres de Nehru y Tito eran repetidos con frecuencia en la prensa internacional.

En este siglo XXI, que prácticamente acaba de empezar, permanecen algunas de estas organizaciones o su recuerdo, pero es difícil ahora distinguir los bloques y las zonas de influencia. En el Cercano y Medio Oriente, y en el gran mundo musulmán, las diferencias religiosas entre sunitas y chiítas, partidarios de imponer la Sharía y simpatizantes de la secularización de la sociedad, hacen que Arabia Saudita e Irán, habitados por seguidores de las enseñanzas del profeta Mahoma, no se consideren realmente como amigos, mucho menos como miembros del mismo bloque.

En la América Latina han surgido tantas organizaciones, conferencias y “cumbres” que aquellas viejas doctrinas creadas en torno del llamado “panamericanismo” sean parte de una historia cada día más remota. No existe un bloque latinoamericano que pueda distinguirse por alguna parte. No puede hablarse de un bloque “socialista” o comunista, pero tampoco de un equivalente capitalismo o de “democracia representativa”.

Se habla de “enfrentamiento de civilizaciones”, de un viejo conflicto “norte/sur” y hasta de incipientes cruzadas religiosas, pero según pasan los días encontramos como difieren sustancialmente los integrantes de los antiguos “bloques.” Lo demuestran hasta cierto punto los extraños, y a veces eminentemente simbólicos, acuerdos en torno a los más recientes conflictos y diferencias en torno  a Afganistán, Irak, Irán, Israel, Siria, Egipto, Europa, América Latina, la religión, la cultural, el secularismo, y la lista sigue. Ni siquiera deseo entrar en las diferencias ideológicas de estos tiempos ya que algunos términos del pasado, como "socialismo” y “democracia” han ido tomando formas muy distintas a las del siglo XX.

Situaciones como estas han ocurrido en otros tiempos, pero ahora todo es más visible por la explosión de información y porque no todos los países están dispuestos a identificarse plenamente con un “bloque”. El tema merece mucho más estudio y aclaraciones adicionales y puede discutirse indefinidamente. Es más, mucho de lo afirmado merece ser tomado con un grano de sal, como acostumbramos decir en esta geografía septentrional. Por el momento, algunos reconocemos nuestra imposibilidad de distinguir con la claridad requerida cuales son realmente los “bloques” del momento histórico que estamos viviendo. (FIN)