Un amigo, notable intelectual católico, se refirió hace años a la ponencia de un colega como “confusa, profusa y difusa”. Aunque todo eso pudiera aplicarse también a aspectos fundamentales de política exterior en nuestro tiempo, me limitaré a la palabra confusión. Bastaría mencionar el conflicto entre rusos y ucranianos y la creación de un autoproclamado Califato en el Oriente Medio.
No es el primer período en que la confusión prevalece, pero todavía nadie conoce con alguna aproximación cuál será en definitiva la política de la actual administración norteamericana. Intervenir militarmente en el diferendo entre Rusia y Ucrania pudiera conducir a una guerra de proporciones incalculables. Intentar resolverlo mediante sanciones económicas aplicadas ha sido el método anunciado con mayor frecuencia. La Canciller Angela Merkel ha advertido que esto pudiera repercutir desfavorablemente en la economía europea.
De repente se redujeron al mínimo las referencias a la anexión de Crimea que había sido rusa desde el siglo XVIII, porque el mayor problema del momento es la penetración de tropas rusas en una región históricamente ucraniana, pero poblada en gran parte por personas de “etnia” rusa, algo difícil de definir, sobre todo porque los pueblos modernos de Rusia, Bielorrusia y Ucrania reivindican a la Rus de Kiev (en la actual Ucrania) como origen de su cultura y del estado eslavo original convertido en la Gran Rusia de los zares y sus predecesores.
En el idioma de las realidades, Crimea seguirá siendo parte integral de Rusia, independientemente del reconocimiento internacional, pero nadie sabe cuál será el destino de una amplia región de Ucrania. Ni siquiera se conocen las intenciones reales de Rusia, las cuales no son sólo una descentralización con autonomía para las regiones ucranianas pobladas por rusos, sino impedir el ingreso de Ucrania en la OTAN. Y quizás hasta se busque realmente la anexión de parte de su territorio.
Mientras la Unión Europea discute la peligrosidad de estos temas, el presidente Vladimir Putin hizo recordar al mundo la condición de Rusia como gran potencia nuclear. En otras palabras, algo así como el regreso de aquella “balanza del terror” que se estudiaba en cursos de Ciencias Políticas en los años cincuenta y sesenta en pleno apogeo de aquella, bastante caliente, “Guerra Fría”.
Pero si matizamos históricamente la palabra confusión al referirnos al diferendo ruso/ucraniano, porque las luchas entre esos pueblos tiene una larga historia, tendríamos por lo menos un mínimo de derecho a utilizar la palabra confusión en el tema del Oriente Medio. De repente, en medio de ese esquema irreal en el cual algunos en Occidente hasta soñaban con una larga era de entendimiento entre Estados Unidos, Europa y Rusia, se ha producido un disloque que alcanza proporciones olímpicas sobre todo en el Medio Oriente
Si existió confusión con la política exterior de los ayatolas de Irán y el ex presidente Mahmoud Ahmadinejad y su consiguiente evaluación por el Pentágono, el Kremlin, el State Department, el Foreign and Commonwealth Office londinense, el Quai d’Orsay parisino y hasta el Palacio de Itamarity de Brasilia (el Ministerio de Exteriores ya no radica en Rio de Janeiro) por no dejar fuera a América Latina, los niveles de confusión han aumentado enormemente.
La “correlación de fuerzas internacionales” de los viejos manuales de marxismo parece cambiar radicalmente en el Oriente Medio, sin olvidar el incremento del terrorismo así como los recientes acontecimientos en Libia. Y ya no es Al Qaeda la organización que atrae la mayor atención. Además, Irán y Siria siguen integrando la lista negra de Occidente, pero son ahora considerados hasta como posibles aliados coyunturales en la lucha con el nuevo “Califato” de ISIS o Estado Islámico que amenaza a Occidente y a iraníes, kurdos, estados árabes “moderados” y al gobierno militar de Egipto que derrocó a los “Hermanos Musulmanes”. Sin olvidar a la Turquía de Kemal Ataturk y sobre todo al gobierno instalado por el presidente George W. Bush en Bagdad, la antigua sede de un califato, etc.
Ante lo que considera ineficacia de la actual ONU política, una figura tan venerable como el ex gobernante israelí Shimon Peres propone en el Vaticano una “ONU de las Religiones” con el muy admirado papa Francisco al frente. Peres parece encontrar en ese proyecto un instrumento para resolver conflictos y alcanzar la paz, teniendo en cuenta los aspectos de lucha religiosa en el momento actual. “Mutatis mutandis”, el presbítero laico presbiteriano John Foster Dulles, después Secretario de Estado norteamericano, encabezó en 1939 un comité que se proponía alcanzar la paz internacional, predecesor del futuro Consejo Mundial de Iglesias. Lo de la paz se quedó en el papel ese histórico año.
Continuarán llegando proyectos y declaraciones, pero en estos gravísimos problemas internacionales prevalece un ambiente confuso y con un grado apreciable de indecisión, acompañada, o quizás disfrazada, de cautela. “Orate Fratres”.