Cuando le preguntaba a una de mis tías qué había de nuevo,  ella respondía: “hijo, qué decirte, un mundo de cosas”. Después leí una novela de José Soler Puig, escritor nacido en Santiago de Cuba, quizás la más caribeña de las ciudades cubanas. El título era precisamente “Un mundo de cosas.” A una “Historia de las Religiones” que me publicaron en Madrid en 1989 pensé por un momento darle como título “Un mundo de religiones.”

El tema de la religión recibe de nuevo gran atención en los medio. A eso contribuyen acontecimientos del Oriente Medio, pero también la popularidad del venerable papa Francisco y el crecimiento de movimientos evangélicos en Iberoamérica. Se trata de un escenario tan universal que permite hablar de “un mundo de religiones”. Y cada día surge algún movimiento religioso de nuevo cuño. A pesar de la secularización, los descubrimientos científicos y los avances de la tecnología es cada vez más visible el papel de las religiones.

En contraste, se nota el descuido de la asignatura Historia de las Religiones. Se ha puesto de moda mencionar al Corán, pero aparte de los musulmanes muy pocos lo han leído. Como en el caso de la Biblia, el libro sagrado del Islam ha sido interpretado de muchas formas. Para complicarlo todo, las creencias tanto del promedio de los islámicos como de los islamistas radicales son resultado de un proceso histórico mucho más que de un texto considerado sagrado.

Como ha sucedido con el judaísmo y el cristianismo, el Islam está integrado por infinidad de sectas y grupos, las cuales reflejan no sólo pasajes escriturales sino que son el producto de períodos y personajes de la historia. Aunque se trate de ocultar, la teología de las grandes religiones es en parte el producto de una evolución histórica, pero no guarda siempre una relación estrecha con el estudio científico del tema más allá de una influencia confesional,  muchas veces impuesta a una civilización por un imperio o estado. Y todos creen que su religión es la verdadera.

Es un mundo de religiones en el cual cada movimiento ha creado su teología y ofrecido su propia versión de su historia. Pocos conocen que el Corán, que no enseña la divinidad de Cristo o de Mahoma, dedica más elogios a Jesús y a la Virgen María que al mismo Mahoma. Con el tiempo, los teólogos musulmanes elevaron a Mahoma por encima de otros personajes considerados también como profetas. Pero ese detalle no es sino una ínfima parte de una suma de conocimientos que obligan al estudio y la comparación.

Los radicales en el Islam hacen énfasis en cuestiones que los alejan de posiciones previas. Se han añadido tantas tradiciones e interpretaciones que el tema es sumamente complicado, como sucede con las doctrinas, prácticas y ritos del cristianismo posterior a su primera etapa. El cristianismo oficialista posterior al siglo IV no es necesariamente el de los primeros siglos. Es triste recordar que el Islam y el cristianismo se impusieron a la fuerza a tribus y regiones enteras en la Edad Media. Y que los más efectivos misioneros cristianos a las tribus germanas fueron los “herejes” arrianos y no los que después impusieron su teología, gracias al emperador Constantino, a los conversos logrados por los arrianos. Pero los islamistas radicales son los que ahora dan la impresión de vivir en una época como aquella y no en el siglo XXI.

Bastaría la lectura de la “Historia de los Heterodoxos Españoles”, una obra clásica de don Marcelino Menéndez y Pelayo, para conocer que hasta en España existió una colosal diversidad de movimientos cristianos desde los primeros siglos.  Una sencilla consulta a la “Historia del Islam” de la Universidad de Oxford echaría abajo multitud de datos que se ofrecen al vapor. Un texto reciente, “Historia del Cristianismo en Asia” de Samuel Hugh Moffatt, ayudaría a revisar versiones enteras que se han ofrecido sobre los seguidores tanto de Jesús como de Mahoma en la región que hoy tanto nos interesa. Y sólo cito unos pocos libros.

Se impone, pues, el estudio de la Historia de las Religiones en las universidades y escuelas de periodismo. Si dependemos solamente de las noticias, el catecismo, la escuela dominical, la madrasa musulmana o la versión favorita ofrecida en un plantel confesional, no sólo seguiremos confundiéndonos con los acontecimientos en el mundo sino con la experiencia religiosa y la condición humana en general.

El islamismo radical, así como el fanatismo religioso de algún tipo utilizado en la política, constituyen problemas de nuestro mundo. Es cierto que hasta el siglo XVIII los cristianos quemaban vivos a “herejes” y brujas, y que los islámicos no inventaron la guerra santa, pero que cosas parecidas a esas subsistan y se intensifiquen en el siglo XXI, como sucede en el Oriente Medio, sería harina de otro costal.

No sólo nos desenvolvemos en un mundo de sistemas políticos y económicos sino que todavía vivimos en un mundo de religiones. De muchas de ellas. Y la lista actual de religiones “quizás sea sólo con carácter preliminar.