La fachada del cibermundo es visual, de pantallas que nos miran, que las miramos, que configuran los rostros de los nativos e inmigrantes digitales en la cotidianidad, el celular, la televisión, el cine las computadoras, el cajero automático. Los sujetos navegantes (cibernautas) se desplazan por el ciberespacio, en la convergencia de los multimedia, audio, imágenes, textos escritos y transmisión de datos, la interactividad caracteriza nuestra vivencia en pantallas.
Mucho antes de que se configurara el cibermundo, la pantalla (tv) era todo poder, todo imagen, en la película “un mundo implacable” (network, 1976), se evidencia el poder de la pantalla, el negocio y éxito de ser parte de esta y vivir de los récords de audiencia. No menos intensa en escena, también se encuentra el poder de la pantalla, del control de la mente, en la película “videodrome” (1983) y que ya en parte lo reveló la novela de George Orwell, 1984, la cual fue escrita en la década de los 40 y retrata un mundo vigilado por “telepantallas” y en la construcción de un lenguaje momificado envuelto en la imagen del Gran Hermano. Esta novela fue también llevada a la pantalla del cine en 1984, años en el que mundo supuestamente viviría en el totalitario político controlado a través de la policía del pensamiento.
Ese mundo de pantallas, como puede apreciarse ha invadido nuestra intimidad hasta el punto que ha modificado radicalmente y empobrecido el aparato cognoscitivo del homo sapiens, según Giovanni Sartori, en su texto Homo Videns. La sociedad teledirigida (1998). Para este autor, las imágenes que brotan de las pantallas (tv) no son palabras, símbolos que deben entenderse, sino ver y para verla, necesitamos poseer el sentido de la vista.
La visión de Sartori, en parte es una crítica a las pantallas, a su presencia cargada de imágenes culturales e ideológicas, a la fascinación y seducción que provoca en el espectador. Por lo que su crítica al mundo de pantallas, del espectáculo forma parte de la corriente crítica asumida por literatos, filósofos, sociólogos y cineastas desde los tiempos de la novela de George Orwell, cuando este situó el control del pensamiento a través de telepantallas.
Sin embargo, en el siglo XXI, la crítica a lo que es el mundo de las pantallas, entra en el plano del cibermundo, de la interactividad, de la virtualidad ciberespacial. Los intelectuales Lipovetsky, Jean Serroy, escribieron un texto titulado: La pantalla Global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna (2009, Anagrama), en el que expresan cómo el individuo actual y de mañana, vive conectado permanentemente, mediante el móvil y el portátil, con el conjunto de las pantallas y cómo él está en el centro de un tejido reticular cuya amplitud determina los actos de su vida cotidiana.
Para estos autores los actos cotidianos virtuales y de pantalla, pretenden cicatrizarnos las heridas del tiempo, que nos dice que somos mortales, que no escapamos a la degradación por más imágenes que pretendamos eternizar en las redes sociales cibernéticas.
El afán y seducción por la eternidad en lo virtual nos ha cambiado la vida, tal como dicen estos dos intelectuales franceses, las redes de las pantallas han transformado nuestra forma de vivir, nuestra relación con la información, con el espacio-tiempo, con los viajes y el consumo.
En el cibermundo, nos envolvemos y nos movemos en miniaturas de pantallas cristalizadas en un dispositivo móvil , como el teléfono inteligente (smartfhone) , con este dispositivo móvil, la pantalla nos atraviesa de manera permanente , a cualquier hora y en cualquier lugar, en cada movimiento de nuestro diario vivir: en la comida, en el trabajo, en la plaza comercial, las calles, en el baño, en la cama, en fin la pantalla de nuestro celular o dispositivo móvil nos ha trasformado hasta el punto que una franja de nativos e inmigrantes digitales están sufriendo del síndrome de phubbig, termino tomado de las palabras inglesas fhones y snubbig, para referirse a las personas que prestan más atención al dispositivo móvil, que al compañero que esta con él en ese momento . Este síndrome, al igual que su término data de 2007, cuando esa miniatura de pantalla (smarthone) comenzó a ocupar parte de nuestra mirada cotidiana.
Las personas que han sentido fascinación por la micropantalla del dispositivo móvil en su cotidianidad y han interactuado con sus aplicaciones, han experimentado el phubbig. Esto no significa que han estado sufriendo de ese síndrome, es como cuando una persona en determinado momento de su vida se ha embriagado, no por eso, se puede catalogar como alcohólico. Para tales casos tiene que haber una reiteración cotidiana y la cual tiene que ser cuantificada, para luego situarla en el ámbito de lo vicioso más que de lo virtuoso, como diría el filósofo Aristóteles.
Sin embargo, la presencia de las pantallas no han de satanizarse, ni exorcizarse, vinieron para quedarse y ser parte de nuestra cotidianidad en la era del cibermundo. Las pantallas con las que convivimos, hay que situarlas más allá de la pasividad, en cuanto que tan solo no nos miran y las miramos, como sucedía en el mundo precibernético, hoy esas miradas son interactivas.
Las pantallas son inevitables en nuestras relaciones con el mundo y el cibermundo. Por el robo de un dispositivo móvil de pantalla (celular) en la República Dominicana se puede perder la vida. (Ver los casos horrendos de la maestra, Gioconda Milagros Pérez, de 22 años, con 7 meses de embarazo, el 10 de enero 2016 y del segundo teniente Lenny José Estrella Lora, 31 de diciembre 2015). Sobre esos asesinatos nos hemos enterado por la pantalla de un dispositivo móvil.
En la actualidad somos interactividad, creatividad e imaginación, en procesos de relación e interrelación social compleja, en un mundo en que el ciberespacio no es un medio como en otrora lo fue la televisión, sino parte de nuestro espacio que nos brinda refugio no de frialdad, sino de calentura en dispositivo móvil de miniatura de pantalla, que han sobrepasado con su presencia a la población del mundo.