PORTOVENERE, ITALIA – Hace apenas tres meses, la economía global parecía ir camino a una recuperación relativamente robusta. La distribución de vacunas contra el COVID-19 se había expandido en los países desarrollados, haciendo crecer las esperanzas de que se extendería a los países en desarrollo en la segunda mitad de 2021 y en 2022. Muchas economías estaban registrando cifras de crecimiento impresionantes en tanto sectores afectados por la pandemia retomaban la actividad. Si bien la congestión de las cadenas de suministro había generado una serie de escaseces y precios elevados de insumos clave, estos se veían como problemas meramente transitorios.
El mundo parece muy diferente hoy. La variante Delta se está propagando rápidamente, inclusive en los países desarrollados y entre grupos que hasta aquí eran menos vulnerables al virus. Las partes no vacunadas del mundo –esencialmente los países de medianos y bajos ingresos- hoy son más vulnerables que nunca.
Asimismo, la cadena de suministro de vacunas está fallando. La razón principal es que los países desarrollados tienen contratos de opción para comprar muchas más dosis de vacunas de las que necesitan (inclusive considerando una expansión de sus programas para vacunar a gente más joven y administrar dosis de refuerzo). Esto alarga la fila de las vacunas, demorando así la llegada de vacunas en gran parte del mundo en desarrollo.
Es preciso liberar los “pedidos en exceso” del mundo rico y ponerlos a disposición para que sean comprados por otros países. Un programa para financiar esas compras no sería muy costoso en términos globales (en el orden de 60.000-70.000 millones de dólares) y rendiría beneficios inmediatos y de largo plazo en el control del virus y la prevención de la aparición de nuevas variantes peligrosas.
Otro problema es que las cadenas de suministro globales se han visto más alteradas de lo que se pensaba en un principio. Hoy es evidente que las escaseces que resultaron de ello –en mano de obra, semiconductores (que se utilizan en innumerables industrias), materiales de construcción, contenedores y capacidad de transporte- no van a desaparecer en el corto plazo. Hay sondeos que indican que los efectos inflacionarios se perciben en diferentes sectores e industrias, y es probable que actúen como un viento en contra persistente para la recuperación y el crecimiento.
Para sumar incertidumbre, se han producido cambios inducidos por la pandemia en las cadenas de suministro domésticas y globales que todavía no se entienden del todo bien y que probablemente sean difíciles de revertir. Por cierto, las alteraciones producto de la pandemia son más amplias y parecen ejercer una rémora más fuerte en la economía que la reciente guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Por lo tanto, podemos esperar más de lo mismo (y probablemente mucho peor) en los próximos 20-30 años. La ventana para impedir el tipo de acontecimientos que hemos visto este verano está cerrada. El desafío hoy es acelerar el ritmo de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero para evitar episodios generados por el clima aún más graves –y potencialmente más amenazantes- en las próximas décadas.
Dados los vientos económicos y climáticos en contra que enfrenta el mundo, y considerando que seguirán soplando por un buen tiempo en el horizonte, el crecimiento y el desarrollo futuros están en peligro. Además de ser un obstáculo evidente para el crecimiento, las alteraciones de las cadenas de suministro de hoy pueden contribuir a presiones inflacionarias que exigirán una respuesta de política monetaria.
De la misma manera, un virus que muta constantemente y que se ha vuelto una característica casi permanente de la vida retardará el crecimiento y la especialización a nivel global. El turismo internacional seguirá teniendo dificultades para recuperarse. Y si bien las plataformas digitales pueden servir como sustitutos parciales, los impedimentos a la movilidad terminarán afectando a todos los ecosistemas económicos y financieros globales que sustentan la innovación.
En el pasado, los episodios de clima extremo eran infrecuentes y lo suficientemente locales como para que los riesgos no afectaran realmente las perspectivas macroeconómicas globales. Pero el nuevo patrón ya parece diferente. Es difícil pensar en una región que no sea objeto de riesgos elevados relacionados con el clima. Un documento reciente de la Reserva Federal de Estados Unidos advierte que el cambio climático podría aumentar la frecuencia y la severidad de las contracciones económicas, reduciendo así el crecimiento. Aparte de los recursos dedicados a impulsar la recuperación, llegado el caso esta nueva realidad debería reflejarse en los precios de los activos y los seguros.
La conclusión es que el cambio climático se está convirtiendo rápidamente en un factor perceptible en el desempeño macroeconómico. Aunque no existen mediciones precisas de fragilidad económica (vale decir, resiliencia frente a las sacudidas), es difícil no concluir que la economía global, y especialmente algunas de sus partes más vulnerables, se está volviendo más frágil. Los países en desarrollo de bajos ingresos ya enfrentan retos significativos en lo que concierne a las tendencias demográficas, a adaptar los modelos de crecimiento a la era digital y a resolver problemas de gobernanza localizada. Si a esto le sumamos las restricciones fiscales, la volatilidad y la presión relacionadas con el clima y la larga fila para recibir vacunas, están dadas las condiciones para una tormenta perfecta.
Gran parte de esto ya forma parte de nuestro futuro inmediato. Pero no todo. Los mercados de capital, por ejemplo, parece estar ajustándose a la nueva realidad, y resolviendo el desafío de la oferta de vacunas global no es ni imposiblemente complejo ni prohibitivamente caro. Todo lo que se necesita es un foco y un compromiso multilateral.
La conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) en Glasgow en noviembre será crucial y hasta más difícil que las conferencias sobre cambio climático pasadas. El objetivo es fortalecer los compromisos de descarbonización nacionales realizados en París en la COP21, de manera que el agregado global sea consistente con un presupuesto de carbono que limita el calentamiento global a 1,5° en relación al nivel preindustrial.
Finalmente, ya que los episodios climáticos extremos ocurrirán con más frecuencia y a nivel global –azotando al azar casi en cualquier parte-, los sistemas de seguro privados y sociales necesitarán un mejoramiento importante para volverse multinacionales en alcance. Tal vez haga falta una nueva institución financiera internacional que lleve a cabo esta tarea, en un trabajo estrecho con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.