El surgimiento en América Latina de una nueva izquierda no liberal, proveniente de la extrema derecha, pudiera estar adueñándose del sentimiento de amplias capas de población dominicana, insatisfechas con los resultados de nuestro experimento democrático a lo largo de las últimas décadas.  Para muchos dominicanos el modelo político actual está en una fase avanzada de decadencia. Las estadísticas son estremecedoras. A despecho del enorme crecimiento anual de la economía, la pobreza se ha incrementado en el país y las expectativas son cada vez más reducidas en los grupos ubicados en los niveles más bajos de la escala social.

Los pobres nacen sólo para morir años después en las mismas condiciones, sin perspectivas de cambio. Pocos de ellos tienen oportunidad de modificar su estatus y de alcanzar cierto grado de prosperidad, mientras la impunidad que protege los alarmantes grados de corrupción existentes reduce la fe en el modelo y en la clase política que lo sustenta. Una visión panorámica del acontecer de los últimos años en el continente al sur del río Bravo o río Grande, muestra cómo una nueva generación de políticos, muchos de ellos sin vieja militancia, se han apropiado del escenario de sus países, en base a un discurso de denuncia de la realidad a su alrededor.

Las rivalidades internas en los principales partidos tradicionales del país, acentuadas por las luchas de predominio y la búsqueda de nominaciones presidenciales, pudieran acelerar el proceso de degradación de un modelo que ha sido hasta ahora incapaz de dar respuestas a los graves problemas nacionales. El proceso con vista a las elecciones del 2016 dará la pauta del futuro. La acumulación de frustraciones pudiera adelantar la hora de un cambio que a la postre podría significar un retroceso en materia democrática. La experiencia de otros países indica que el fenómeno viene lleno de incertidumbre.