Se ha convertido en una tradición, bastante larga, en que previo a los meses de unas elecciones presidenciales, haya que examinar los aprestos de la Junta Central Electoral.
Como en los tiempo de la montonera, la confianza es un objeto que no existe y se milita en la bronquitud extrema,
que no viene de Bronco Billy, sino de la desconfianza total, como en las noches de los Western de bandidos y vaqueros.
Con el tiempo, privando de una madurez que no alcanzamos, la junta creció con los fines de hacer más transparente los procesos electorales y con la idea de que el llamado "derecho al pataleo", fórmula dominicana en la que el vencido se defiende con los pies, harto del uso de las manos, tuviera cauces legales acertados y públicos. La institucionalización de la Junta Central Electoral era urgente y necesaria, pero sin que su equidad descansara en la base de la presencia de los partidos en las magistraturas, porque eso a largo plazo conflictos traería.
Fraudes electorales como el de 1994, ya documentados por Juan Bolívar Díaz y John Graham, ex embajador del Canadá en aquel tiempo con asiento en nuestro país, modelo de trampa a la conservadora, dejaron claro que el país no podía seguir dándose el lujo del intervencionismo civil, religioso o extranjero, para dirimir conflictos de esta naturaleza. Pero como se ha visto, las soluciones posteriores de poder identificar jueces con partidos hacia lo interno de la junta, tampoco ha sido la mejor solución, hasta donde se puede ver del Lic. Manuel García Lizardo, por sus posiciones conservadoras y la misión que tenía delegada del poder ejecutivo de entonces, nadie podía dudar que su nombre quedaría manchado por una acción vulgar, revanchista y racista al mismo tiempo, porque la idea era que, aunque se armara la crisis política más aguda, el Dr. José Francisco Peña Gómez, no llegara al poder, como en efecto fue.
La República Dominicana, se acostumbró a que socialmente, idea decimonónica criolla de las clases sociales y sus roles políticos, a que los notables podían cuidar el voto de los demás, discutir sobre ello, ordenarlos, contarlos y acomodarlos, según intereses establecidos. El poder se discutía entre los que poder tenían, de éste modo las urnas eran algo menos que un basurero
popular de papel higiénico, que purificado por el fuego eterno, cumplía el rol social que le correspondía : el más bajo.
El Notabilísimo, para llamarle a este oficio de algún modo, tenía entonces unos componentes sociales asentados y apreciados por una sociedad cuyo consenso
no tomaba en cuenta el disenso social sin voz ni notabilidad. Cardenales, licenciados expertos, rectores, entre otros desfilaron en situaciones de crisis políticas agudas, como comparsas, carnavales de murales a lo Diego Rivera, donde calaveras y urnas bailaban el mismo son, de olvido muerte y desilusión.
En 1994, digno es recordarlo, también hubo sus defensores de la Junta fraudulenta, los que no podían faltar, en un servicio activo al Balaguerismo por admiración de causa y deber Neotrujillista, por ahí andan aún en lo mismo, con más fé…
Al cabo de numerosas crisis electorales en un historial de la Junta Central Electoral que produce más grima que serenidad, cabe la pregunta, una vez más: ¿Qué nos depara la Junta Central Electoral actual para las elecciones del 20 de mayo del 2012?…
En el tema de los observadores, vale decir que conviene a la propia Junta Central Electoral poder disponer del máximo de observadores, como garantía de la transparencia de cualquiera de los triunfos y así hace brillar su rol de imparcialidad.
Y esa imparcialidad no debe dejar de tener en cuenta los rumores y presagios de un poder activo, desorbidado que pareciera
olvidar que el torneo tiene normas, que la alternancia es parte de la salud meridiana de la Democracia, siempre y cuando
ésta última no sea una excusa para la mordaza y escarnio a los demás, con finas palabras por arriba y garrote vil, por abajo.
Ello se debe tener en cuenta, porque en la opinión pública conviven asociada las ideas de que el actual presidente, Roberto Rosario, nunca ha negado su militancia en el partido del poder. Ese anticipo, en una situación como la actual, obliga al propio magistrado a llevar una conducta intachable en materia de conducción del proceso, al menos una pizca de sensatez, eso sugiere, que lo contrario, sería desmadre y posible escenario, recurrencia desesperada, al notabilismo de nuevo.
Será importante que el clima previo a las elecciones generales, se caracterice más que por agrias polémicas, por consensos de los partidos al tomar decisiones en el pleno, sería la norma más elemental de un proceso sin traumas previos ni sospechas desde antes de iniciarse.
Una tormenta llamada "Frías" sacude los litorales de la Junta, en este momento, no se sabe si la tormenta podría ser ciclón o pasar rápido a ligera depresión tropical, lo ideal sería que la Junta Central Electoral aplique los mecanismos de consenso de que dispone para que el "fenómeno" que despierta sospecha en un partido mayoritario, no altere un proceso de tanta importancia en el sistema que tienen dominicanos y dominicanas, para elegir en este caso al poder ejecutivo, que dirigirá durante los próximos cuatro años el destino de éste país.
Sensata ha sido la posición del Lic. Pina Toribio, al pedir en el pleno un expediente del funcionario cuestionado.
De todos modos, lo que sí es evidente es que el Dr. Roberto Rosario tiene una gran responsabilidad gerencial y moral, para que estos comicios de mayo del 2012, tengan la transparencia debida y no hayan demoras ni tapones en los conteos que generen desasosiego en la población, habida cuenta de que por desgracia, es de público conocimiento que el violeta le enternece, con todo su derecho, pero en la Junta tendría que mirarlo como miraría a muchos otros colores…