En mis años juveniles me tocó ir a Emergencia de un hospital público cuando la salud púbica del país era un servicio ofrecido por el Estado a todos los dominicanos que, por mandato de la ley, cumplían todos los gobiernos. Esta primera visita formal a un centro de salud la realicé en mi provincia al hospital Jaime Mota, de Barahona. Luego, siendo estudiante universitario, de la UASD, me abrieron mi récord de paciente en un hospital de la capital, el Morgan, a donde acudía por algunas pequeñas preocupaciones o dolencias rutinarias. 

Un hospital público era, en aquellos tiempos, superior a una clínica de clase media de hoy. Los servicios de los hospitales de ayer eran de alta calidad. En la actualidad, los gobiernos han abandonado los hospitales y a todo su personal de salud. La salud está privatizada. Nunca en la historia republicana los hospitales de salud pública habían sufrido tanto desamparo. Esto es también un evidente abandono a todos los ciudadanos, muy especialmente, a los pobres del país.

Paso a contar dos historias personales de lo que viví al visitar las emergencias de dos hospitales públicos. La primera de ellas se refiere a un día en que mi madre -quien hace apenas unos meses que se despidió de este mundo, o como diría Facundo Cabral, "se nos adelantó". Ella estaba en una cita en Cecanot, de donde era paciente y la acompañaba mi hermana mayor. Mi esposa me informó que mi madre había sido llevada de urgencia al hospital Morgan. Allí la encontré en aquel lugar llamado Emergencia.

Nunca había visto algo igual. La gente del pueblo llegaba a dicha Emergencia bajo dolores y llantos. Y aquel espacio, atiborrado de gente humilde en pleno desamparo. Ante ese drama humano, los parientes de los enfermos y los médicos parecían implorar: unos al cielo; los otros, a la ciencia. Ha quedado fija en mi memoria la imagen de aquellos médicos vestidos de blanco, hombres y mujeres que estudiaron para salvar vida, ahora sin nada en las manos con que curar el dolor de los hijos del pueblo. Todavía tengo grabada en mi memoria la mirada de impotencia de aquellos jóvenes vestidos con su bata blanca que morían de impotencia, mirándose a los ojos, como si su sacerdocio muriera de pena. "No había de nada".

La segunda historia de mi visita a un hospital la realicé al Jaime Sánchez, de Barahona. Me acompañaba mi esposa y una distinguida maestra, con la que íbamos a visitar a una persona de igual vocación, rango moral y magisterial, quien reside en "El Batey Central", como se llamaba antes, nombre que los políticos dirigentes le cambiaron para designarlo con el de Villa Central. Allí, a pesar del cambio de nombre y la riqueza que produce el ingenio de esa provincia, aún la gente se cae a pedazos y la vieja discriminación social y racial se recicla con el paso del tiempo y pare, desde sus entrañas, la misma miseria y abandono de siglos.

Decidí proponer a mis acompañantes visitar ese hospital. Me sorprendió mi viejo hábito de hacer sociología frente a los problemas humanos. Cuando paso por las calles de aquel centro de salud abandonado, siento la nostalgia de los años idos y la alegría que nos inspiró cuando fue construida e inaugurada aquella obra en la década de los años setenta. Daba la impresión de que teníamos un paraíso en las manos y que ¡por fin! nos había llegado la fantasía soñada de tener un nuevo centro de salud en esa comunidad. Esa obra constituyó el orgullo de la región. Entramos a su terreno y nos estacionamos. Entrenado por mi larga vida en la UASD, decidí estar a la cabeza del grupo, por si a alguien se le ocurría pararnos.

Al entrar por la puerta principal, en un lugar que aún mantiene el nombre de Emergencia, la vida se transformó en un largo lamento. Seres humanos enfermos tirados en el suelo y sentados en viejas sillas que sólo pueden utilizarse en lugares donde "no hay de otra" y los seres humanos resisten la muerte. Caminamos de arriba a abajo todo el hospital, incluyendo aquellos espacios que alguna vez fueron consultorios y laboratorios, y no había un alma. La única vida que aún quedaba en aquel lugar eran los descalzos y descamisados de este mundo que esperaban por atención de salud. Estaban todos en pleno abandono.

El Coronavirus ha entrado al país sin un sistema de salud pública y con una nación dirigida, dolorosamente, desde la mentira y la propaganda política engañosa. Todos los problemas habidos y por haber se "resuelven" con una línea de comunicación diseñada para los medios cómplices de las maldades contra el pueblo, desde el poder político, que paga muy bien su propaganda. 

Nos aterra lo ocurrido en San Francisco de Macorís. Qué tragedia! Peor aún, en el área del Caribe nuestro país está en el primer lugar en el caso de la pandemia del Coronavirus. Cuánta pena! No estamos en manos de ningún sistema sanitario. Estamos en las manos de Dios y el coraje de este extraordinario pueblo.