En su libro “La verdadera guerra” (The real war), el expresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, al analizar las consecuencias políticas de ciertas inconsistencias norteamericanas en la conducción entonces de sus relaciones internacionales, se refiere a la forma en que el asesinato del líder vietnamita Ngo Dinh Diem, afectó la moral de muchos de sus aliados asiáticos y africanos.
Cuenta Nixon que el entonces presidente de Pakistán, Ayub Khan, le hizo la siguiente confidencia: “El asesinato de Diem significó tres cosas para muchos dirigentes asiáticos: que es peligroso ser amigo de Estados Unidos; que ser neutral rinde beneficios; y que, a veces, es útil ser enemigo”.
Aunque ciertas prácticas no son ya posibles en el ámbito internacional y las relaciones diplomáticas responden a necesidades distintas, es obvio que ese legado todavía afecta los vínculos de Washington con otras naciones, especialmente las de este lado del mundo en el que vivimos. También es obvio que existen vínculos muy particulares y fuertes entre nuestro país y los Estados Unidos y que a despecho del historial de agravios que a lo largo de siglo y medio han afectado esas relaciones, Estados Unidos, por muchas otras y valederas razones, es probablemente el más firme y confiable aliado de la República Dominicana. Allí viven unos dos millones de dominicanos y el intercambio comercial con ese país es o ha sido, por tiempo, el más favorable en relación con el resto del mundo.
Sin embargo, es comprensible que a pesar del tiempo transcurrido, el eco de la observación de Khan citada por Nixon en su libro estará de alguna manera oculta en todos los debates sobre las relaciones hemisféricas por lo difícil que esas relaciones han sido a través de los años. Y la razón es que en muchas partes de América Latina son frecuentes las veces que ha primado la sensación de cuán “peligroso” puede ser amigo de Estados Unidos.