Dos frases pronunciadas por Balaguer, citadas por sus adversarios fuera de contexto, le persiguen incluso después de su muerte. Durante un período de precios deprimidos del azúcar, el entonces Presidente intentaba obtener un aumento de la cuota en el mercado norteamericano de precios aún preferenciales. La situación internacional no le era nada favorable al país y el gobierno dominicano tenía entonces problemas de comunicación con la Casa Blanca debido al deterioro del clima de derechos humanos prevaleciente en aquella época.
En un discurso ante la Asamblea Nacional, en un gesto teatral, Balaguer apeló a la comprensión de la administración del presidente Nixon, señalando que si su presidencia constituía un obstáculo al logro de una mayor cuota azucarera él estaría dispuesto a asumir un sacrificio y renunciar al cargo. La afirmación arrancó un fuerte aplauso de los congresistas y de las personalidades allí presentes que aún resuena en las paredes de la augusta sala de la asamblea. Por supuesto, ni los legisladores, reformistas y de oposición, ni mucho menos el personal de la embajada de Estados Unidos, prestaron atención a su propuesta. Por una sencilla razón. Todos sabían que nada en el mundo le iba a forzar a dejar lo que tanto amaba.
En otra oportunidad, Balaguer dijo, también ante el Congreso, que la Constitución había sido a lo largo de nuestra historia “un pedazo de papel”. Para la posteridad ha quedado que él atribuía esa categoría a la Carta Magna, en parte porque no se preocupó nunca por situar su afirmación en el contexto justo. Y, por penoso que resulte, Balaguer tenía razón, porque la Constitución había sido constantemente violada y estrujada. Y como para él de hecho, mientras gobernaba, la Constitución significaba poco, su correcta interpretación sobre el papel histórico de ese texto fundamental, le venía a la perfección.