Nos estamos acostumbrando a ver un presidente sonriente, que se esfuerza por cambiar el estilo de gobernar y por parecer sencillo, por hablar con la gente y por atender lo micro a la par de lo macro. El mandatario y su equipo de comunicación se esmeran en vendernos un gobierno surgido de la manga de un mago, cuyos integrantes no tienen nada que ver con el equipo saliente: nuestros funcionarios se volvieron santos gracias a un liderazgo renovado, como si no fueran del mismo partido. Aunque la impresión de cambio es una cosa, la realidad puede ser otra.
El nivel de deterioro al que ha llegado nuestra sociedad no es para cambios cosméticos, sino para un lavado completo. Una pasada por una máquina lavadora con el detergente más potente, múltiples revoluciones, un buen estrujón y una sacudida bien fuerte.
Luego de la lavada hay que secarlo todo al sol, para purificar. Necesitamos una desinfección total de los remanentes del trujillismo y del balaguerismo; pero también del conservadurismo, del autoritarismo, del clientelismo y de la impunidad. Solo así se podrá quizás hacerle frente a la actual degeneración moral y social.
El modelo económico no funciona, dijo nuestra vicepresidenta, en días pasados, en un foro internacional. Pero si el modelo económico no funciona, ¿no será acaso porque los que siempre han mandado han mantenido su control, disfrazados ahora de demócratas y modernizadores, impidiendo el establecimiento de modelos orientados a disminuir la brecha entre pobres y ricos?
Una buena desinfección debería iniciar por la creación de una comisión de la verdad para que nadie olvide lo que han sido Trujillo y luego Balaguer, para que en nadie pueda surgir el más mínimo deseo de un hombre fuerte o de un gobierno militar, sin obviar que para lograr los cambios requeridos se necesita un dirigente con los pantalones bien puestos.
Así se recordaría a saciedad que Balaguer no fue ningún padre de la democracia, que fue un hombre de Trujillo, que fue el auspiciador de la Banda Colorá, que mandó a matar, que fomentó el asistencialismo y otras artimañas. Ser propuesta como candidata a la presidencia por el PRSC debería entonces ser para Margarita Cedeño una vergüenza más que una gloria.
Esta lavada profunda evitaría la confusión. Producto de la época en que le ha tocado vivir, gran parte de nuestra juventud no conoce la historia. Es víctima de un sistema educativo deficiente mantenido con premeditación por todos los gobiernos que se sucedieron después de la dictadura. En ocasión de las fiestas patrias nuestros jóvenes repiten ciegamente, año tras año, los mismos lugares comunes y resúmenes simplificadores sobre los héroes patrios sin ser capaces de relacionar sus gestas con derechos y deberes ciudadanos.
En cuanto a las demás generaciones, las encuestas hablan por sí solas. Los entrevistados no solamente colocan a Balaguer en un sitial preferencial, sino que también le atribuyen poca importancia a la corrupción en la lista de sus preocupaciones, relegándola a un décimo lugar.
Este desinterés confirma que la corrupción endémica ha permeado todas las capas sociales, que esta es considerada como un mal soportable, lo que refuerza la miseria moral y espiritual generada por la extrema pobreza. Resulta difícil a la minoría crítica que lucha contra este fenómeno concientizar y movilizar una ciudadanía anestesiada y acomodada. Mientras el dinero siga siendo incoloro e inodoro, no importando cómo se consigue, los ejemplos de bienestar rápido, los pandilleros, los narcotraficantes y los políticos seguirán siendo también modelos dignos de admiración porque reparten dinero, protección, privilegios, contratas arriba y tarjetas y funditas abajo. La impunidad que protege a nuestros “grandes” hace imposible el saneamiento de la sociedad.
El procurador general de la República acaba de pronunciar la frase siguiente: “Una sociedad que tolera y a veces reconoce y admira a quienes delinquen, sean delitos con violencia, delitos de cuello blanco, privados o contra la cosa pública, no contribuye en absoluto a reproducir un clima de seguridad ciudadana”. Mientras oigamos frases tan ambiguas como esta, en el mismo momento que se desestimó la querella contra el expresidente Leonel Fernández, seguiremos atrapados entre las redes de la violencia y del deterioro social.