Hace largo tiempo que conocí a Samanta, desde cuando yo desarrollaba programas de artes en Miami Beach, en Florida. En esos años ella acostumbraba a asistir a las presentaciones y exhibiciones de artes. Así la conocí, aunque ligeramente. Hace un par de meses la vi de nuevo en un concierto y conversamos. Ella supo acerca de mi interés en las plantas; por lo tanto, me invitó a visitar el jardín que ella ha fomentado en su casa.
Cuando estábamos conviniendo en una día para la visita, ella no aceptó mi primera sugerencia porque dijo que su jardín estaba cubierto de hojas secas que caen de árboles colindantes a su propiedad. Ella pensó que eso era un inconveniente para que yo pudiera apreciar la belleza de su jardín. Naturalmente, mi respuesta fue que eso no era inconveniente. Ella entiende, al igual que yo, que esas hojas secas añaden colores al suelo de su jardín.
Cuando llegué a su casa encontré un jardín más bien pequeño, pero maravilloso, en el patio trasero de su casa. Allí había una armonía conjugada de plantas tropicales, semitropicales y plantas autóctonas. Su patio es muy acogedor, a tal punto que inmediatamente después de mi llegada quise sentarme para disfrutar de la belleza de varias secciones de su patio. Algo allí que me sobrecogió fue la gran variedad de plantas.
Algo que admiré además de las plantas fue la gran variedad de aves que también estaban disfrutando de la lujuriante belleza de la vida vegetal. Entre otros había cardenales, arredajos azules (chara azul, urraca azul) (Cyanocitta cristata), cuervos, tórtolas comunes (Zenaida macroura), ruiseñores y de vez en cuando se acercaban las oropéndolas de Baltimore (Icterus galbula). Desde luego, este jardín, con tal variedad de plantas también atrae algunos pericos, loros, garceta picata (Egreta picata) e ibis.
De la misma forma que me ha sucedido con los propietarios de otros jardines, Samanta proviene de una familia de otro estado y no es nativa de Florida. Durante su juventud ella vivió en diferentes estados de los Estados Unidos, en Virginia, Carolina del Norte y Oklahoma. Sus antepasados tuvieron sus raíces en Escocia, Irlanda, Inglaterra y algunos ascendientes eran franco-alemanes.
Algo muy interesante en la historia de la familia de Samanta es que tuvo una abuela que fue propietaria de una pequeña plantación de algodón en Carolina del Norte, donde no había electricidad ni agua corriente. En esa zona otras familias en esa época trabajaban en fábricas de tejidos de algodón. Samanta recuerda que cuando ella era pequeña su mamá la bañaba en una tina grande de hojalata. En su casa, además, solo tenían lámparas de keroseno para alumbrarse. Para obtener agua tenían una bomba manual. Para las necesidades fisiológicas contaban con un letrina.
El recuento acerca de las raíces de Samanta se refiere porque son datos importantes que deben tenerse en cuenta cuando se trata de encontrar las razones que impulsan a una persona a desarrollar un jardín de un tipo o de otro. A veces la persona continúa lo que hacía su familia, mientras que en otras ocasiones se rebela contra esos orígenes y fomenta algo muy distinto a lo hacía su progenie.
Para entender un poco más hay que tener en cuenta que ella vino de niña junto con sus padres a vivir al área de Miami. Aquí ella asistió a la escuela intermedia y secundaria. Después de terminar su escolaridad ella se mudó para la ciudad de Nueva York donde trabajó y desempeñó diversos oficios, fue profesora de preescolar, actriz de teatro, camarera, vendedora en telemercadeo y taxista.
Más adelante en su vida de adulta ella regresó a Miami para vivir con su mamá en la casa donde ahora vive y donde tiene el jardín que visitamos. Ella refiere que su mamá fue quien comenzó las bases de este jardín, donde hay árboles de cedro, de crotón (Euphorbiaceae) y plantas de azalea (Rodhodendrum) que toleran muy bien las sombras de los árboles y en primavera florecen. Algunas partes del jardín están delimitadas con helechos del género Maidenhair. En algunos rincones ella ha plantado papiro (Cyperus papyrus). En otras partes del patio hay Iris originarias de Brasil, conocidas como “iris caminantes o viajantes”; así como plantas de taro o malanga (Colocasia esculenta) cuyas grandes hojas verdes decoran alrededor, junto a otras florecientes plantas subtropicales.
En este jardín sucede algo que ocurre a menudo en otros jardines del área, hay plantas que “aparecen”, es decir, son traídas por el viento o en el pico de las aves; otras envueltas en el excremento de las aves que al crecer contribuyen al verdor. Una vez que esas plantas se integran a las demás, los jardineros prefieren aceptarlas en lugar de luchar contra ellas.
Ella ha hecho también lo que muchas otras personas a quienes hemos entrevistado han realizado, sembró en su jardín semillas obsequios de amigas; o plantó arbustos comprados en el mercado local. Así añadió bromelias y begonias que adornan con su colorido y rompen el verdor circundante.
Puede asegurarse que no hay jardín que se desarrolle sin incidentes. En años recientes, por desventura, ha habido en Miami varias tormentas que han traído agua en demasía, con su consabida inundación de jardín frontal y el trasero que echaron a perder algunas plantas; algo que ella aún lamenta como buena jardinera que es.
Ella se aprovecha del panorama que ha creado en su jardín para solazarse y pintar. En varias de sus obras reproduce o representa el paisaje con colores vivos y pone en el pincel todo el empeño que ha puesto en su jardín. Esto -expresa ella- es una forma de recrearse.
Los diferentes jardines obedecen a gustos dispares. Cada quien pone su toque en su jardín. Algunos son bellos, otros son útiles. Unos son para contemplar, otros para vivirlos. El concepto de la belleza obedece a diferentes patrones. El jardín de Samanta es bello y útil.