El libro “Los patitos feos” de Boris Cyrulnik, popularizó el término “resiliencia” que se refiere a la capacidad de crecer a pesar de haber sido sometido a situaciones de estrés e incluso dolor.  Este etólogo, neurólogo y psicoanalista reconoce haberse apoyado en la labor de muchos para llegar a ese concepto, que ha tenido tanta incidencia en psicología popular.  Fue con la base de estas ideas que a las personas que antes se les llamaba “víctimas de abuso”, se les empezó a llamar “sobrevivientes”, en tanto que se pone el énfasis en la capacidad de evolucionar y no en el sufrimiento.

2018, Rafael Marion Landais.

Y no todas las situaciones son de dolor extremo, también puede ser un trauma pasajero, como el que esperamos haya sido el de la mayoría de los habitantes de esta isla después del paso de las lluvias de Fred.  En mi caso particular, la persona a quien más le debo mi resiliencia es a mi papá, un hombre con mucha capacidad de resiliencia y también con mucha capacidad de exigencia, que todavía con más ochenta años provoca que el personal de algunos servicios médicos que visita me digan que él es intimidante. Ciertamente lo es.

En su vida profesional dedicó tantas horas a distintas labores que, hasta nuestro conocimiento, lleva unas seis vértebras dañadas por el exceso de tensión al que se sometió.  En los últimos diez años se le practicaron dos cirugías y si ya no lo hace más es porque los resultados son pasajeros y los postoperatorios cada vez más demandantes. Antes de eso, logró muchísimas cosas, entre otras que su nombre esté inscrito en piedra en la Basílica de los Florentinos en Roma. Ya se imaginan.  Y es tan poco protagónico que además lo consiguió “a pesar de él”.  Es decir, procurando no aparecer en los créditos, solo haciendo el trabajo.  Pero los italianos, que son los reyes de los formalismos y llaman “dottore” a cualquier persona de más de 24 años, no se iban a dejar confundir por la vocación de humildad de papá y le pusieron su nombre larguísimo, con todos sus adornos, en una placa enorme en un edificio realmente grandioso.

Todavía le tiene verdadero horror a la vagancia y a la pereza. Por eso a veces le pido que me revise algunas cosas. Además, me conviene. Tiene un gran ojo crítico y le gusta hacer esfuerzos que sirvan para un producto final que considere digno. Tuvo una época en que nos despertaba todos los sábados por las mañanas con recriminaciones: “De pie todo el mundo, no quiero vagos en esta familia”. Y el piropo más grande que podía decir de cualquier persona es que era como una hormiguita: tesonera, constante, tenaz.  Ese era el tipo de actitud que le gustaba y no se la regateaba ni siquiera a personas con las que no quería relacionarse. Una vez presenció un juicio a un ladrón de poca monta, un falsificador de firmas que asumía su tarea con total seriedad y así mismo resumía mi padre la actitud del hombre: “Sus propósitos no son nada loables, hay que tenerlo lejos, pero es asombrosa su dedicación, tiene gran capacidad técnica”.  Hoy es su cumpleaños y si bien por riesgo covid la celebración no puede ser tan social como en otras ocasiones, estoy segura que la parte que más disfrutará será contribuir a que algo se haga bien.