“En la vida hay algo peor que

el fracaso; no haber intentado nada”

Franklin D. Roosevelt

 

Se cumplieron y con creces todas las previsiones. Díaz Ayuso ganó de forma incuestionable y el descalabro de la izquierda, sobretodo del Partido Socialista no tiene precedentes en Madrid desde que se inició la transición. El PSOE nunca había contado con menos apoyo electoral ni había perdido ciertos feudos que le fueron siempre fieles en la capital, llegando incluso a ser superado por la candidatura de izquierdas Más Madrid. Por su parte la formación Unidas-Podemos y la particular apuesta de su líder nacional, Pablo Iglesias, por alcanzar el triunfo vio frustrada cualquier esperanza con un tímido y apenas significativo repunte en votos que le concedió tan solo tres escaños más que en las últimas elecciones. Un pobre resultado que le relegó al último lugar.  Ciudadanos no obtuvo representación y perdió, en esta ocasión, toda posibilidad de formar parte del nuevo gobierno regional. Conocidos los resultados tan solo queda reconocer el rotundo triunfo de Ayuso, elegida de nuevo Presidenta de la Comunidad, e intentar aproximarnos a las claves de su éxito.

 

Es preciso aceptar de antemano que no es tarea fácil mover a una población, con una larga tradición de voto socialista y comunista, hacia posiciones conservadoras y hacia propuestas que incluso aplaude con entusiasmo el líder de la ultraconservadora Liga Norte italiana, Matteo Salvini, quien no deja de elogiarla y de la que afirma rotundo “ha combinado la protección de la salud, el derecho al trabajo y la libertad” Puede que no todo el mundo esté  de acuerdo con las apreciaciones del político italiano, pero sin duda sus propuestas han calado y con fuerza entre los votantes.

A lo largo de todo este período el mundo puso en marcha dos modelos claramente contrapuestos, para abordar la crisis sanitaria generada por la Covid-19. Uno que primaba -por encima de cualquier otra cuestión- salvaguardar la salud de los ciudadanos y un segundo que pretendía, aun en medio de la pandemia, proteger con uñas y dientes el sistema económico. Los distintos países han dividido su respuesta a la crisis, cambiando sobre la marcha el curso de sus decisiones en función de la gravedad y virulencia de una amenaza que aún mantiene en jaque al planeta.  Desde el Gobierno de España se impuso, casi desde el inicio, un férreo control en favor de la salud de todos sus ciudadanos y ello aun teniendo en cuenta el consiguiente detrimento de una economía que apenas iniciaba su proceso de recuperación. Idéntica medida se tomaría en muchos otros lugares. Hubo sin embargo otros, que en un primer momento optaron por la normalidad, si bien tarde o temprano la mayoría de ellos tuvieron que claudicar y adoptar medidas más restrictivas. No cabe duda de que la economía se resintió y no poco durante el confinamiento, pero este hecho a su vez permitió un freno en el número de contagios, una progresiva “descongestión” de un sistema sanitario al borde del colapso y un tiempo de respiro que propiciara el espacio necesario para la investigación de soluciones que pusieran fin al avance. Qué hubiera ocurrido de no hacerlo parece fácil de aventurar. Cuando el control de la pandemia en España se derivó a los Gobiernos Autonómicos, Díaz Ayuso optó por un modelo mucho más flexible, a pesar de ser una de las capitales europeas que continúa teniendo el dudoso honor de situarse en cabeza en cuanto al número de contagios y de muertes. A cambio sus terrazas han permanecido abiertas y ésta es posiblemente la clave de su arrollador éxito. No juzgo sus medidas, no es el momento para hacerlo. Tan solo trato de acercarme y comprender al votante. Explicarme, tal vez, lo que en principio me resultaba inexplicable.

Cuando el hambre y la necesidad aprietan el ser humano apela sin más razones a la mera supervivencia y pone a un lado, al menos por un tiempo, cualquier otra consideración que afecte a su existencia. A veces desde la izquierda nos convertimos en defensores a ultranza de la ética y perdemos –y me incluyo en la quema- esa capacidad de comprender al otro. Perder la empatía es perdernos a nosotros mismos como seres humanos y convertirnos en aquello que detestamos y a menudo criticamos en los demás. A veces nos falta la humildad necesaria para disculpar el miedo ajeno. Nos falta la cintura suficiente para girar e intentar contemplar de cerca a quien teme perder su precario puesto de trabajo y al que mal llega a fin de mes haciendo equilibrios. Creo, y esta no deja de ser una interpretación personal, que Madrid ha votado a la derecha de forma muy diferente a como había venido haciéndolo en otros momentos y en muchos casos ideológicamente en contra del voto que depositaron en la urna. Los madrileños votaron con un ojo puesto en una enfermedad, a la que poco a poco se le va perdiendo el respeto y a la vez con el ánimo de quien pretende salvaguardar un modo de vida que le es propio.  En este país en el que se vive y mucho en la calle, como ya comente en algún otro artículo, muchas familias sobreviven gracias a un pequeño bar, a esa terraza que se llena los fines de semana, a esas cervezas y esas tapas que se sirven de modo incansable a partir de determinada hora y el discurso de la próxima Presidenta, ha girado en torno a la idea de recuperar de nuevo lo que es más nuestro Muchos obreros,  muchos trabajadores que han visto peligrar su salario, han cambiado el sentido de su voto; al fin y al cabo cada uno de ellos es tan solo una licencia revisable cada cuatro años y ante circunstancias excepcionales cada ciudadano se otorga el derecho de adoptar medidas igualmente excepcionales.

Los partidos de izquierdas, salvo Más Madrid, han sufrido un serio y profundo revés en esta ocasión, pero considero -sin el menor deseo de justificar a nada ni a nadie- que es necesario afinar la lectura de los hechos. Descender del pedestal ofrece una visión distinta y permite revisar, con menor margen de error, la realidad que nos rodea. La situación no ha sido fácil para el Gobierno y por ello no lo era tampoco para el PSOE y Unidas-Podemos en Madrid que acumulaban un enorme sobrepeso de partida. La campaña despegaba así con el desgaste que proporciona la gestión de una situación sumamente compleja y sin precedentes. Los líderes de ambas formaciones tal vez no fueran tampoco los más indicados en este momento. Pablo Iglesias acudía a las urnas con una indudable carga a sus espaldas. Un lastre en parte propio, fruto de su particular personalismo dentro del partido y por otro lado afectado por la terrible erosión ocasionada en la guerra, excepcionalmente dura y sin cuartel, que contra él ha mantenido la derecha y toda una troupe de coristas procedentes de los medios de comunicación afines. Pero no hay que quitar mérito a los errores y su discurso de campaña se ha centrado más en agitar viejos demonios que en alentar la esperanza y no es ese el mensaje que la gente precisa en instantes tan duros y llenos de incertidumbre como este.

El candidato del Partido Socialista, Ángel Gabilondo, hombre sensato y con una sólida formación a todos los niveles pero poco carismático, nada podía hacer, sin embargo, frente a la realidad tangible y palpable que esgrime Ayuso en sus mítines. Ella es siempre ella, directa y hábil en la utilización de trucos aprendidos de su gran maestra y protectora, Esperanza Aguirre. Como ésta se inflama de chulería, te la arroja a la cara y da igual lo que diga si utiliza los argumentos que el electorado precisa escuchar en ese día. Y esta vez, los madrileños necesitaban confiar en alguien que les devolviera la esperanza de recuperar  su vida cotidiana que perdieron hace ya demasiados meses. No importa lo que subyace detrás de sus palabras. No importa que hable en nombre de los que más tienen, nadie se para a pensar en lo que implica la bajada de impuestos prometida. El miedo no aventura, se queda en el lenguaje elemental y básico, seleccionando en una frase una clave que calme toda zozobra. Y esta vez las claves estuvieron en sus manos. Más no nos engañemos, la política es un juego de poder que oscila de uno a otro lado y en demasiadas ocasiones éste se presenta lleno de imprevistos que alteran las reglas del mismo. La izquierda debe tomar nota sin duda y aprender de sus errores, mientras la derecha ha de estar atenta y no dormirse en los laureles porque “en toda batalla, en todo asunto, existe una ocasión, a veces muy fugaz, de ser el vencedor”  (André Maurois).