Como siempre ha sido mi norma facilitar al lector la comprensión de lo que escribo, inicialmente se impone una breve explicación de los términos que componen el titular de este trabajo en razón del uso de dos vocablos no muy usuales y además una sigla que gracias a la extraordinaria Gestión de su Director comienza ser familiar en ciertos círculos del país.

El primero -fausto- tiene en este caso una doble connotación porque no sólo es el nombre de pila de quien los lectores sabrán más adelante sino que denota también la ventura y fortuna de conocerle. Súbito, como sabemos, es algo inesperado, repentino y finalmente AGN es la abreviatura del  Archivo General de la Nación una institución del Estado al servicio de la memoria histórica de nuestra República.

Es de público conocimiento, que desde el 6 al 12 de este mes de octubre se celebró en esta dependencia gubernamental  un evento intitulado ₺Feria del Libro de Historia Dominicana₺ dedicada a Frank Moya Pons que tuvo entre otros efectos la de mostrarle a sus visitantes lo que debe ser un acontecimiento de este género y no las pomposas y ostentosas versiones de la abrileña ₺Feria Internacional del Libro₺.

Lamentablemente esta última hasta su decimoséptima versión –año 2014- más que una exaltación al libro es por un lado una estúpida competencia entre organismos oficiales para demostrar quien dispone de más recursos para montar el stand más suntuoso y por otra parte, una nauseabunda apoteosis a la yaroa, el chimichurri, la catibía, la naboa, la salchipapa y los burritos entre otros yantares callejeros.

El tufo, los efluvios de estas fritangas es tal que satura el aire de toda el área de celebración condenando al exilio el característico olor a tinta, papel, cartulina, pegamento y otros elementos  de la impresión o edición que son los que deben prevalecer cuando el protagonista de un evento de esta naturaleza sea el libro y no el afán de relajarse, comer o divertirse por los alrededores del Teatro Nacional.

A esta Feria la mayoría de los asistentes acuden porque la transportación es gratis, porque no tienen otra cosa que hacer o porque no se sabe nunca lo que uno pueda encontrar, y los pocos que aún se interesan por los libros quedan sorprendidos por la agresiva propaganda de los Sai Baba, de los miembros de las iglesias de distintas confesiones y por la vergonzosa modalidad comercial de vender libros por peso como si de pollos, arroz o yuca se tratara.

Como los dominicanos somos presuntuosos, a la salida de la Feria en cuestión alardeamos de haber adquirido o comprado algo, pero en las inspecciones visuales practicadas por mi en algunos versiones feriales he comprobado que a menudo son pedazos de pizza, papasuprema, o un hot-dog lo que transportan, y si acaso es un material lectura se trata de un ejemplar de Mafalda,  una novela de Corin Tellado o  un cuento de Mario Emilio Pérez.

Por el contrario, en la Feria del Libro de Historia Dominicana organizada por el Archivo General de la Nación y clausurada el Día de la Raza, fueron mínimos los desaciertos observados naturalmente derivados por ser la primera vez que se montaba, pero el ambiente, las exposiciones, las actividades conexas y en especial la calidad de sus visitantes, contrastaban frontalmente con el bazar folclórico que se organiza en la Plaza de la Cultura.

Su realización tomó por sorpresa a muchos lectores ya que al parecer no se le hizo la necesaria y activa promoción antes de su apertura y fue justamente la no masificación de visitantes el hecho que me permitió la paciente observancia de ciertos detalles y la ocurrencia de oportunos encuentros que harán inolvidable la celebración de este otoñal evento bibliográfico.

Lo más seductor era sin lugar a dudas los bajos precios de las obras en exhibición-100 y 200 pesos la gran mayoría- algunas de las cuales sólo era posible adquirir en las librerías convencionales solicitando previamente un préstamo en un banco comercial, y además muchas de ellas gozaban también del atractivo de estas hace años agotadas como eran los casos de ₺Anadel₺ de Julio Vega B. y ₺El Mito de los Padres de la Patria ₺ por Juan Isidro Jiménez entre otros.

Tanto la  expoventa ubicada en la parte frontal del edificio como en su patio español, se ofrecía al público las obras más sobresalientes de la historiografía nacional escrita por los dominicanos más renombrados, y aunque nuestro pasado histórico es un deshonroso inventario de traiciones, abusos, frustraciones y desencuentros varios, su lectura nos permite conocerlo gracias a plumas muy especializadas en el tema.

A diferencia del bazar abrileño el penetrante olor a comida no invadía el recinto ferial imperando entre los visitantes ese aroma a biblioteca, naftalina, encolamiento o librería tan excitante para los verdaderos bibliófilos y que por lo general siempre acompañaba esa grata sensación de uno estar ensimismado leyendo a un autor cuyo estilo tiene la magia de transportarnos fuera de nosotros mismos, del país y hasta del planeta.

En oposición al merendero establecido anualmente a finales de abril y principios de mayo en la Máximo Gómez con César Nicolás Penson, los asistentes a este evento concentraban su atención ojeando los títulos de las obras expuestas, no se distraían mirando a quienes estaban a su lado o a su alrededor, actitud característica, propia de aquellos únicamente interesados en el género, en este caso los libros esparcidos sobre las mesas.

Aquí y en el resto del mundo uno de los rasgos identitarios de los lectores, compulsivos o no, es una cierta tendencia a la auscultación, a vivirse interrogando, y esta frecuente introspección es la causa de un notorio comportamiento de reserva, de que paulatinamente se pierda el gusto por el intercambio con los otros, llegando incluso muchos de ellos a quebrar sus relaciones con el entorno.

Este descuido o mejor dicho despreocupación de los visitantes con respecto a las personas de su alrededor, estuvo a la orden del día en la feria, y aunque parezca extraño muchos políticos de viejo cuño aposentados en la actualidad en la acera de enfrente al gobierno estuvieron allí presentes saludando entre otros a mi ex compañero de estudios intermedios (1955-1957) Hipólito Mejía, al incombustible Hatuey Decamps y al tenaz Raúl Pérez Peña (Bacho).

Como los que escriben tienen usualmente un ego enorme y  la experiencia aconseja que para ahorrarse decepciones es de conveniencia no acercárseles mucho, avisté entre otros a Moya Pons, Roberto Cassá, Cordero Michel y Chez Checo quienes por suerte no asumían la detestable conducta de los pavos reales o los patos machos, viéndoles alternar con familiaridad y sencillez con aquellos que cultivaban su proximidad.

Dentro de esta gozosa atmósfera para los amantes del libro en general y de la historia en particular, debo consignar un imprevisto encuentro, que dentro del listado de acontecimientos más felices que registro el final de cada año ocupará con certeza un visible posicionamiento tanto por sus peculiares aspectos como por sus posibles repercusiones en mis incursiones en el diarismo digital.

Estando en el pequeño mostrador de la recepción del AGN advierto a mi izquierda una persona que proveniente de un conglomerado de individuos se dirige directamente donde me encuentro, y en su forma de caminar percibo la inquebrantable determinación, la típica seguridad  de quien está convencido de descubrir lo que busca y a la vez de estar contento por el hallazgo realizado.

Portando y mostrando una tarjeta de presentación me dijo ser Fausto Rosario Adames Director del periódico on line ₺Acento.com.do₺ que desde hace unos años publica sin recortes ni restricciones mis extensos trabajos de prensa, indicándome haberme reconocido por las fotos que en la sección ₺Opinión₺  adjuntan a los artículos remitidos por los colaboradores.

En homenaje a la transparencia debo admitir que a pesar de tratarse de una figura mediática lo desconocía completamente por el hecho de haberme impuesto desde hace años la sana costumbre de cultivar una total ignorancia con respecto a la televisión nacional limitándome en exclusiva a mirar los documentales y noticieros de los canales satelitales.

Haciendo un ejercicio de veracidad debo confesar también, que antes de hablar lo que más me impresionó fue la frutal coloración de la guayabera que se gastaba, donde tenía lugar una silenciosa disputa por el liderato cromático la mandarina, la naranja, el mango y la auyama, que traducían con bastante acierto la tropical proveniencia y la caribeña preferencia de su espejuelado propietario.

Ahora bien lo que me dejó de una sola pieza y me conmovió casi hasta el estupor no fueron sus elogiosas palabras en relación a mi estilo de escribir, donde a su juicio convertía mis artículos en notables ensayos, sino en lo que no expresó, lo que no pudo decir debido quizá a lo casual e imprevisto del encuentro suscitado.

No mienten  ni exageran aquellos que afirman que en determinadas ocasiones las palabras no son suficientes para transparentar ciertos estados de ánimo, teniendo entonces la impresión de que Fausto intentaba comunicarme más cosas pero la sorpresa de verme y talvez el demorado deseo en ponderarme por los trabajos escritos, atenuaron en alguna medida su efusividad oral.

Acostumbrado a las expresiones hipócritas intercambiadas en eventos sociales las cuales tienen por único propósito cumplir con las exigencias de la cortesía y el buen tono, atribuyo un gran valor a las palabras sencillas pronunciadas con reticencia y hasta salpicadas por ciertos períodos de silencio, pues esta verbal actitud es por lo general irrecusable indicativo de sinceridad y de espontaneidad en quien las dice.

Fue por lo demás un encuentro tan fugaz que apenas sobrepasó los límites de un saludo acompañado por un estrechamiento de manos, y al tomar conocimiento de su posición en el periódico on line que dirige, de inmediato se activó en mi memoria el recuerdo de dos experiencias que en el pasado tuve con Directores de periódicos en papel hace un tiempo fallecidos.

La primera fue en 1981 con Don Rafael Herrera del Listín Diario que al publicarme un trabajo sobre un compañero de estudios y profesión muerto accidentalmente, expresó su intención de conocerme. Ante su figura, apenas visible por estar secuestrada dentro de una espesa nube de humo que prácticamente lo envolvía, encareció, mi forma de redactar invitándome a colaborar en sus páginas que desde entonces tengo a mi disposición.

La otra fue a final de la pasada centuria con Don Mario Álvarez Dugan mejor conocido como Cuchito Director del periódico ₺Hoy₺ cuya proverbial campechanía me animaba a llevarle artículos de los más variados contenidos-literarios, cine, de actualidad históricos- los cuales destacaba en diferentes secciones, sobre todo en ₺Areito₺ . Marrero ahí te envío a Jiménez le decía al responsable de esta última sección.

Sería de mi particular agrado que el señor Fausto Rosario Adames considere este trabajo como un testimonio escrito de la satisfacción que me produjo el conocerle, y que al manifestarme la buena disposición que alberga en relación a mi forma de redactar, en fin, a mi estilo, mi colaboración a su valioso medio de comunicación siempre estará asegurada.