"… un miembro de la colonia alemana, se quejó porque las monjitas del hospital lo enterraron bajo el rito católico cuando era luterano. La jefa de las monjitas, sonriendo explicó: <en realidad era católico, pero el pobre no lo sabía>"

 Bernardo Vega

"Nazismo, Fascismo y Falangismo en la República Dominicana"

El 18 de marzo de 1942 fueron intercambiados en medio del Atlántico -en un hecho sin precedentes- diplomáticos alemanes capturados en República Dominicana, por sus homólogos aliados apresados por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. El trastrueque a tan larga distancia de tierra fue organizado por los Estados Unidos. Éste hecho, en apariencia nimio para un escritor, es sin embargo un episodio bastante interesante ya que a partir del mismo pueden plantearse infinitas hipótesis con respecto al devenir de algunos de aquellos personajes que se quedaron en estas tierras permaneciendo diseminados por la isla.

Bernardo Vega en su libro "Nazismo, Fascismo y Falangismo en la República Dominicana" nos entrega insumos suficientes con los que construir historias noveladas a partir de realidades disgregadas como la pólvora por toda la República. Buena parte de nuestro comercio, entre otras muchas actividades, están transversalmente cortadas en su centro por las manos de estos inmigrantes. Cada uno dejó de alguna manera su impronta a través de la importación de productos procedentes del exterior o bien por su decidida intención de usar nuestro territorio como base de suministro de combustible para los submarinos alemanes. Tal vez el ejemplo más relevante de todos ellos sea el de Carl Hertel, importante líder nazi de la época e individuo clave, de acuerdo a los reportes, en la formación de células políticamente activas en favor de la causa alemana. Hertel a la vez se dedicó, antes de que comenzara la contienda, a la importación de cemento y cerveza germana que eran trocados por productos locales como café, cacao y tabaco. En cierto momento y tras  haber regresado de un viaje a su país natal, se interesó  por la posible explotación del hierro de Hatillo por firmas alemanas.

Frederich (Fritz) Hartmann fue un destacado comerciante de miel y maíz en Santiago y líder del partido nazi en la zona norte del país quien, de acuerdo a la fuente consultada, heredó los negocios del Cónsul Honorario alemán Schulze. Otro alemán, Hermann Lamm, experto en la construcción de submarinos, estuvo muy interesado en ubicarse en Punta Balandra y Cabo Engaño, zonas estratégicas según los norteamericanos para vigilar el paso de los barcos por el Canal de la Mona. Lamm mostró asimismo una gran disposición por explotar los bosques y montar una fábrica de almidón de guáyiga. Su ambición sin embargo no se detenía ahí, sino que en otro momento barajó la posibilidad de instalar molinos de viento en Macao.

Por otro lado, Albert Grosshart estableció un negoció de arroz a través de un molino instalado en Montecristi. También se le vincula con la intención de instaurar un banco alemán en el país y tratar de comprar diésel para suministrarlo a submarinos ubicados cerca de la costa de Montecristi. Kurt Jurgens, administrador de la Bayer –empresa químico-farmacéutica fundada en Barmen,  en 1863– tuvo una importante influencia  sobre la delegación diplomática de su país. Al finalizar la guerra,  cuenta Bernardo Vega,  fue nombrado por el gobierno norteamericano custodio de esa prestigiosa empresa en Alemania. Hermann W. Barkhausen, Cónsul Honorario, fue quien ofreció la venta de aeroplanos y el modelo de cascos nazis de guerra a Trujillo en el año 1938.

Es fácil deducir a través de todos estos nombres y unos cuantos más que han quedado fuera, que el universo político y comercial estuvo fuertemente permeado en esa época, sobretodo, por inmigrantes alemanes, italianos y españoles. Si miramos hacia el interior de cualquier casa del sector de Gascue o de Ciudad Nueva, bien pudiéramos encontrarnos, si profundizamos con sumo cuidado, con historias familiares a veces oscuras en gentes de vida apacible y tranquila; personas ajenas por completo a un pasado cuya responsabilidad no les pertenece y ello a pesar de que tal vez su apellido esté ligado a destacados hombres favorables a regímenes totalitarios y de fuerza hoy inaceptables.

Ahora bien ¿cómo interpretar mi interés por estos temas tan alejados, aparentemente al menos, del mundo de la literatura? Les cuento. Muchos años después de todo aquello, a principios de los años setenta, dos hermanos instalaron en una calle discreta de mi barrio un pequeño bar. Éste modesto establecimiento les permitía obtener ingresos con los que sustentar su vida universitaria y a la vez hacer frente a los gastos de la rutina cotidiana en la capital. Era el local un lugar de luz tenue con bancos de madera dispuestos alrededor de un mostrador atendido de modo diligente por ambos. Allí tan solo se ofrecían bebidas, esencialmente cerveza. Me viene a la memoria, justo en este instante, que por aquel entonces estaba de moda la canción "Guitarra suena más bajo" de Nicola Di Bari y que ésta se repetía incansablemente en la vellonera durante toda la noche. Nadie parecía allí aburrido de escucharla una y otra vez. Yo era apenas un jovenzuelo que acercaba su mirada por este negocio y siempre llamó mi atención la presencia de un individuo extranjero que según contaban era ingeniero electromecánico. Se sentaba en uno de aquellos bancos frente al mostrador y tomaba cerveza hasta emborracharse. Como casi todos los ingenieros que asisten a ese tipo de negocios se volvió una especie de gurú, creando a su alrededor un séquito de seguidores sumisos y fieles. En el caso de éste, al principio de cada noche, se mostraba alegre y bien dispuesto hacia todo el mundo, luego y a medida que el alcohol iba entrando por sus venas se volvía melancólico y taciturno y sus palabras se atropellaban hasta que casi nadie lograba entender acerca de qué hablaba. Recuerdo con absoluta nitidez un detalle que jamás he olvidado, la correa de su pantalón se ceñía con una hebilla que representaba una cruz esvástica. En la exaltación de su alegato gesticulaba agitado y levantando sus brazos nos dejaba entrever a todos, bajo su camisa parda, aquel símbolo nazi.