“Las ideas son muy peligrosas. Sobre todo si se tiene sólo una”. Alain
Mi último artículo sobre el tema haitiano generó un par de reacciones, entre ellas la de un compañero de estudios y buen amigo. Como soy un fiel partidario del debate (ese ejercicio de valentía tan poco común entre nuestros políticos hoy en día), accedí gustoso al intercambio de ideas. Entendí que, siendo mi amigo santiaguero ingeniero como yo, además de exitoso empresario, nuestro intercambio, sería uno de ideas, es decir, un ejercicio puramente racional o intelectual. Durante unos diez días debatimos sobre el tema, océano, correo electrónico y wassap de por medio. Evidentemente, no cabrían en este artículo todos nuestros argumentos, así que los resumiré.
Mi amigo abrió el debate afirmando que la “invasión pacífica” que hemos sufrido es fruto de un plan de fusión de la isla orquestado por Canadá, Estados Unidos y Francia, además de la acción de “traidores pro-haitianos” como Juan Bolívar Díaz – contra quien se ensaña, ya lo veremos, con particular violencia -, traidores que se dan cita en Acento, esa “letrina”, ese “caballo de troya” que atenta contra dominicanidad y los intereses de nuestra patria.
En una larga réplica, argumenté que mientras no vea pruebas fehacientes, no creeré en el famoso plan de la unificación – presente en el debate nacional desde hace más de veinte años-, que mientras tanto, será para mí pura teoría de la conspiración: Que no había visto que el estado dominicano hubiera roto relaciones ni rechazado la injerencia de dichos países y que, además, en los ciento y pico de miles de documentos publicados por Wikileaks en contra de la voluntad de los americanos, no aparezca un sólo párrafo que la confirme…Por otro lado, le presenté mi posición sobre el tema: Soy partidario de una regularización selectiva de los ciudadanos haitianos que puedan probar un aporte real a nuestra economía y demostrar una conducta intachable, tal como han hecho los Estados Unidos y España, por ejemplo, con óptimos resultados, sin que ello significara el fin de ambas naciones. Y argumenté que, de aplicarse su posición, a saber la repatriación pura y simple de la totalidad de los haitianos – posición irrealista e irresponsable -, la economía dominicana se resentiría; y que, así como los dominicanos emigran a Puerto Rico para hacer el trabajo que no quieren hacer los boricuas que emigran a “los países” para hacer el trabajo que no quieren hacer los americanos, es natural que los haitianos remplacen a los dominicanos en las tareas que no le interesan y que esa conducta natural no la han podido suprimir ni las economías planificadas.
Además de las diatribas en contra de ACENTO y Juan Bolívar Díaz – aprovechó para enviarle mi apoyo y mi felicitación por su valiente labor periodística – mi amigo dio muestras de que la emoción – no precisamente la más noble – y no la razón dominaba su argumentación. A pesar de que afirmó que las amenazas de muerte contra los periodistas que sabemos no eran tal cosa sino “la expresión de un repudio moral”, él mismo – ¡Horror de horrores! – manifestó su pesar de que Juan Bolívar Díaz se le haya salvado “en tablitas” al atentado que sufrió durante los doce años de Balaguer.
Personalmente, soy partidario del intercambio de ideas divergentes. Como dijo Voltaire: “No estoy de acuerdo con tus ideas, pero daría la vida por defender tu derecho a expresarlas”. Calificar a esos periodistas como “coprófagos”, manifestar la intención de gritarles “traidor” si se les encuentra en la calle no es, ciertamente, una actitud elegante, pero tampoco ilegal. Mi amigo está en su derecho. Pero una cosa es esto y otra desear la muerte de otro ser humano. Muy lamentable.
En un momento de calma emocional relativa, mi amigo enumeró los “estragos” causados por la presencia haitiana en nuestro país: El consabido abuso por parte de las haitianas parturientas de nuestros hospitales; el monopolio haitiano de los servicios de los comedores económicos; la importación de enfermedades hasta ahora desaparecidas; el crimen, los asesinatos y la venta de droga, entre otros. Desconozco en qué grado esta situación es cierta. De lo que sí estoy seguro es que los responsables de la misma no son ni los intelectuales haitianos, ni los periodistas dominicanos antes mencionados, ni las potencias injerencistas, ni las ONG. Pregunté a mi amigo por qué la frontera sigue abierta, por qué no se someten a los que trafican con haitianos, por qué el Ministerio de Trabajo no castiga a los empresarios que contratan ilegales haitianos y por qué el Ministerio de Interior no castiga a los criminales y micro y macro-narcotraficantes haitianos (y de paso hace lo mismo con sus colegas dominicanos).
Mi amigo me contestó que porque estamos flojos. Concesión que demuestra que el actual estado de cosas no es responsabilidad de otros sino nuestra. Argumentó además, que para acabar con este relajo lo que hace falta – ¡Horror de los horrores! – es un dictador, un nuevo Pinochet que parta salvas sean las partes. Argumenté que en la actualidad todos los poderes – el legislativo, el judicial, la prensa, incluso la mayoría de la opinión pública – están en manos del poder ejecutivo, que vivimos en una virtual dictadura de partido y, sin embargo, persiste el caos.
En el discurso de mi amigo abundan las frases rimbombantes – ¡Patria o muerte! -, así como declaraciones de su intención de defender a la patria. Concedí que es el derecho y el deber de todo dominicano, pero que defender a la patria no consistía en discutir conmigo ni desear la muerte de periodistas, ni mucho menos de muchos otros dominicanos por parte de su deseada dictadura. Le aconsejé – y ello muestra mi adhesión incondicional al pensamiento de Voltaire citado – que la mejor manera de defender la patria era exigir al gobierno el cumplimiento de su deber, a través de peticiones, manifestaciones, huelgas pacíficas, lobbies ante el congreso, ONG’s – ¿Por qué no? – y cualquier otra acción similar.
Al final del intercambio cometí un error monumental: Declararme ciudadano del mundo. Mi amigo se rasgó las vestiduras. Afirmó que se sentía orgulloso, muy orgulloso, de su país. Imagino que entre líneas insinuaba que yo no lo estaba. Pero obvió algo: Quisqueya es parte del mundo del que me siento ciudadano. A continuación la emprendió contra mi porque era un ciudadano del primer mundo.
Llegado a este punto, desistí de seguir debatiendo. Luego de diez días, me di cuenta de que el intercambio era inútil. De que tanto mi amigo como yo perdíamos el tiempo. Por lo que di el intercambio por terminado.
Mi amigo aludió a ocultas y deleznables intenciones las posiciones de Huchi Lora, Juan Bolívar Díaz y Cavada, a quien denigró, por cierto, por su origen cubano. No lo sé. Yo solo respondo por mi posición. Mi amigo concluyó por su parte, preguntándome por qué yo había “servido” a la patria, refiriéndose a mi paso por la diplomacia. Diré aquí que sus comillas sobran. Que me siento orgulloso de haber trabajado en el sector público como si fuese el sector privado. Y haber mantenido una conducta muy superior a la de otros funcionarios – mi sucesor, por ejemplo, que montó un negocio multimillonario en Cancillería, sin que nadie lo haya sometido a la justicia -, funcionarios que han sido negligentes en el mejor de los casos y corruptos en el peor, sin que mi amigo se rasgue las vestiduras ni exija, no ya el pelotón de fusilamiento, sino simplemente la aplicación de todo el peso de la ley a ellos, los verdaderos traidores a la patria.
Terminaré con tres observaciones.
Primero, tengo la impresión – espero equivocarme – que los líderes “nacionalistas” que pregonan la confrontación no buscan resolver este tema, sino “surfear” sobre la ola que han creado. Y que de ganar su aliado y mantenerse en el poder, que de pasar de quintas columnas a vanguardia gubernamental, no harán absolutamente nada para que las cosas cambien. Viene a mi memoria una anécdota. Cuando Talleyrand – gran zorro de la política, frente a quien Maquiavelo era un chivito jarto é jobo – murió, un noble francés comentó: “¿Qué interés tenía Talleyrand en morirse ahora? Porque Talleyrand no hace nada que no sea en su propio beneficio”. Preguntémonos cuáles son los verdaderos beneficios que buscan los líderes “nacionalistas”.
Segundo, renuncio a debatir más sobre el tema. Intentar razonar con personas poseídas por la pasión es como predicar en el desierto. De hecho, no creo que escriba más sobre él.
Y tercero, recomiendo a mi amigo que exija también que el gobierno imite a los de los países del primer mundo, que tienen políticas de inmigración claras; que integran a los extranjeros productivos – el cual es mi caso-, someten a los que trafican con ilegales y a los que los emplean y deportan a los que logran burlar sus vigiladas fronteras.
He aquí la verdadera manera de defender a la patria.