El país está a la puerta de unas elecciones presidenciales coincidiendo con una epidemia que con la ira de un viento huracanado ha tirado al suelo nuestra economía, ha mermado casi hasta la extinción el espíritu alegre del dominicano, ha llevado a toda la sociedad al recogimiento casi total y, para colmo, ha obligado al Gobierno a realizar cuantiosos gastos extraordinarios que sin duda empobrecerán aún más al Estado durante los próximos diez años.
Sin embargo, cuando usted observa el grado de simplismo con que la población, incluyendo hasta los empresarios y dirigentes políticos, enfoca las soluciones al dramatismo económico en que hemos quedado, llega a una conclusión que en Psicología se conoce como “ilusión del juicio”. La ilusión del juicio ocurre cuando la gente, por ser tan doloroso ver exactamente lo que está pasando, cree que cualquier persona que le prometa volver a lo que éramos antes de suceder la catástrofe, sería capaz de hacerlo aunque carezca de la información necesaria para afrontar diestramente la situación de carencias que nos ha sobrevenido.
Queramos o no, un largo periodo de incertidumbre, escasez e inflación nos espera y el modo pericial de enfrentar semejantes eventos no está al alcance de cualquiera que diga que puede hacerlo porque afrontar eficazmente la incertidumbre no depende de la suerte ni de la providencia sino de la inteligencia con que se toman las decisiones esenciales para generar confianza en los sectores que producen riqueza.
Adam Smith, a quien todo el mundo reconoce como el fundador de la economía moderna, decía que nadie ha visto nunca a un perro roer un hueso con avidez porque sepa que dentro está el sabroso y nutritivo tuétano. El perro rulle el hueso solo en sus epífisis hasta arrancar su cubierta, pero como no sabe que el sabroso tuétano está dentro de la diáfisis y ésta es la porción más dura del hueso, pues prontamente desiste de su empeño.
Con esa metáfora, Adam Smith quiso ilustrar la realidad de las limitaciones que tienen las personas que imbuida de improvisación proclaman, ingenuamente, que pueden hallar fácilmente la solución apropiada a momentos de incertidumbre que vive una sociedad después de verse colapsada por una crisis inesperada u otra de aparición progresiva. El perro común desconoce que los huesos tienen un tuétano sabroso debajo de la diáfisis, sin embargo, cualquier hiena va directamente en busca del tuétano porque sabe por experiencia de años de evolución y porque tiene los dientes adecuados que éste está dentro del centro del hueso.
En situaciones como la que deberá afrontar el próximo gobierno, las intenciones de los candidatos a liderar la nación que han sido ensamblados a la carrera, podrán ser muy bonitas, artísticas, parecer provechosas y bien pensadas, incluso pueden causar revuelo, pero, como razonaba el brillante matemático y filósofo francés de principios del siglo 20, Henri Poincaré, “quien aborda un problema grande y complejo necesita un creciente grado de precisión y conocimientos sobre la dinámica que siguen los problemas hasta que alcanzan su complejidad mayor porque de lo contrario la tasa de errores que cometerá en el intento de llevar a cabo su plan será más grande aún que el problema que quiso solucionar”.
En un país cuyo aparato productivo ha estado paralizado en un 95% a causa de un evento natural que nadie pudo prever, como ha sido la actual pandemia que también ha arruinado las economías del 90% del mundo, requiere para una rápida recuperación de su ritmo de producción anterior, no la conducción de un líder que se limite a ser un confaloniero del cambio o del nombramiento de un Fiscal General a cargo del Congreso o a cargo de un grupo de notables, o bien, que apenas aspire a seguir haciendo un Gobierno con las mismas características del cual forma parte en el momento, sino que requiere un líder con una mentalidad ingeniosa o tal vez ingenieril, que no busque a los grandes problemas una solución efectista sino racional y basada en conocimientos aportados por la experiencia propia y la de muchos.
Nuestra nación necesita un líder que tenga la clara idea de que dirigir un Estado en circunstancias escabrosas como estas que se aproximan es cosa seria, no una cosa que se va a aprender mediante ensayo y error. El país necesita en este proceso electoral de julio elegir un líder que no tenga las características de “El relojero ciego”, de la famosa obra de Richard Dawkins (1986), quien creía que lo importante es tener el reloj en las manos, no conocer todas sus partes y reemplazar las piezas averiadas para ponerlo a caminar de nuevo.
Señores, el líder experimentado, ese que ya probó que es eficaz y que sabe que el Estado es algo serio , ese que a diferencia de El relojero ciego de Dawkins, conoce todas las partes del reloj y sabe cómo reemplazar sus piezas averiadas u oxidadas por partes nuevas, es el tipo de líder que necesita la nación. Ese gran líder es el expresidente Leonel Fernández. ¡Apoyémosle una vez más!