Ustedes se imaginan que una gran potencia, por una equivocación burocrática en la asignación de destinos, nos enviaran uno de sus mejores espías, con la misión de obtener informaciones sobre nuestro país, y que llegase pocos días después un agente como en las películas, un tipo frío, con cara de pocos amigos, gafas oscuras, sombrero ladeado, gabardina con cuello alto, un periódico para ocultarse leyéndolo en las recepciones de los hoteles y un código 007 con licencia para matar. Oigan ¿que haría un profesional de ese calibre por estos patios?
Lo primero que se nos ocurre es que cambiaría el número 007 por el 809, más local y telefónico, después, se acercaría a una tienda para cambiar su indumentaria por una camisa manga corta, unos pantalones bermudas y una gorra, posiblemente de paca, puesto que la paga de los espías es siempre corta, y soportar así el clima tropical ¿Qué podría interesarles? Que sepamos, no fabricamos armas atómicas, a pesar los bombazos que nos lanzan a cada rato en forma de paquetes fiscales, con efectos aún más devastadores y permanentes que las de protones o neutrones.
No albergamos tampoco en nuestras costas submarinos nucleares, si bien recibimos a cada rato buenos torpedazos capaces de hundir al más boyante orden institucional y económico. No tenemos plataformas de lanzamiento para cohetes como Cabo Cañaveral, pues si queremos que algo llegue al espacio nos basta con subir algo más los precios de los artículos de primera necesidad.
Tampoco podría hacer labores de contraespionaje, porque lo máximo que disponemos son los caliés de barrio, dedicados más a vitillar desde el colmado de la esquina, cerveza en mano y bachata de fondo, a las muchachas que pasan por la acera.
Otra pregunta: ¿Qué podría interesar a esos países con tanta tecnología y avances científicos? ¿La fórmula del plátano que ¨ amema ¨ a la gente para aplicarla después como arma anestésica contra ejércitos enemigos? ¿O quieren saber la enorme capacidad de aguante de los ciudadanos para aplicarlo como arma psicológica, en el caso de ellos entren en una durísima crisis económica?
La verdad, no estamos muy seguros, aquí los secretos que tenemos son cosas de poca importancia, como el monto total de los presupuestos del metro, el destino de muchos recursos estatales que no se saben donde acaban, los cambios en los cargos ministeriales antes de cada 16 de agosto, o las nimiedades de cuánto nos va a llegar las facturas de la luz en los meses próximos.
Creemos que a las dos o tres semanas de husmear por campos, pueblos y ciudades sin encontrar algo de valor, el espía mencionado se radicaría durante un buen tiempo en un lugar estratégico cerca de la capital, como Boca Chica, donde disfrutaría de sol permanente, excelentes playas, cortos bikinis, sabrosos pescaditos fritos y unas cuantas frías para ir refrescándose una vida placentera.
Seguro que al poco tiempo les mandaría a sus jefes alguna excusa podrida, que se quedaría vigilando un par de años más el gran túnel subterráneo que están abriendo en la capital contra viento y marea, y que por su envergadura tal vez se trate de un almacén de ojivas de alcance intercontinental representando un enorme peligro para la estabilidad mundial.
Y si el espía, echado en su tumbona, un buen día se tropieza con una sabrosa mulata de esas que al sonreír nos arrancan hasta el alma… seguro que se queda para siempre en Dominicana, ya sea empelándose de jefe de seguridad en una empresa de zona franca o montando un tarantín de bebidas para los turistas. ¿Enviarnos agentes secretos a nosotros? ¡No saben con quiénes se están jugando los cuartos!