Una de las prácticas mas deleznables que se llevan a cabo en los mercados de libre competencia como el nuestro, es el de la comercialización engañosa de productos utilizando nombres y símbolos de marcas acreditadas y de amplia aceptación en el público consumidor.
Si ese despreciable estilo de competencia es nocivo cuando se lleva a cabo para la venta de productos dirigidos a los potenciales consumidores adultos, cuando esta se ejerce orientada a influir en los niños y los jóvenes adquiere característica de crimen imperdonable.
Esa y no otra debe ser la tipificación al enfrentar la denuncia aparecida en los diarios nacionales, respecto a la venta de dulces que imitan las formas y las marcas de cigarrillos de amplia aceptación, puestos al alcance de los menores de edad en surtidoras de expendio ubicadas en algunos mercados de la ciudad.
Lamentablemente, la circunstancia de que esta acción se haya concretizado, denota las consabidas debilidades en nuestro sistema de prevención y control asignado al Instituto de Protección a los Derechos del Consumidor (Pro-Consumidor).
Aun aceptando la gravedad del caso en cuestión, la práctica se caracteriza como un engaño, por tanto es producto de una debilidad humana, consustancial a todos los países y mercados del mundo en donde existe por lo menos el libre mercado.
La gran diferencia en el uso de este recurso en países desarrollados y no desarrollados o en vías de desarrollo, estriba en que las tentaciones comerciales en los primeros, son reprimidas por la severidad de las sanciones que enfrentan los violadores ante el más mínimo desliz en que pudieran incurrir en su gestión comercializadora.
En nuestro país, por el contrario, generalmente no pasa de ser una denuncia escandalosa en espera de la próxima violación.