WINSTON CHURCHILL dijo la famosa frase de que la democracia es el peor sistema político, con excepción de todas las demás formas que han sido probadas de vez en cuando.

Cualquier persona involucrada con la vida política sabe que esa es una sutileza británica.

Churchill también dijo que el mejor argumento en contra de la democracia es una charla de cinco minutos con un elector promedio. ¡Cuán cierto!

He sido testigo de 20 campañas electorales para el Parlamento israelí, el Knesset. En cinco de ellas yo era un candidato, y en tres de ellas me eligieron.

Siendo niño, también fui testigo de tres campañas electorales en los últimos días de la república de Weimar, y una (la última más o menos democrática) después del ascenso de los nazis al poder.

(Los alemanes de esa época eran muy buenos en la propaganda gráfica, tanto política como comercial. Después de más de 80 años, aun recuerdo algunos de sus carteles electorales.)

Las elecciones son momentos de gran emoción. Las calles se cubren de propaganda, los políticos hablan hasta quedarse roncos, y a veces estallan enfrentamientos violentos.

Pero ahora no. Al menos, no aquí. Diecisiete días antes de las elecciones se produce un silencio sobrecogedor. Un extranjero que venga a Israel no se daría cuenta de que hay una elección en marcha. Casi no hay carteles en las calles. Los artículos en los periódicos tratan muchos otros temas. Las personas se gritan uno al otro en la televisión, como de costumbre. No hay arengas. No hay mítines masivos atestados.

TODOS SABEN que esta elección puede ser determinante, mucho más que la mayoría.

Pudiera ser la batalla final por el futuro de Israel entre los fanáticos de Gran Israel y los partidarios de un estado liberal. Entre un mini imperio que domina y oprime a otro pueblo y una democracia decente. Entre la expansión de los asentamientos y una búsqueda seria de la paz. Entre lo que se ha llamado aquí “capitalismo cochino” y un estado de bienestar.

En resumen, entre dos tipos muy diferentes de Israel.

¿Y qué se dice sobre esta fatídica elección?

Nada.

La palabra “paz” ‒shalom en hebreo‒ no se menciona en absoluto. Dios no lo quiera. Se considera veneno político. Como decimos en hebreo: “El que quiera salvar su alma debe distanciarse”.

Todos los “asesores profesionales”, los que abarrotan este país, advierten seriamente a sus clientes para que no la pronuncien jamás. “Diga ‘acuerdo político’, si es necesario. ¡Pero por el amor de Dios, no mencionan la paz!"

Lo mismo sobre la ocupación, los asentamientos, la transferencia (de las poblaciones) y tal. Manténgase lejos. Los electores pueden sospechar que usted tiene una opinión. Evítela, como a la peste.

El estado de bienestar israelí, alguna vez la envidia de muchos países (¿recuerdan el kibutz?) se está cayendo a pedazos. Todos nuestros servicios sociales se están desmoronando. El dinero va a parar a un ejército enorme, lo suficientemente grande para una potencia media. ¿Alguien sugiere reducir drásticamente al ejército? Por supuesto que no. ¿Qué? ¿Clavarles un cuchillo en las espaldas a nuestros valientes soldados? ¿Abrir las puertas a nuestros muchos enemigos? ¿Por qué razón? ¡Eso es traición!

Entonces, ¿de qué hablan los políticos y los medios de comunicación? ¿Qué motiva la mente del público? ¿Qué llega a los titulares y a los noticiarios de la tarde?

Sólo lo que realmente es importante: ¿Tiene la esposa del primer ministro el dinerito suelto para las botellas devueltas? ¿Muestra signos de abandono la residencia del primer ministro? ¿Utilizó Sara Netanyahu fondos públicos para instalar un salón de belleza privado en la residencia?

¿Y DÓNDE está el principal partido de la oposición, el Campo Sionista (también conocido como el Partido Laborista)?

El partido labora (no es un juego de palabras intencional, conste) con una gran desventaja: su líder es el Gran Ausente de estas elecciones.

Yitzhak Herzog no impresiona con su presencia. De constitución delgada, más como un muchachito que como un guerrero endurecido, con una voz alta y aguda, no parece ser un líder natural. Los caricaturistas la tienen difícil con él: No ofrece ninguna característica pronunciada que lo haga fácilmente reconocible.

Me recuerda a Clement Attlee. Cuando el Partido Laborista británico no pudo decidir entre dos candidatos visibles, eligieron a Attlee como el candidato de compromiso.

Él, también, carecía de características de mando. (Y aquí viene Churchill de nuevo: “Un coche vacío se acercó y Attlee salió de él”.) El mundo se quedó sin aliento cuando los británicos, incluso antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, sacaron a Churchill del cargo y eligieron a Attlee. Sin embargo, Attlee resultó ser un muy buen primer ministro. Salió a tiempo de la India (y de Palestina), creó el estado de bienestar, y muchas cosas más.

Herzog comenzó bien, con la creación de una lista electoral conjunta con Tzipi Livni, que generó el impulso y puso al moribundo Partido Laborista de pie otra vez. Adoptó un nombre popular para la nueva propuesta. Demostró que él podía tomar decisiones. Y ahí paró.

El Campamento Sionista se quedó en silencio. Las peleas internas paralizaron al personal electoral.

(Yo publiqué dos artículos en Haaretz pidiendo una lista conjunta del Campamento Sionista, Meretz y el partido de Yair Lapid. Eso hubiera equilibrado a la Izquierda y al Centro. Se habría generado un nuevo impulso entusiasta. Pero esa iniciativa sólo podría haber llegado de Herzog. Él la ignoró. También lo hizo Meretz, y también lo hizo Lapid. Espero que no se arrepientan.)

Ahora el Meretz se tambalea al borde del umbral electoral, y Lapid se está recuperando lentamente de su profunda caída en las encuestas, aprovechando, principalmente, su rostro agradable.

A pesar de todo, el Likud y el Campo Sionista están corriendo nariz con nariz. Las encuestas le dan a cada uno 23 escaños (de 120), pronostican un final de fotografía, y dejan la decisión histórica a una serie de partidos pequeños y diminutos.

EL ÚNICO que puede cambiar el juego a la vista es el próximo discurso de Benjamin Netanyahu ante las dos Cámaras del Congreso de Estados Unidos.

Todos los canales de televisión israelíes transmitirán el evento en vivo. Lo mostrarán en su mejor momento: El gran hombre de Estado dirigiéndose al parlamento más importante del mundo, suplicando por la existencia misma de Israel.

Netanyahu es un personaje consumado de la televisión. Él no es un gran orador al estilo de Menahem Begin (por no hablar de Winston Churchill), pero en la televisión tiene pocos rivales. Cada movimiento de sus manos, cada expresión de su rostro, hasta los cabellos, son precisamente los correctos. Su inglés americano es perfecto.

El líder del gueto judío pidiendo en la corte del rey goyish por su pueblo es una figura muy conocida en la historia judía. Todos los niños judíos leen sobre él en la escuela. Consciente o inconscientemente, la gente lo recordará.

El coro de senadores y congresistas estadounidenses aplaudirá delirantemente, saltará, cada pocos minutos, y expresará su admiración sin límites, en todos los sentidos, excepto lamiendo sus zapatos.

Algunos valientes demócratas se ausentarán, pero los espectadores israelíes no se darán cuenta de esto, ya que la costumbre en tales ocasiones es rellenar todos los asientos vacíos con los miembros del personal.

Ningún otro espectáculo propagandístico podría ser más eficaz. Los votantes se verán obligados a preguntarse cómo se hubiera visto Herzog en las mismas circunstancias.

No puedo imaginar ninguna otra propaganda electoral más efectiva. Utilizar el Congreso de los Estados Unidos de América como un apoyo propagandístico es un golpe genial.

MILTON FRIEDMAN afirmó que no hay tal almuerzo gratis, y este almuerzo tiene, realmente, un precio alto.

Significa casi literalmente escupir en la cara al presidente Obama. No creo que se haya producido jamás algo semejante. El primer ministro de un país vasallo, pequeño, que depende de EE.UU. para prácticamente todo, llega a la capital de EE.UU. para desafiar abiertamente a su Presidente, a quien de hecho, calificó de tramposo y mentiroso. Su anfitrión es el partido de la oposición.

Como Abraham, que estaba dispuesto a sacrificar a su hijo para agradar a Dios, Netanyahu está dispuesto a sacrificar los intereses más vitales de Israel por su victoria electoral.

Durante muchos años, los embajadores israelíes y otros funcionarios han trabajado denodadamente para alistar a la Casa Blanca y al Congreso al servicio de Israel. Cuando el embajador Yitzhak Rabin vino a Washington y se encontró que el apoyo a Israel se centraba en el Congreso, hizo un gran ‒y exitoso‒ esfuerzo para ganarse a la Casa Blanca de Nixon.

La AIPAC* y otras organizaciones judías han trabajado durante generaciones para asegurarse el apoyo de ambos partidos estadounidenses, y prácticamente de todos los senadores y congresistas. Desde hace años, ningún político en el Capitolio se ha atrevido a criticar a Israel. Eso equivalía a un suicidio político. Los pocos que lo intentaron fueron echados al olvido.

El presidente Obama, quien está siendo insultado, humillado y obstruido en su jugada política más preciada, el acuerdo con Irán, sería un ser sobrehumano si no incubara una venganza. Hasta un ligero movimiento de su dedo meñique podría perjudicar gravemente Israel.

¿Le importa eso a Netanyahu? Por supuesto que le importa. Pero a él le preocupa más su reelección.

Mucho, mucho más.

*AIPAC: American Israel Public Affairs Committee, un importante grupo de cabildeo proisraelí.