DE REPENTE, me recordó algo. 

Yo estaba viendo “El Discurso” de Benjamín Netanyahu ante el Congreso de Estados Unidos. Fila tras fila de hombres de traje (y alguna mujer ocasional), saltando arriba y abajo, arriba y abajo, aplaudiendo delirantemente, gritando su aprobación.

Fueron los gritos. ¿Dónde yo había oído eso antes? 

Y de pronto volvió la imagen. Era otro Parlamento, a mediados de la década de 1930. El líder estaba hablando. Filas y filas de de miembros del Reichstag escuchaban embelesados. De cuando en cuando saltaban y gritaban dando su aprobación.

Por supuesto, el Congreso de los Estados Unidos de América no es el Reichstag. Sus miembros llevan trajes oscuros, no camisas pardas. Ellos no gritan “Heil”, sino algo ininteligible. Sin embargo, el sonido de los gritos tenía el mismo efecto. Más bien, chocante. 

Pero luego volví al presente. Esta imagen no era aterradora, sino ridícula. Allí estaban los miembros del Parlamento más poderoso en el mundo comportándose como un montón de bobos.

Nada como esto podría haber sucedido en el Knesset. No tengo una opinión muy elevada de nuestro parlamento, a pesar de haber sido un miembro, pero en comparación con este montaje, el Knesset es la realización del sueño de Platón. 

ABBA EBAN comparó una vez el discurso de Menahem Begin con un soufflé francés: una gran cantidad de aire y muy poca masa.

Lo mismo podría decirse de El Discurso de Netanyahu.

¿Qué contiene? El Holocausto, por supuesto, con ese impostor moral, Elie Wiesel, sentado en la galería junto a la Sarah’le radiante, quien visiblemente saboreó el triunfo de su marido. (Unos días antes, ella le había gritado a la esposa de un alcalde en Israel: “¡Tu hombre no llega a los tobillos del mío!") 

El discurso mencionó el Libro de Esther, sobre la salvación de los judíos persas del malvado ministro persa Amán, que pretendía acabar con ellos. Nadie sabe cómo llegó esta composición dudosa a ser incluida en la Biblia. A Dios no se le menciona en el libro, no tiene nada que ver con la Tierra Santa, y la propia Esther es más una prostituta que una heroína. El libro termina con el asesinato masivo cometido por los judíos contra los persas.

El Discurso, como todos los discursos de Netanyahu, contenía mucho sobre el sufrimiento de los judíos a través de las eras, y las intenciones de los malvados iraníes, los nuevos nazis, de aniquilarnos. Pero esto no va a suceder, porque esta vez tenemos a Benjamín Netanyahu para que nos proteja. Y a los republicanos de Estados Unidos, por supuesto.

Fue un buen discurso. No se puede hacer un mal discurso cuando cientos de admiradores se cuelgan de cada palabra y aplauden cada segundo. Pero no se va a hacer una antología de los discursos más grandes del mundo.

Netanyahu se considera a sí mismo un segundo Churchill. Y de hecho, Churchill fue el único líder extranjero antes de Netanyahu que habló frente ambas cámaras del Congreso por tercera vez. Pero Churchill llegó a consolidar su alianza con el Presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, quien desempeñó un papel importante en el esfuerzo bélico británico, mientras que Netanyahu ha venido a escupir en la cara al actual presidente.

¿QUÉ no contenía el discurso?

Pues ni una palabra sobre Palestina y los palestinos. Ni una palabra sobre la paz, la solución de dos Estados, Cisjordania, la Franja de Gaza, ni Jerusalén. Ni una palabra sobre el apartheid, la ocupación, los asentamientos. Ni una palabra sobre las propias capacidades nucleares de Israel.

Ni una palabra, por supuesto, sobre la idea de una región libre de armas nucleares, con inspecciones mutuas. 

De hecho, no hubo ninguna propuesta concreta. En absoluto. Después de denunciar el tratado malo sobre la fabricación [de armamento nuclear], y la insinuación de que Barack Obama y John Kerry son incautos e idiotas, no ofreció ninguna alternativa.

¿Por qué? Supongo que el texto original de El Discurso contenía mucho. Nuevas sanciones devastadoras contra Irán. Una exigencia de la demolición total de todas las instalaciones nucleares iraníes. Y al final inevitable: un ataque militar estadounidense-israelí.

Todo esto quedó fuera. Él fue advertido por la gente de Obama en términos muy claros de que la divulgación de los detalles de las negociaciones sería considerada una traición a la confianza. Fue advertido por sus huestes republicanas de que el pueblo estadounidense no estaba de humor para oír hablar de otra guerra.

¿Qué quedaba? Pues un relato lúgubre de los hechos conocidos sobre las negociaciones.  la única parte tediosa del discurso. Durante varios minutos nadie saltó, nadie gritó su aprobación. Elie Wiesel fue mostrado durmiendo. La persona más importante en el recinto, Sheldon Adelson, el propietario de los republicanos del Congreso y de Netanyahu, no se vió en absoluto. Pero él estaba allí, manteniendo una estrecha vigilancia sobre sus siervos. 

POR CIERTO, ¿qué pasó con la guerra de Netanyahu?

¿Recuerda cuando las Fuerzas de Defensa de Israel estaban a punto de bombardear Irán hasta convertirlo en mil pedazos? ¿Cuando los militares estadounidenses estaban a punto de “barrer” con todas las instalaciones nucleares iraníes.

Los lectores de esta columna también podrían recordar que hace años les aseguré que no habría guerra. Sin peros, ni condiciones. Sin puerta trasera entreabierta para una retirada. Afirmé que no habría guerra, y punto.

Mucho más tarde, todos los exjefes militares y de inteligencia israelíes se pronunciaron en contra de la guerra.

El Jefe del Estado Mayor, Benny Gantz, quien terminó su mandato esta semana, ha revelado que nunca se ha redactado proyecto alguno de una orden de operación para atacar a las instalaciones nucleares de Irán.

¿Por qué? Porque dicha operación podría conducir a una catástrofe mundial. Irán podría cerrar inmediatamente el estrecho de Ormuz, de sólo unas pocas decenas de millas de ancho, a través del cual debe pasar un 35% del petróleo por vía marítima del mundo. Esto significaría una catástrofe económica inmediata en todo el mundo.

Para abrir el Estrecho y mantenerlo abierto, una gran parte de Irán tendría que ser ocupado en una guerra terrestre, con las botas sobre el terreno. Incluso a los republicanos les da escalofrío la idea.

Las capacidades militares israelíes están muy lejos de una aventura semejante. Y, por supuesto, Israel no puede soñar con empezar una guerra sin el consentimiento expreso de Estados Unidos.

Esa es la realidad. Nada de peroratas. Incluso los senadores estadounidenses son capaces de ver la diferencia.

LA PIEZA central del discurso fue la demonización de Irán. Irán es la encarnación del mal. Sus líderes son monstruos subhumanos. En todo el mundo, los terroristas iraníes están trabajando en la planificación de ultrajes monstruosos. Están construyendo misiles balísticos intercontinentales para destruir a EE.UU. Inmediatamente después de obtener ojivas nucleares ‒ahora o dentro de diez años‒ aniquilarán a Israel.

En realidad, la capacidad para un contraataque de Israel, contando con los submarinos suministrados por Alemania, aniquilaría a Irán en cuestión de minutos. Una de las civilizaciones más antiguas en la historia del mundo tendría un final abrupto. Los ayatolás tendrían que ser clínicamente dementes para hacer algo así.

Netanyahu finge creer que lo son. Sin embargo, desde hace años, Israel ha estado llevando a cabo un arbitraje amigable con el gobierno iraní sobre el oleoducto Eilat-Ashkelon a través de Israel construido por un consorcio iraní-israelí. Antes de la Revolución Islámica, Irán era el aliado más valiente de Israel en la región. Mucho después de la revolución, Israel suministró a Irán armas para luchar contra el Irak de Saddam Hussein (el famoso asunto “Irangate”). Y si uno se remonta a Esther y su esfuerzo sexual para salvar a los judíos, ¿por qué no hablar de Ciro el Grande, que les permitió a los cautivos de Judea volver a Jerusalén?

A juzgar por su comportamiento, la actual dirigencia iraní ha perdido parte de su fervor religioso inicial. Se está comportando (no hablando siempre) de una manera muy racional, realizando negociaciones difíciles, como es de esperar de los persas, conscientes de su inmenso patrimonio cultural, incluso más antiguo que el judaísmo. Netanyahu tiene razón al decir que no se debe confiar en ellos con los ojos cerrados, pero su demonización es ridícula.

Dentro de un contexto más amplio, Israel e Irán ya son aliados indirectos. Para ambos, el Estado Islámico (EI) es el enemigo mortal. A mi juicio, el EI es mucho más peligroso para Israel, en el largo plazo, que Irán. Me imagino que para Teherán, el EI es un enemigo mucho más peligroso que Israel.

(La única frase memorable en el discurso fue “el enemigo de mi enemigo es mi enemigo”.)

En el peor de los peores casos, Irán, al final, tendrá su bomba. ¿Y qué? Yo pudiera ser un israelí arrogante, pero me niego a tener miedo. Vivo a una milla del alto mando del ejército israelí en el centro de Tel Aviv, y en un intercambio nuclear me evaporaría. Sin embargo, me siento bastante seguro. 

Estados Unidos ha estado expuesto durante décadas (y sigue estando) a miles de bombas nucleares rusas, que podrían erradicar a millones en cuestión de minutos. Pero se sienten seguros bajo el paraguas del “equilibrio del terror”. Entre nosotros e Irán, en la peor situación, el mismo equilibrio entraría en vigor.

¿CUÁL ES la alternativa de Netanyahu a la política de Obama? Como Obama se apresuró a señalarlo: no ofreció ninguna. 

Se cerrará el mejor acuerdo posible. El peligro se aplazará por diez años o más. Y, como Chaim Weizmann dijo una vez: “El futuro vendrá y cuidará el futuro."

En estos diez años muchas cosas van a suceder. Cambiarán regímenes, enemistades se convertirán en alianzas y viceversa. Cualquier cosa es posible.

Incluso ‒con la ayuda de Dios y los votantes israelíes dispuestos‒ la paz entre Israel y Palestina, que extirparía la irritación de las relaciones entre israelíes y musulmanes.