Un diagnóstico de la religiosidad popular es pasar balance al estado de muchas de estas manifestaciones, su situación actual, fortalezas, debilidades, herencia y continuidad, valor patrimonial, impacto en la memoria social y en la reproducción de los grupos que la sostienen.
Es también la necesidad de elaborar un mapa socioreligioso que muestre los lugares donde estas manifestaciones importantes se celebran, las fechas en que se celebran estas. Cuáles son locales, provinciales, regionales o de convocatoria nacional.
Es necesario establecer un marco de gastos y recaudaciones sobre los costos presupuestales que involucran a estas expresiones religiosas y de qué manera se quejan los organizadores y cómo este delicado tema económico puede poner en peligro la continuidad de estas tradiciones religiosas.
Pero, por el nivel de complejidad organizativa, la participación masiva en muchas de estas festividades religiosas, la capacidad de convocatoria, la logística y la demanda que genera la misma y todo el proceso previo, obliga una mirada a la capacidad de gestión por parte de los portadores.
Es importante observar cómo esta habilidad de organizar, liderear, convocar, dirigir y definir los perfiles de la tradición y de su conducción durante sus ejecutorias, además de reiterarla cada fecha en que le corresponde, haya o no recursos, se esté o no emocionalmente en condiciones, promoviendo además la búsqueda de fondos con colaboradores no convencionales, como familiares, amigos, vecinos, allegados y a veces, alguna que otra institución pública o privada que le extiende su mano amiga, es parte del gran esfuerzo que acompañan a estas importantes convocatorias de la espiritualidad dominicana.
Luego de esta pandemia, pasar revista al estado en que han quedado muchas de nuestras expresiones de la religiosidad popular y de muchas de sus convocatorias, es un buen ejercicio
Naturalmente que, contrario a la gestión tradicional como oficio o habilidad, aprendida en relación a los gestores de otras expresiones de la cultura popular, el portador es esta vez su propio gestor, sabiendo que no aprendió las técnicas y conocimientos en la academia, sino que se vio forzado, por habilidades naturales y designio familiar o comunitario, a asumir la dirección y conducción de un hecho cultural, por demás, fortalecido por el mando de la fe y las creencias que obligan su cumplimiento por encima de cualquier cosa terrenal que se atraviese.
Lo anterior no niega dificultades que se presentan en determinadas actividades de la religiosidad popular y que son las que deben observar y estudiar los investigadores y muchas de esas dificultades son las que terminan produciendo cambios hacia lo interno de la tradición como parte de una necesidad de reproducirse y seguir cumpliendo la función que le dio razón de ser, aunque se modifiquen formas y maneras de sus celebraciones tradicionales.
Igualmente, es importante valorar en este diagnóstico, cómo estos gestores son capaces de concebir y proponernos un pasadía que no sólo es sacralidad, sino también divertimento, culinaria, música, danza, bebidas y encuentro familia, comunitario y de invitados especiales; transformándose las mismas en verdaderos jolgorios o fiesta donde está presente un pequeño retrato de nuestra identidad en la comida, la música, la danza, los juegos o la dimensión lúdica, el entretenimiento, las conversaciones, y por sobre todo, la espiritualidad que es su motivo principal de convocatoria, muy diversa y mestiza por cierto, como todo lo culturalmente dominicano.
Como vemos, se trata de un complejo microespacio que, por sus variadas expresiones, los especialistas denominan religiosidad popular, debido a que en el lugar se expresa de todo, desde lo sagrado que es su motivo principal de convocatoria, hasta la música (sagrada y secular a la vez), la comida típica, la conversación amena, los rezos católicos, los cantos religiosos, las salves, la danza, sagrada o secular, bebidas y otras maneras de pasar el momento, sin la africanía esté ausente del lugar que podría representarse a través de la posesión espiritual o de muerto.
Para un estudioso, este tejido múltiple de expresiones de interacción sociocultural es lo que da valor sinigual a la convocatoria, le da significación en la reproducción de los valores cultuales del grupo, reafirma sus identidades y fortalece su memoria social, y como microespacio cultural, el estudio particular o comparado, es de gran valor para conocer la mentalidad de los grupos humanos.
El valor de la religiosidad como ente de compactación social y de trascendencia mística, para convertirse en eje articulador de expresiones de identidad y como en las viejas y antiguas sociedades, se reitera de nuevo al encontrar en un mismo lugar, lo sagrada y lo secular conjugado en un todo, sin grietas en su manera de interrelación y como una manera de reafirmar identidades, compromisos con divinidades, santos y antepasados, para una vez terminada la convocatoria, iniciar la organización del próximo encuentro y sentir la satisfacción del deber cumplido, con dioses y antepasados.
El compromiso, sea con los antepasados familiares o con las divinidades, siempre encierra un pacto más allá del mundo terrenal, más allá de los convenios contractuales firmados bajo la observación de un abogado, más allá de las trivialidades de lo cotidiano o de la usencia de los recursos económicos que encierran su celebración, pues en sus creencias, todo es posible si el compromiso es divino y en cumplimiento de sus creencias y deseos por parte de los continuadores de la tradición, la consagración en su realización y su reiteración, es su compromiso con el mundo de los dioses y muertos deificados.
Aunque existan fenómenos externos que pongan en riesgo su celebración: pandemia, guerras o cataclismos, para ellos, cargados de fe y creencias, lo divino vence todo o simplemente lo sucedido es, un designio divino o un castigo, que se produce por encima de toda existencia o deseo humano. Luego de esta pandemia, pasar revista al estado en que han quedado muchas de nuestras expresiones de la religiosidad popular y de muchas de sus convocatorias, es un buen ejercicio de levantamiento o diagnóstico a saber, cómo, después de una caída de esta magnitud, se levantan los pueblos y continúan su trajinar, incluido el de la dimensión sagrada.