El pasado domingo se celebraron las elecciones presidenciales y congresuales en el país. Un día para la historia por varias razones.
Por años, y por lo que a mí toca, cada vez que éstas eran celebradas un dieciséis de mayo, sin importar el día de la semana que cayera, todo el mundo se preparaba para una guerra. Los supermercados estaban llenos de gente los días previos, tal como se hacía o se hace cuando se pronostica la llegada de un huracán.
Por primera vez estos negocios se vieron abarrotados por los dueños de las tarjetas “solidaridad”, que según dicen fueron entregadas la víspera como forma de asegurar los votos.
La gente común y corriente no acudió en masa a abastecerse de alimentos de primera necesidad, que más tarde los tendrían más arriba del moño, por la gran cantidad de mercancía acumulada que al fin y al cabo eran innecesarias.
Es la primera vez que son celebradas bajo el peligro de una pandemia, pero que no fue óbice para detener la participación ciudadana. Hubo una demostración masiva de personas. Aunque si se compara con todas las anteriores, ésta ha sido la que mayor número de abstención ha tenido, no por indiferencia, sino por temor al contagio.
Se ha visto el cambio generacional ya que han participado muchos jóvenes, algunos de ellos por herencia, pero que no dejan de tener mérito propio.
Esperemos qué va a pasar.
En el año 2012 al escuchar el discurso de toma de posesión presidencial del primer período del Licenciado Danilo Medina, quedé fascinada. Me dije: “por fin, ya si llegó la persona que merece el país”. Fue coherente, con promesas factibles, de una seriedad total y convincente. Al hablar sobre la reelección y su postura ante ella, les juro que me emocioné. Nunca creí que después de haber tenido tantos presidentes que solo les movía la ambición y el deseo de querer ser y de poder, podía existir alguien que solo quería el bienestar de una nación y que llegó para servir, no para servirse.
El resultado lo tenemos. ¡QUÉ DECEPCIÓN!
La experiencia de este gobierno que termina ha sido traumática para los dominicanos, porque hemos visto de todo: robo, impunidad, arrogancia, malversación de fondos, uso indiscriminado de los bienes del Estado, corrupción,
repartición sin medidas de puestos e infinidad de cosas que podemos imputar que son vergonzosas e imperdonables.
Yo espero que a este nuevo gobierno no se le suban los humos a la cabeza. Que sepan que se viene a servir, a solucionar los problemas que nos aquejan. Que sus declaraciones juradas de bienes sean reales, no una proyección a cuatro años y que los buitres que están al acecho de la mejor carnada, sean detenidos en sus ambiciones.
Espero que no solo se hable de justicia, que no haya impunidad. Que todos los bienes robados sean recuperados, pero no para que pasen a manos de los actuales, sino que sean subastados a un precio justo, no menor, ni con privilegios y que el dinero sea destinado para acondicionar los hospitales.
Espero que los centros vacacionales pertenecientes al Estado y que se los repartieron los compañeritos también sean recuperados. Que los pongan a disposición de los ministerios para el uso justo de sus empleados y que éstos puedan disfrutar en familia de unas dignas vacaciones.
Que los Parques Nacionales sean respetados como tal y que los que se han adueñado para sembrar aguacates o tener aserraderos, sean despojados de esos terrenos que han sido vilmente violados.
Que sea reestructurado el Ministerio de Relaciones Exteriores que tiene tantos diplomáticos cobrando sueldos por las nubes y residen en el país sin cumplir ninguna misión. Que los hijos de los funcionarios no sean nombrados agregados culturales para que vivan como reyes en el exterior y que dejemos de ser una vergüenza teniendo el cuerpo consular más abultado incluso mayor que países que nos doblan o triplican en extensión territorial y número de habitantes.
Que revisen los sueldos de los médicos, enfermeras, bomberos y maestros que son entes de servicio. Que se reduzcan los sueldos de lujo y que se supriman las famosas botellas.
Que los bienes de los narcotraficantes no sean adquiridos por los del poder, sino que también sean subastados y utilizar ese dinero para invertirlo en escuelas y una mejor educación.
Que los nuevos legisladores no sean beneficiados con barrilitos, cofrecitos, altos gastos de representación, ni dinero extra para regalar o cogérselo, pues para eso no fue que fueron elegidos.
Que los nuevos funcionarios dispongan de sus propios vehículos. No hay razón para regalarles uno si ellos están cumpliendo con un trabajo igual que el de todos. ¿Por qué hay que regalarles carros de lujo?
¿Por qué han de tener tres, cuatro o hasta cinco guarda espaldas si el que no hace nada malo, no debe temer?
Que no se aloquen los hombres creyendo que están “acabando” y se buscan segundas y terceras bases para regalarles jeepetas y apartamentos a jóvenes que puedan exhibir. Mejor que afiancen sus matrimonios que al final es lo único que les queda, porque nada es eterno. Todo pasa, si no, pregúntenle a los que se van.
Y que por fin hayan tres Poderes del Estado totalmente independientes, libres de compromisos el uno con el otro, tal como yo lo aprendí en las clases de Moral y Cívica cuando se impartían en las escuelas y colegios.