Muchos de los españoles que hoy estuvimos pegados a la televisión viendo cómo eran exhumados los restos de Francisco Franco de lugar donde había pasado enterrado casi 44 años desde su muerte, ni siquiera habíamos sido testigos de su dictadura.

La mayoría éramos tan pequeños que lo que recordábamos eran días de fiesta sin tener que ir al colegio, con lo que todo nos parecía un regalo.

Sin embargo, hoy algo se removió en el interior de muchos de nosotros cuando, después de ser trasladado a hombros de sus familiares desde el interior de la basílica que fue su sepultura todo este tiempo hasta un coche fúnebre, con un eco provocado por el vacío de la explanada donde estaban, resonó un "Viva España, viva Franco!".

Ese grito, tan repetido en épocas franquistas retrotrajo a la España democrática a un pasado absolutamente olvidado en el día a día de los españoles, pero que hoy sirvió además para recordarnos lo ganado en una etapa a veces infravalorada como fue la Transición, con la que alcanzamos gran parte de los derechos de los que ahora disfrutamos.

Una reflexión que debe alcanzar a todos esos países que sufrieron el dominio de los dictadores y que superaron con esfuerzo ese tiempo, un tiempo oscuro, de cualquier país democrático.

Los restos del dictador español descansan ahora, por cierto, a pocos metros de los de Rafael Leónidas Trujillo Molina. ¡Qué cosas tiene la vida!.

Que esta casualidad sirva para recordarnos a los dos países que nuestras democracias, mejores o peores, son al fin y al cabo democracias, y que debemos, es nuestra obligación, cuidarlas.