Desde su puesta en operación la Dra. Zoila Martínez ha sido la Defensora del Pueblo, demostrando su consagración para que las instituciones y funcionarios del Estado protejan los derechos fundamentales individuales, colectivos y difusos reconocidos en la Constitución.
Sentar las bases institucionales, darla a conocer y hacerla creíble para acudir a la Defensoría del Pueblo cuando de violación de derechos humanos se trate, ha sido una labor titánica, transparente y honesta que debemos reconocerle a la doctora Martínez y a su equipo.
Toca ahora elegir al segundo Defensor del Pueblo. La Cámara de Diputados tiene la responsabilidad de presentar al Senado la terna de candidatos con las mejores calificaciones profesionales y éticas.
Los congresistas deben ver con ojos clínicos y oídos de tísicos a cada candidato, auscultando con sumo cuidado sus hojas de vida y abriendo el hemiciclo para que la ciudadanía pueda participar con sus observaciones y recomendaciones.
Los congresistas deben tener sumo cuidado al depurar la lista de los pretendientes a la defensoría del pueblo. No pueden dejarse llevar de cadenitas de goldfield que, a pulso de hipocresías, pudieran pretender ganarse espacios que le quedan grandes, como tampoco de quienes tienen serios cuestionamiento éticos, sobre todo porque la autoridad del Defensor del Pueblo depende de su reciedumbre moral.
Dentro de la lista que reposa en la Cámara de Diputados hay personas conocidas por su desapego sincero y sus aportes reales a la sociedad dominicana o por sus altos desempeños públicos y privados. Es el caso de Pablo Ulloa, ex director ejecutivo del Tribunal Constitucional, con sólida formación y experiencia en la gestión pública y con una proclama de los que serían sus aportes que debe ser vista con especial interés.
También Ramón Bienvenido Martínez Portorreal, quien siempre ha estado identificado con la defensa de los derechos ciudadanos, como el de Félix Antonio Cruz Jiminián, con una dilatada hoja de vida forjada en el servicio comunitario.
Otros nombres son desconocidos para mí y pueden tener méritos para serlo; pero los diputados y los senadores no pueden dejarse sorprender por coros creados con estos propósitos o para ganar estelaridad sin compromiso, traicionando con ello los sagrados fines de una institución que debe seguir fortaleciéndose institucionalmente.