Cada 23 de mayo, desde hace cuarenta y nueve años, muchos conmemoran la muerte de Maximiliano Gómez, el Moreno, acaecida en Bruselas, en 1971. Quienes lo siguieron, quienes lo apreciaron, quienes lo admiraron, escriben artículos, hablan por los medios, realizan actos, muestras de una admiración sin dudas sincera. Pero esta no basta.

Las circunstancias en las murió Gómez no pueden ser más confusas. Puede haberse tratado de un accidente. Puede haberse tratado de un asesinato. En este caso, hay decenas de versiones contradictorias sobre las actividades que realizó en la víspera de su muerte, sobre quiénes pudieron haber sido los autores materiales y cuáles los actores intelectuales; sobre el móvil del asesinato, sobre quiénes encontraron su cadáver y por qué lo visitaron aquella lejana mañana. Hay contradicciones sobre la posición del cadáver, sobre si estaba vestido o no; sobre cuál fue el método utilizado.

Quienes lo siguieron, quienes lo apreciaron, quienes lo admiraron no deben limitarse a homenajearlo. Deben también colaborar con la clarificación de las circunstancias de su muerte. (Este es uno de los objetivos de las investigaciones que vengo realizando desde hace varios años). Sin embargo, son pocos los que han hablado. La muerte de Maximiliano Gómez es un tabú que casi todos los protagonistas de aquellos hechos han decidido no violar.

Este silencio es hasta cierto punto comprensible. Se trata de hechos dolorosos. Se teme que hablar constituya un peligro para la vida y para la integridad física de quienes decidan hacerlo. Es difícil contradecir la naturaleza paranoide-depresiva que, según el psiquiatra Antonio Zaglul, nos caracteriza y es resultado de las múltiples dictaduras a las que nos vimos sometidos. A pesar de ello, todo actor o testigo de estos hechos está en el deber de dar su testimonio. No solo por lealtad a Maximiliano Gómez. También por razones históricas.

La muerte de Gómez constituye un episodio importantísimo en la historia política dominicana. Tan importante como las de Amín Abel Hasbún y Otto Morales. Tan importante como el secuestro del coronel Crowley y el canje de prisioneros que le siguió. No hablar de ello es una irresponsabilidad histórica.

Mi investigación me ha permitido encontrar información importantísima sobre estos episodios en archivos belgas, franceses, italianos, chilenos, mexicanos, dominicanos, americanos y brasileños. Pero esta información, por más importante que sea, no puede suplantar una aún más importante: el testimonio de sus protagonistas

De los veintiún presos liberados muchos han muerto ya. Maximiliano Gómez, por supuesto. Pero también, según fuentes consultadas, Clodomiro Gautreaux,  Ángel Darío Alcántara, Héctor Dumariel Santana, José Ignacio Marte Polanco, Manuel Emilio (o Luis Emilio, hay contradicciones) Arias Arias, Rafael Villa Cartagena y Daniel Valdez Vizcaino

De los que viven, he contactado, con resultados muy variables, a Efraín Sánchez Soriano, Farouk Miguel Castillo, Hugo Alfonso Hernández Alvarado, Miguel Reyes Santana, Marco Antonio Santana y Winston Franklin Vargas Valdez. Algunos han facilitado cuantos detalles recuerdan; otros, algunos pocos, con reticencia; el resto, en fin, no ha respondido a nuestra solicitud, lamentablemente.

Del resto, creo saber que viven en Suecia José Gil Torres, Luis Larancuent Morris y Roberto Matos Vallejo; en Suiza, Manuel Antonio de los Santos; y en Santo Domingo, Juan Pablo Gómez. Manolo Plata vive o en Canadá o en Estados Unidos (en Nueva York) y que visita nuestro país con frecuencia. Finalmente, de Ricardo Martínez no tengo noticias. Sigo buscando la manera de comunicarme con estos.

Quiero agradecer a los que han colaborado sin reservas y exhortar al resto a que lo hagan, a través de esta página web. con la certeza de que me comprometeré a respetar rigurosamente su anonimato o cualquier condición que planteen para hacerlo.

Finalmente, quisiera agregar que su testimonio no solo es deber para con el Moreno y con la historia dominicana, sino para consigo mismos: en la inexpugnable madeja de versiones contradictorias a la que me he referido anteriormente existen indicios más o menos sólidos de varios de los miembros del grupo – y no solo de uno, como se piensa frecuentemente – en el probable asesinato de Maximiliano Gómez y, peor aún, en el asesinato seguro de Miriam Pinedo viuda Morales (cuyo esclarecimiento constituye mi otro objetivo, mi objetivo principal). Quienes no hablen podrían perder la oportunidad de refutar los indicios que podrían pesar sobre ellos.

Quedo a la espera de sus respuestas, en la seguridad de que no evadirán sus deberes para con el Moreno, con la Historia y con ellos mismos.