Ebenezer Scrooge es un avaro carente de generosidad. Se ha enriquecido a costa del sufrimiento humano, solo piensa en amasar fortuna, no da muestras de sensibilidad hacia la desgracia de sus paisanos. Desprecia la navidad por lo que simboliza y porque implica una pausa en las horas dedicadas a producir riqueza.

De modo repentino, Scrooge recibe una inesperada visita. Se trata del alma de su socio fallecido, Jacob Marley, semejante a él en concepción y estilo de vida. Ha sido condenado a deambular con una pesada cadena que representa toda la avaricia y falta de sensibilidad acumulada en su vida. Le anuncia a Scrooge de la pronta visita de tres espíritus.

La primera visita corresponde a la del Espíritu de las Navidades Pasadas. Gracias a él, Scrooge se reecuentra con su juventud, cuando era un hombre alegre que todavía no se había obsesionado por el dinero. Rememora sus relaciones afectivas, incluyendo la de una amada a la que perdió cuando inició su desbocada carrera por amasar fortuna.

La segunda visita es del Espíritu de las Navidades Presentes. Este le muestra los contrastes generados por la sociedad industrial del siglo XIX, entre quienes tienen acceso a disfrutar de una cena navideña y los socialmente excluidos por un modelo de desarrollo que lo has condenado a la pobreza.

La tercera visita es del Espíritu de las Navidades Futuras. Se trata de una extraña figura que nunca se expresa a través de la voz, sino que muestra a través de señas la realidad que se avecina. A través de ella, Scrooge vislumbra su propio futuro autodestructivo -así como el de la familia que depende económicamente del mísero salario que le otorga a su proveedor- si continúa entregado al estilo de vida que lleva en la actualidad.

La historia les resultará familiar a muchos. Se trata de Un cuento de navidad

(1843), la clásica novela del escritor inglés Charles Dickens (1812-1870). Esta historia, que nos transporta a la Nochebuena de un año cualquiera del siglo XIX, resulta hoy tan actual como cuando fue escrita.

Pues, si bien hoy no vivimos en la sociedad industrial decimonónica, el modelo de desarrollo de nuestros países solo ha refinado los mecanismos de exclusión social, implicando jornadas de trabajo cada vez más estresantes, con el propósito de obtener dinero para alimentar una irracional cultura de consumo.

Scrooge termina comprendiendo sus lecciones. La vida dedicada a la mera acumulación de dinero es nociva, pues nos centra de modo exclusivo en un falso yo, desnaturalizando nuestra condición humana, fundamentalmente relacional. Esta dimensión hace que la felicidad no consista en trabajar sin descanso para acumular fortunas, consiste más en como nos vinculamos emocionalmente con los otros, con la manera de entregarnos y recibir el afecto de los demás. Este es uno de los significados fundamentales de la navidad.

Mis aspiraciones para este día de Nochebuena son que podamos realizar una pausa en el acelerado proceso vital impuesto por la globalización. Que podamos inventar y practicar formas alternativas de vida a este modelo socialmente excluyente. Y que transmutemos al Scrooge que habita en cada uno de nosotros potenciando una sociedad donde el espíritu de la navidad -el de la entrega y la generosidad- constituya el fundamento de nuestras vidas.