– “Haz bien y no mires a quién”- sermoneó el catequista durante la clase dominical.
Alto, fornido, Cuauhtémoc, tataranieto de iroqueses y de mohicanos, parecía un roble joven antes de caer la tarde. Llevaba tres meses estudiando el catecismo y todavía se encontraba muy confundido.
– “Haz bien y no mires a quién”- repitió el catequista como si fuera otro Paul Harris en un club rotario.
– Somos el único país del mundo, junto al Canadá, que dedica oficialmente un día al año para dar gracias. Esta tradición proviene del año 1621, cuando los peregrinos llegaron a Plymouth, Massachusetts, huyendo de la persecución religiosa que bullía en Inglaterra- volvió a decretar el catequista desde el púlpito.
– Profe… ¿por qué siempre cae esta celebración el tercer jueves de noviembre, si ese día está dedicado a Júpiter?- preguntó Karen, una joven descendiente de irlandeses que se sentaba junto a Cuauhtémoc
– Porque noviembre era el mes en que se recogían las cosechas- interceptó el profesor- y las guardaban durante todo el invierno. De hecho, lo que hicieron los peregrinos fue dar gracias por esa cosecha, lo cual culminaba sus trabajos, pues para ellos ese era el final del año.
-La imagen de los peregrinos compartiendo con los nativos- añadió el catequista- es el símbolo del "melting pot" (mezcla de tradiciones) que caracteriza al pueblo estadounidense.
– Por lo menos en apariencia- contestó Karen- porque vivimos todos juntos pero no revueltos.
– Profe- levantó la mano Cuauhtémoc- ¿quién fue el que invitó a quién a esa cena?
– Los peregrinos, por supuesto- ripostó el catequista.
– ¿Los peregrinos? ¿Y de dónde sacaron ellos todas esas semillas para sembrar esa cosecha?
– Bueno, de acuerdo a la tradición fueron ellos los que invitaron a los nativos a compartir los pavos, el maíz, las nueces y las batatas dulces- reafirmó el maestro. El cacique Massasoit de la tribu de los Wamapanoag acudió con toda su tribu.
– ¿Y quién fue el que se inventó esa historia?- preguntó Karen- ¿De dónde sacaron los pavos, las batatas dulces y el maíz? Aquí lo que había eran patos salvajes (que en esa época del año vuelan hacia otras tierras, huyéndole al frío). Aquí los pavos siempre han brillado por su ausencia- insistió Karen.
– Más bien fueron los indígenas los que invitaron a los peregrinos -aclaró Cuauhtémoc- porque, si no hubiera sido por ellos, los peregrinos estarían todavía peregrinando muertos de hambre.
– Más respeto. Más respeto- ordenó el catequista enfadado.
– Más respeto a los indios- ripostó Cuauhtémoc.
– Profe, por favor, usemos la cabeza. Con que… haz el bien y no mires a quien, ¿eh? ¿Quién fue el que hizo el bien a quién? ¿Los nativos o los peregrinos? Ellos no necesitaron de ningún catecismo para hacerlo.
– Bueno, eso depende de cómo usted lo mire- reaccionó incómodo el catequista.
– A lo mejor no existió ninguna cena ni cosa parecida- interrumpió Cuauhtémoc- como aquel otro cuento de que Colón fue muy bueno con los nativos de Quisqueya y dizque allí le construyeron un faro en señal de agradecimiento. ¡Qué disparate! Más bien es a los indígenas quisqueyanos a los que debieron construirles ese gran faro. Colón más bien fue allí a robarles. ¿Sí o no? ¿Qué faro es ese?
– ¿Y a quién era al que le estaban dando las gracias?- insistió Cuauhtémoc.
– Bueno, de acuerdo con nuestra historia, que data del año 1777, los peregrinos, que habían llegado a Plymouth, Massachussetts, estaban dándole gracias a Dios.
– ¿A quién?
– A Dios, al Creador -gimió el catequista.
– Pero… ¿no sabe usted que en las escuelas de este país Dios no existe? No se puede ni mencionar su nombre. De lo contrario, pregúnteselo al Jefe Indio.
-¿A quién?
– Al jefe indio de Washington- contestó Cuauhtémoc.
– A Barack Hussein Suetoro Obama, el talibán de la Casa Blanca- interceptó Karen.
Y ahí fue cuando el catequista se echó a llorar a cántaros, porque sus alumnos sabían más que él.
¡Glog-glob-glob-glob!- gemía, convertido en un pobre pavito de Thanksgiving. Ese día masacran a todos los pavos del país en el nombre de quien ellos mismos dicen que no existe: Dios! ¡Glob…glob…glob!
– ¡Karen!… ¿quién es este buen señor que nos ha contado la historia al revés?- indagó Cuauhtémoc.
– Nada más y nada menos que el Arzobispo de Plymouth, Massachusetts- contestó la muchacha.
– ¿Y por qué nos ha estado mintiendo?- insistió el mohicano.
– Porque eso es lo que siempre ha hecho su Iglesia desde el principio- contestó la muchacha.