La “Operación Coral”, como se ha llamado al último gran escándalo de corrupción en el país, compromete dos figuras que reivindican su pertenencia y vínculos al cristianismo local: la “pastora” Rossy Guzmán (que muchos no reconocen como pastora) y el mayor general Adán Cáceres, ex Jefe de seguridad del presidente Danilo Medina.
A partir del siglo XIX en el país, las iglesias bautistas, anglicanas, metodistas desarrollaron una feligresía que originó individuos y familias de significativas respetabilidad; se trataba de gente reconocida por su humildad, integridad y trabajo.
Con el transcurrir del tiempo, se integran los Mormones y los Testigos de Jehová, surgiendo una variedad de prácticas y tendencias religiosas derivadas del cristianismo. Estas prácticas son tan diversas que cualquiera que hoy tenga una Biblia, cuatro sillas y un megáfono, abre su iglesia y se asume pastor o pastora, con seguidores que le ayudarán a vivir holgadamente de su profesión.
Ser cristiano se fue convirtiendo en una especie de marca distintiva, de las demás prácticas religiosas que se desarrollaban en el país – en este caso, del tradicional catolicismo, el cual vio sus iglesias vaciarse. Ser cristiano empezó a ser sinónimo de ‘diferente’: serio, responsable, trabajador, moralmente confiable. Es como decir ser PLDista en los años 80, dotado de una ética y una moral que no permitían a los militantes robarse ni siquiera una luz roja.
Lo mismo ha pasado con el ser cristiano: tener ese rostro transparente, reflejo del amor, lavado por el agua cristalina de la fe, como si el individuo recién saliera de un ayuno de 40 días. Un fenómeno de trasformación moral viviente, paradigma religioso al cual muchos se arrimaron, con resultados interesantes; “salvando” sus almas, apaciguando sus vidas tras un trauma afectivo o una pérdida irreparable.
En una sociedad en plena crisis de valores, con múltiples carencias éticas y morales, algunos han adoptado la identidad del “feligrés cristiano” como una suerte de “profesión”, porque indudablemente aquellos que llevan con honestidad cualquier práctica religiosa, obtienen el espacio de salud que proporciona la vida espiritual.
Es esta percepción ética y moral del cristiano que registra la memoria colectiva del pueblo, y que se han ganado los cristianos en la sociedad, desde los esclavos libertos venidos de EUA a los de la Iglesia de Juan Luis Guerra.
El cristianismo ha sido una vía, una guía para muchos; pero también, lamentablemente, un gran negocio para explotar la buena fe, la necesidad, la soledad, la ignorancia.
Decir “Soy cristiano de varias generaciones” ante un tribunal insinúa que supuestamente se está ante un individuo dotado de condiciones éticas y morales extraordinarias. El solo expresar que se es cristiano parece convencer a los demás de la eventual seriedad del que lo manifiesta, y abre las puertas de la ingenuidad del que cree el discurso del cristiano.
En las dos últimas décadas, el cristianismo efervescente que inundó el país empezó a entrar en una fase compleja, de praxis en crisis: si bien siguieron llegando nuevos convertidos y predicadores en el seno de algunas iglesias cristianas, se instalaron la manipulación e intereses mundanos, mostrándose la dicotomía del rol del cristiano en la filmografía local (película “Cristiano de la Secreta”, 2009). En una sociedad carente de reglas del buen vivir, ser cristiano es un pasaporte – algo que usaron y pretenden seguir usando algunos, al apelar a sus prácticas cristianas.
Sin lugar a dudas, esto funciona: aunque miles son los que son sinceros con su práctica, todos hemos escuchado alguna vez a alguien decirnos “soy cristiano”, y caímos en el engaño de la manipulación de la fe, obviando que los cristianos, pastores y feligresía sufren de las mismas debilidades que tenemos todos los seres humanos.
Así empezaron a aparecer pastores violadores, abusadores de la feligresía femenina, embarazando adolescentes. Y otros cayeron en prácticas poco honestas, usurpando roles, haciéndose pagar para orar o exigiendo un diezmo exagerado; llegando ahora el “Caso Coral”, ¡con una corrupción que no es de este mundo!
Cabe recordar que no es la religión la que nos hace éticos y moralmente aceptables. Hay millones de seres ateos, miles que no tienen prácticas religiosas en el país y en el mundo, que son incapaces de cometer algún acto indebido.
El castigo a los corruptos no es un asunto de persecución religiosa, como ha sido dicho; es una necesidad de la sociedad y sus instituciones ante la impunidad histórica. Todos debemos ser iguales ante Dios y ante la Ley.